Al verlo, se me vino a la mente sus palabras sobre La Casa: «En la noche se cierra», «Está abandonada». Aunque estuviera muy lejos, juré haber visto a una persona distribuyendo las cosas, dentro. Por la mañana, eso me despertó una indómita curiosidad asesina de gatos; una indeleble certeza de que había sido precisamente una persona la que vi. Sin lugar a dudas, había alguien en aquella extraña casa abandonada.
La Casa se podía ver, completa, desde nuestra ventana. Había cierta voluntad en ella, también malignas intenciones. Un rostro tan feo, pestilente, decrépito y, en gran medida, detestable; se le observaba estampado en sus muros. No obstante, la fachada no precisaba el origen de aquella maldad deliberada. Había algo más: creo que era en su puerta. A esa hora, yacía abierta a sus adentros con el grosor de un enorme ángulo, y nada...nada se podía observar de sus interiores, salvo la oscuridad pura...
¿...que incomodaba? Sí, Totalmente. Mati sentía la incomodidad: la señalaba desde su coche y se aterrorizaba. Sus muecas se parecían a las que hacía en el cuarto de Pável, por ser tan pequeño, casi un armario. Sucede que, Mati, tenía pánico a los espacios pequeños, como una prematura claustrofobia. Por eso dormía en mi cuarto, en lugar del de él. Pável, temeroso de que aquel pánico alcanzara la fuerza de una fobia: solía encerrarlo en el pequeño cuarto, a ver si el pobre Mati se acostumbraba.
Todo empezó una mañana gris, de nubes espesas que descendían a niveles terrenales en aras de ocultar ciertos secretos de la naturaleza. Caían algunas gotas de lluvia en las latas y en los deshechos de nuestra carretilla; sin embargo, La Casa no se alienaba ante los humos fríos de la neblina, y su croquis se observaba en nuestra ventana como un lienzo: quizás por la, ya mencionada y perniciosa manía, o porque simplemente, desde su más antiguo origen, La Casa no pertenecía a la naturaleza. Habían encerrado a Mati en la habitación; y Pável—!Oh Pável!—suspiró ante el precipicio de una taza de café, creyendo quizás que, así, se comienzan las difíciles conversaciones de la mañana. Yo estaba reflexionando sobre algo— frente a la ventana y La Casa— que, desde hace algunas semanas, me había erizado la nuca y tensado la espina dorsal: Monserrate, ya muerta— y no importa quién haya sido Monserrate, o qué lugar haya ocupado en la vida de Pável—, tenía una maligna textura en su cara, la mirada pesaba en sus ojos y, debajo de ellos, una repugnante telaraña de arrugas parecía cicatrizada, la última vez que la vi. Yo la aborrecía apasionadamente, y no concebía el hecho de que el mundo necesitara la trascendencia de tan dañado sujeto. En mi opinión, tenía que ser malvada para despertar ese deseo tan visceral: debía ser bruja en su más pura sustancia, y poseer en el contenido de tan nauseabundo rostro, una mezcla de vilezas y sangre gélida. Algo así como La Casa.
Reflexionando me sorprendía que, cuando el alma se empieza a corromper, el cuerpo— esta coraza que comprime a los demonios dentro— empieza a fusionarse con ella. Y toda esta bondad corrupta, porque no hay mal que anteriormente no haya sido un bien, arremete contra la inercia de la materia: y es ahí cuando el rostro, hasta las caras más inocentes, manifiestan la maldad acumulada en los corazones; tal vez por medio de expresiones, miradas pesadas, o una vejez antes de tiempo; cuyas arrugas parecen heridas. Y eso era lo que había pasado con Monserrate...lo mismo, creía yo, pasaba con La Casa.
Pero por desgracia, en las declaraciones de Pável, y en la estimación que tenía de Monserrate: parecía, ella, cobrar más vida de la que tenía antes de morir.
Ahora, fíjese usted que: yo creía conocer lo suficientemente bien a Pável; y para comprenderlo no hacía falta—repito: creía yo—sumergirme en un océano de depresiones confusas, ni desmenuzar el contenido de una enterrada filosofía. Pável estaba sometido diariamente a mis análisis, y en mis vagas deducciones, percibía cierta falsedad en él. Era hombre mediocre e inservible, tan incapaz de hacer el bien, que ni siquiera el mal podía llevarlo a cabo; parte de esta falsedad se hallaba en la seudo-religión que profesaba; y no deseo entrar en detalles, pero respecto al tema: las personas que se mienten en sus dogmas de preferencia, tienen dentro de sí, la peor mentira coagulada.
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La casa y el demonio
HorrorUna extraña casa que se cierra en las noches, depara a un joven un destino aterrador. Ante una horrible tragedia, La Casa y el Demonio embargan al joven en las peores torturas y transformaciones.