Capítulo 2.

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—... ¿Y cuando el hombre del extraño traje negro le dijo que era su padre? —exclamó Malfoy asombrado y con una enorme sonrisa en el rostro—. ¡Eso fue increíble! Definitivamente no me lo esperaba.

Amelia rió al ver la emoción de su primo. Se había pasado todo el viaje de vuelta hablando de la historia y de todo lo que había amado de ella.

—¡Hemos llegado! —anunció Stanley Shunpike, el cobrador, cuando el autobús noctámbulo se detuvo con brusquedad frente a la mansión.

—Entonces admites que estuvo buen —dijo la niña siguiendo al rubio y bajando del transporte.

—B-bueno... —dijo avergonzado—. No está mal, supongo. Para ser un invento muggle.

La niña rodó los ojos pero no dijo nada. Sabía que había triunfado.

Con sigilo, volvieron a sus respectivos cuartos pasadas las cuatro y media y como si no hubieran pasado nada se metieron en sus camas y se quedaron dormidos prácticamente al instante.


—¡Hora de levantarse! —exclamó la musical y alegre voz de Narcissa Malfoy al otro lado de la puerta.

Amelia gruñó envolviéndose más entre las mantas. Sentía que acababa de cerrar los ojos y... ¿Ya era de día? No era justo.

Maldiciendo por lo bajo y frotándose los ojos se destapó de las suaves sábanas para encontrarse de frente con la ventana, por la que se veía un aún oscuro cielo.

—Pero si no ha amanecido —protestó en un susurro.

Entonces llamaron a su puerta.

—Pasa —dijo la niña aún adormilada viendo como su tía abría la puerta.

—¿Qué tal has descansado, cariño? —dijo con una sonrisa la mujer de cabello rubio platinado.

—Bien —mintió la niña—. ¿Qué hora es?

—Las cinco. Nos iremos enseguida. Después de desayunar —explicó—. Creo que tu primo no ha tenido muy buena noche —se rió—. Se niega a salir de la cama y no deja de decir que es todo culpa de los... ¿Yedá? ¿Yedaí? No sé ni que ha dicho pero, bueno, los espero abajo.

Amelia contuvo el aliento y agitó la mano en señal de despedida mientras su tía salía del cuarto. Draco era un idiota metepatas.

Totalmente agotada se obligó a ponerse de pie y meterse en la ducha. Un buen baño de agua fría la despejaría bien. Cuando acabó se vistió y llamó a la puerta del cuarto de su primo, que se había sentado en la cama y había vuelto a quedarse dormido. Se apoyaba en uno de los pilares del dosel con la boca abierta y baba en la mejilla.

Contuvo una carcajada y se acercó sigilosamente para gritarle al oido:

—¡Nos ataca el Imperio! ¡Nos tienen rodeados!

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora