Parte única.

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Apaciguada como no había visto, la llamarada del sol se opacó por las ventanas cubiertas de la presencia empapada de Corea. La ciudad de Seúl parecía reafirmarles a los desdichados que sentía compasión por ellos.

Sunny no lograba recordar el día de la ruptura exactamente; sólo recordaba que, a partir del abrir y el cerrar de sus ojos en algún determinado momento, su vida cambió de una manera drástica. Ella había intuido que algo estaba ocurriendo, aunque no quisiera convencer a su cabeza de aceptar un hecho nada saludable. Todavía con el correr de los días y las noches de su vida después de tanto, la chica no llegaba a dilucidar muy bien que se viera tan sola para ese instante.

Había venido el comienzo del fin.

De todos modos, el dolor ya era menos.

El sufrimiento, poco a poco se hacía menos insoportable; quizá sólo eso podría reconocer como verdadero de todo el proceso que estaba viviendo con creces. Lo único lamentable que seguía pasándole era que, no satisfecha con hacerle una materia inanimada de la Tierra, además, su nebulosa del amor y sus vicios ya no era tan clara como cuando la tenía a ella. La luz proveniente del sol ya no vislumbraba sobre su piel ni en sus sueños despiertos de cada noche, sueños que, por cierto, acontecían de forma ilusa antes de sumergirla en un mundo de pesadillas que siempre la apuntaban a ella en un protagónico que no se acababa.

De pronto, todo lo que imaginaba y todo lo que quería se había volcado en la oscuridad y la tristeza.

Cuando abre el portal de su piso para dirigirse a temprana hora a finalizar algunos textos japoneses que no ha acabado de traducir —puesto que este es el único trabajo donde encontró no sentirse ansiosa entre tanta gente—, un jovencito de escasos dieciocho años entra de estampida para resguardarse de la lluvia y hace que ella se tambalee sobre sus zapatillas al no mirarla ni siquiera de soslayo para evitar agredirla. Se siente como una sacudida porque no logra mantenerse en la misma posición y se impacta así de espaldas en la pared del costado. Está débil. Sunny se siente débil ya. "No, estoy engañándome", piensa. Ella siempre se ha sentido así. La situación, en serio que no es tan aparatosa como se imagina, pero a ella cualquier roce la hace caer. Sólo ella es la que provoca afectaciones en su cuerpo aun sin ayuda de ninguna otra persona.

En algún punto de esa escena se plantea enfrentarse a aquel maleducado chico y contarle un par de cosas que debe saber, pero al final —y al igual que siempre— se convence de dos cosas: uno, que no es una persona capaz de enfrascarse en conflictos con las personas por la ansiedad, el miedo y el recelo; y, dos, que tiene que llegar al trabajo antes de que claudique en sus esfuerzos por llevar una vida normal, una vida sin la persona que era su método para sobrevivir.

Pues, con nada más que un atuendo casual en tonos negro y una chaqueta de satén en color azul petróleo, Sunny continúa con desgano su empedernido propósito de llegar al trabajo junto a su sombrilla. La lluvia no es tan fuerte, pero es lo modestamente constante para lograr que la gente se proteja en diversos locales de comida y alimentos en general. Caminando con paso sosegado, al principio ella se alegra de que no haya muchas personas alrededor que puedan mirarla, sin embargo, cuando los segundos pasan y la lluvia no para, se encuentra con que el golpeteo de las gotas y la poca visibilidad que la conduce son todavía peores que soportar el escrutinio de las demás personas. La lluvia le agobia todos los sentidos. Parece que todo aquello se trata de un centenar de personas mirándole sin pestañear y con un claro semblante afligido, como sintiendo lástima por ella. Siempre fue una chica no tan delgada o bajo los estándares de belleza, pero luego de la ruptura, había subido varios kilos más, llegando al extremo de respirar de manera agitada casi todo el tiempo. No simplemente su mente y corazón habían sufrido cambios; también su estado físico.

Cariño, estoy tan sola, por AnnaKatWhere stories live. Discover now