La vi asomarte por la ventana, y pronunciar sin decir nada: "Feliz 19 de Julio."
La vi mover los labios en señal de que hablabas. Pero no lo hacía. O al menos yo no la escuchaba. Y con ese tono oscuro de su voz que yo no oía, desde el tercer piso de su casa me lanzaba hasta el parqueadero, sus palabras como bofetadas en las alas de mi pecho.
Tenía sed de ver sus ojos. La esperé en la esquina. Esa misma esquina por donde antes caminábamos de las manos. Traía su vestido de flores. El vestido ideal para bailar un tango mientras se matan los fantasmas de la soledad.
Bogotá tiene frío, y ella tiene un vestido. Caminaba errante por las calles sucias de la capital. Sus caderas seguían perfectamente el compás. No pasaba ni un avión. El silencio era tal que podía oír como la brisa bailaba con su cabello recién cortado. Perfectamente arreglado, tinturado y planchado. Como si fuese lo mas hermoso que su cuerpo tiene. Pero no es así. Yo, exactamente, que he visto su cuerpo con menos ropa de la que debería. Soy la indicada para decirlo. Yo lo se. Porque su cuerpo ha estado en mi cama. Ese cuerpo puro. Sin vestido. Y pude admirar como esconde maravillas bajo sus prendas.
Su cara redonda resalta a entre todo lo hermoso que traía encima. Su mirada se encontró con la mía. Y yo la bajé, porque mi cuerpo débil no soportaba mirarla una vez más. Mi cuerpo desolado y desamparado, ya había olvidado esa sensación tan majestuosa de sentirse acogida por unos ojos brillantes. Ya había olvidado lo que se sentía dar la vida por un par de lunas que te miran desde el otro lado del camino.
Me preguntó como estaba. Le dije que bien. Le mentí. Sabía que no me veía bien. Ni lo estaba. Ella sólo asintió con la cabeza. Mirándome a los ojos fijamente, acarició mis cachetes. Y con voz quebrada, pronunció sin detenerse: "Se te ve bastante mejor" Lentamente fue cerrando los ojos. El mundo se detuvo por un momento. Y por dentro de mi cuerpo, se creo un tormento parecido al de una ola al romperse contra una roca.
Caminamos por todo el barrio. Huyendo de la calle en la que fuimos tan felices meses atrás.
Le pregunté, masoquistamente, sobre su nuevo novio. "Peleamos por las mismas cosas por las que peleaba contigo" río nerviosa. "Peleamos mucho. Casi todo el tiempo" entrelazó las manos y se miró los dedos. Yo sonreí sin ganas.
Pregunté por sus amigas. Esas que yo tanto odiaba. Esas que me odiaban a mi. "Ya no soy una LQS" susurró como si fuera una confesión. Se notaba melancolía en su voz. Celebré en mis adentros.
Pregunté por los estudios. Me contó que si tenía suerte se graduaría en un año, incluso menos. Me alegré por ella.
Empezó a llover. Le ofrecí mi chaqueta. Se la puso. Le quedaba tan bien. No le dije que era hermosa. Pero lo pensé. No se lo dije por cobarde. Porque la cobardía me carcome viva. No se lo dije por miedo. Porque sabía que al decirlo, ella sonreiría. No se lo dije por temor a que mi cuerpo de nuevo se enamorara ante su sonrisa.
El reloj marcó las 12:00 en punto. Ella dijo: Tiempo. Pero mi cuerpo empezó a temblar. Porque no sabía como despedirme de ella. Le conté una pequeña anécdota sobre alguien llamada igual que ella. Que me recordaba locamente a ella. Aunque no le comenté que todo me recordaba a ella últimamente.
Luego argumenté porque mi brazo tenía tantas manillas. Y ella se quitó una manilla que, -dijo- le gustaba mucho. Me dio una de sus favoritas. De Monserrate. Porque dijo me contó que le gustaba mucho ir allá.
Le pedí perdón por el regalo que le di el 11 de Marzo. "No debiste darme esa cosa" admitió.
"Lo se" dije arrepentida. "Lo siento" Me disculpé.
"Ya no importa" Mintió. Y levantó su manga izquierda, dejando al descubierto su hombro. Estaba lleno de cicatrices. Algunas nuevas. Recién hechas. Otras viejas. Casi cicatrizando.
No cerré los ojos ni un sólo momento. Pensé en acariciarlas. "Yo no quiero besar tu cicatriz..." ¿Que he hecho?
"Todo es mi culpa" Pronuncié despacio, aún sorprendida.
"El dolor es de quien lo causa" cerró los ojos muy fuerte. "En este caso, yo"
"El dolor demanda ser sentido" dijo yo sin cuidado. "Exacto" respondió ella. Mirando al piso, buscando una salida.
"Bueno..." Dijo, suspirando. "Ya es hora de partir." Extendió los brazos, y los encajó con mi cuerpo. La unión perfecta. El momento perfecto. Sabía, que había pasado un año y yo la seguía amando de la misma forma violenta y loca del primer día. Ya había pasado un año entero. Y sus 365 partes. Cada una de ellas era maravillosa. "Es una metáfora" dijo. Y en sus labios se formó una de esas sonrisas. Esas, las que me hicieron amarla.
Me abrazó. Y cerré los ojos en esos 5 segundos.
"Chau, hasta mañana Gaviota" empecé diciendo, con las lágrimas al borde de los ojos. Sabía que la última vez que pronuncié esas palabras dolieron tanto que aún tengo la cicatriz.
Mi reloj marcaba las 12:12.
"Pide un deseo" dije sonriendo. Para que la lagrima que colgaba, no se escurriera por mis mejillas coloradas.
"Graduarme pronto" dijo mientras se balanceaba sobre sus propios pies.
"Tú" susurré muy bajo mientras vi como se alejaba de mi. Supongo que no me escuchó.
Y ya cuando pensé que esa sería lo último que escucharía de ella. Cuando mi vista estaba a punto de perderla. Se volteó en medio de la carretera, y gritando como el día que la conocí. Soltó el nudo de mi garganta diciendo: "Chau, hasta mañana Margarita" y salió corriendo.
21-07/2014
"Cuantas veces yo pensé volver, y decirte que de mi amor nada cambió"