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Fuiste algo así como mi ancla, el ancla que me mantenía en el mundo terrenal, un ancla que de no haber estado ahí estoy casi segura que mi mente hubiera volado hacía los limites del universo y que jamás regresaría, que jamas volvería a ser la misma, como un hilo atado a mi muñeca, tal como atas a un globo para que este no se escape de tus manos, que me mantenía presa al suelo, al mundo, a la humanidad, a la realidad, eras un hilo que no permitió que mi alma se dispersara como polvo sobre los confines del sistema solar, un hilo que me mantuvo firme en el presente. Con el pasar del tiempo el hilo falló y se quemó dejando libre a aquel globo que con tanto esmero cuidaste, el globo voló y voló; tus gritos se escuchaban por los horizontes de aquella exorbitante lejanía, «¡Vuelve!», gritaste hasta que tus garganta se desgarró, le rezaste a los dioses que en su momento maldeciste y miraste con desdén, le rezaste a aquellos dioses que decías tu que te habían abandonado, y un cuando tus rodillas impactaron sobre la hierba cubierta del rocío y cerraste tus preciosos ojos cobre que me recordaban el color de los amaneceres turbios que se lograban ver desde el porche de nuestro hogar, aun cuando eso pasó.

El globo nunca regresó.

Los confines del universo y de mi mente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora