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30 de Enero de 2018, 03:17

Poco a poco, y progresivamente, se fueron apagando casi todas las luces del lugar, una a una. La noche ya hacía horas que había llegado pero la tranquilidad no había aparecido hasta ahora. Silencio, calma y paz.

Amaia suspiró al verse en el espejo. Al fin se había desmaquillado, se había puesto su pijama y se había recogido su pelo en un moño alto. Estaba cansada pero sus ojos aún brillaban de emoción. No sabía si quería chillar o llorar, de alegría, claro, o si dormir o quedarse en vela pensando toda la noche.

Observó a través de los espejos como se iban apagando cada una de las luces de la academia, apagando los nervios, las risas, las voces... Suspiró, animándose a observar su cara por primera vez en esa noche. El rímel waterproof apenas había aguantado las lágrimas de ilusión de hacia un rato, e incluso a oscuras, se podían apreciar perfectamente sus ojeras de cansancio, unas ojeras que sostenían todos los nervios de ese día.

Las últimas horas habían sido intensas para todo el mundo. Aunque todos sabían perfectamente que esa gala era para disfrutar y divertirse, ya que en ella no se jugaban ninguna nominación, estaban nerviosos. Eurovisión... Vaya, esa palabra, que al principio, les quedaba grande a todos ya que no eran conscientes de lo que todo eso conllevaba. Sí, era una aventura, una vivencia y una experiencia única pero iba a ser mucho trabajo, noches en vela por culpa de los nervios y mucha, mucha presión.

Pero no eran conscientes, no, aún no. Acababan de vivir una gala única, donde las emociones estuvieron presentes, donde hubo besos y gritos de alegría. Había sido una noche mágica. Una noche que para algunos marcaba el inicio de sus carreras después de la academia. Una noche, donde lo que había ganado, era el amor.

A lo largo de esa semana, en algún instante, se había llegado a plantear que ese momento podía llegar a ocurrir, se había imaginado cogida a la mano de Alfred escuchando sus nombres y abrazándose después. Pero la realidad había superado la ficción, o eso creía recordar, ya que en su mente todo estaba muy confuso aún. Todo había pasado demasiado deprisa: recordaba sus nombres, los aplausos, las flores, ella sin reaccionar y Alfred en el suelo.

Alfred... Iba a ir a Eurovisión con Alfred, su confidente, su cómplice, su alegría de cada día. Su principal apoyo. El chico del trombón que la hacía perderse en su risa, en su mirada y en su mundo interior. El único que era capaz de hacerla reír cuando estaba triste o el único que sabía como tranquilizarla en sus peores momentos. Iba a ir con él. Con su Alfred.

Suspiró de nuevo cuando aterrizó de nuevo de sus pensamientos. Se dedicó a si misma, a través del espejo, una sonrisa tímida y a paso lento, fue arrastrando los pies hacia la oscura habitación. Cuando abrió la puerta, vio que todo el mundo ya estaba durmiendo, o eso parecía. Semanas antes era casi imposible que eso pasara a esas horas, con dieciséis personas durmiendo en una misma habitación, siempre había alguien preparado para pasarse parte de la noche despierto hablando, riendo o buscando consejo. Con las semanas la situación había cambiado y ahora la habitación era reinada por más camas vacías que ocupadas. El programa estaba a punto de terminar y se notaba en el ambiente. Pasando por el lado de las literas vacías, recordó todo lo vivido en esa habitación, desde juegos de confesiones a peleas de almohadas, seguido por gritos pidiendo silencio a extraños ruidos de noche.

Empezaba la cuenta atrás. Su última semana en la academia, su última semana en su burbuja, su última semana compartiendo cama con... Pero, ¿dónde estaba? Su sorpresa fue llegar a su cobijo, su refugio, y encontrárselo vacío.

—Creo que está en el piano —musitó una adormilada Aitana sin abrir los ojos. Conocía a su mejor amiga y sabía perfectamente lo que estaba preguntándose. Así que, después de recibir un beso en la frente de parte de esta, oyó como la puerta se cerraba de nuevo lentamente.

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