Los pies bajo la mesa

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El verano era caluroso este año, como si el sol se hubiera enamorado de la Tierra y tratara de abrazarle, un maldito calor contra el cual lo único que podía hacer es pasar en la alberca, aunque siempre terminaba con los hombros y el rostro bronceado, no tenía otra opción, pasar dentro de casa era demasiado aburrido y demasiado caluroso, iba en pantaloncillos por doquier, de varios colores y sin camisetas, mi madre siempre me hablaba diciendo que no puedo estar así siempre y cosas sobre el decoro y yo simplemente respondía, ¡que calor!

No podía volver al río desde aquella vez pero siempre me acercaba lo suficiente como para poder escuchar el caudal pasar rápidamente e interminablemente por mis oídos, los árboles de los alrededores le daban una impresión de profundidad increíble, estaba inmerso en mis pensamientos y en el calor cuando escuche un “splash”, me asusté al inicio y, como la curiosidad siempre puede más que nada, me acerqué un poco más con cuidado y vi, a un lindo chico con el cabello café oscuro nadando en el río, ¿había saltado desde el puente? Me pregunté, esperando que la respuesta fuera no porque era una gran altura y a mí solo me hacía sentir como un gran cobarde ni siquiera poder entrar a un pequeño río. Lo seguí observando por mucho tiempo, sin darme cuenta incluso que lo hacía, el seguía nadando de aquí para allá con sus mechones de cabello oscuro sobre el rostro y parte del cuello, su piel se veía menos bronceada que la mía, más bien pálida y me pregunté cómo alguien podía mantenerse así con este sol, vi como salía del río y se colocaba una camiseta encima, se sacudía el cabello con las manos y se iba, así sin más, ¿sabría que lo estaba viendo?

Me fui yo también, primero por miedo al río y segundo tratando de ver hacia donde iba este chico inexpresivo de camiseta a rayas, lo seguí y me sorprendí que se dirigiera hacia mi casa de veraneo, pero justo antes de llegar cambió de dirección y se fue a una nueva casa que habían construido el año pasado cerca de la mía, así que era mi vecino pensé.

Se hizo muy rápido de noche, tal vez porque me pasé toda la tarde pensando en aquel chico, me hubiera gustado conocerlo y, como si alguna estrella fugaz pasara por el cielo en aquel momento el timbre sonó, ding-dong, esperé a que mi madre abriera la puerta, no esperábamos visitas, o por lo menos yo no sabía que esa noche iban a haberlas, me coloqué una camiseta liviana sobre mi torso bronceado y bajé de inmediato, como siempre, la curiosidad pudo más que yo, me paré a mitad de las escaleras viendo quien era, vi a mi madre hablando con una mujer de casi su misma edad, parloteaban alegremente y luego pasaron, atrás de ella se encontraba ese chico, aunque su cabello se veía mucho más claro, quizá porque estaba seco, sonrío a mi madre y entró junto a suya.

- Dean – Gritó mi madre, dándome a entender que bajara, lo hice cuidadosamente. Mi madre nos presentó.

- Ella es Amelie, la nueva vecina y su hijo, Ivo – Lindo nombre pensé y luego saludé con un beso a su madre y con un apretón de manos a él, a lo que sonrió – Comerán aquí esta noche – Dijo mi madre dándome a entender que debía comportarme o por lo menos intentarlo.

Nos sentamos todos en la mesa cuadrada para cuatro, era un poco pequeña pero era suficiente para nosotros, al frente mío se sentó Ivo, con sus ojos cafés tratando de descifrarme, me sentía nervioso e intimidado, como si pudiera de verdad saber lo que estaba pensando. Comenzamos a comer un exquisito pan que preparó mi madre como entrada cuando debajo de la mesa sentí su pie desnudo rozando el mío, se había quitado sus sandalias, que atrevimiento, ¡qué vergüenza sentía yo! Pero no debía rendirme ante su juego para intimidarme, claro que no, así que de la misma manera acaricié su pie con mi dedo gordo y alcé la vista para ver su reacción, un leve sonrojo y luego una una sonrisa tímida, pero si él había comenzado.

- ¿Cómo está yendo tu verano? – Preguntó mi madre a Ivo, el cual respondió con toda naturalidad incluso con nuestro juego en manos.

- Muy bien, es estupendo este lugar, sus bosques, su calor, nunca había visto paisajes así, ¿qué tal va el tuyo Dean? – Sonrió como un ladrón que no ha sido atrapado, se quería robar mi dignidad.

- Pu…pues, muy tranquilo – Fue lo único que logré articular al sentir su pie subir un poco más hacia mi pierna, necesitaba tranquilizarme.

Mi madre se levantó para servir el plato fuerte a lo que yo igual para ayudarla o por lo menos para huir de esta situación durante pocos minutos. Puse los platos en la mesa y me dirigí al baño.

- Con su permiso – Dije para luego levantarme, lavé mi rostro que no sabía si estaba rojo por el calor o por la vergüenza, ¿es que acaso ese chico no se avergonzaba? Y más adelante ya sabría que si lo hacía y mucho, incluso más que yo, parecía menor a mí, tal vez tenía unos quince años y por eso era más pequeño, ¿Cómo logró hacerme esto? Me preguntaba mientras me veía al espejo. Regresé y me senté esperando que el juego terminase, o la cena terminase incluso prefería que mi vida terminase antes de encontrarme ante esta tortura. No volvimos a tocarnos los pies durante el resto de la velada y, para mi sorpresa esperaba que ese chico lo hiciera. Me fui a la cama sintiendo esa sensación de sus pies en mis pies, de su piel en mi piel y deseé, con todo mi ser, tocar sus mejillas.

El Rojo de sus MejillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora