Prólogo

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Eran las 11:11 de la mañana del 29 de julio. El sol no se podía observar muy bien durante esos días, así que con ayuda de luces artificiales se podría decir que siempre existía el día, el humo jamás dejaría ver los rayos del sol ni mucho menos las estrellas; los escombros se podían visualizar por cualquier parte, quizás todo se podía ver más alarmante unos años atrás, pero con algunas plantas que milagrosamente salieron, se podía visualizar una escena sin sentimientos, cotidiana y que daba la impresión de un lugar donde la guerra reinaba desde hace mucho tiempo.

Una voz se oye entre tanta niebla, la voz débil pero insistente dice:

«Ahda, debes abrir la caja y fijarte en la hora, espera todo el tiempo posible por favor, espera...»

Mientras Ahda corría de un lugar a otro su expresión denotaba que no sabía en dónde esconderse, los estruendos sonaban en todas partes, se podían ver las grandes luces que destellaban a donde su vista alcanzaba, pero aún así siguió corriendo entre los escombros hasta lograr esconderse en una torre de reloj, asegurando con unas cadenas la puerta para poder dormir quizás su última noche... o al menos, eso es lo que reflejaba en sus ojos.

Mientras empezó su recorrido por el pequeño lugar, encontró junto a las escaleras una cama, llena de polvo y algunas otras manchas irreconocibles que podrían causar a cualquiera una desconfianza incluso de sentarse sobre ella; la sacudió un poco y quitó las sábanas mientras daba una pequeña sonrisa, aún con su gélida mirada hacia la nada encontró una caja muy pegada a la pared, lo que hizo que Ahda fuera y husmeara su interior.

Sus manos encontraron muchos relojes de pulsera, relojes de pared, relojes de arena, relojes digitales, relojes de salas pequeñas; pero entre tantos medidores de tiempo, encontró 4 cuadernos, de pronto se escuchó un ruido tan fuerte que parecía otro trueno... o quizás una nave, un temblor... en ese justo momento, podía ser cualquier cosa, Ahda lo presentía aunque no podía hacer nada más que esperar.

Se sentó y empezó a leer el primer cuaderno que encontró, estaba narrado en primera persona... su rostro cambió ligeramente, haciéndola sonreír con timidez, y su vista anunció un poco más de atención. Un leve título iniciaba la lectura:

«Julie Ann»

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