10. Brillo

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Miguel

Sonreí por inercia. La mano de Rubén en mi hombro hizo que todas mis emociones florecieran como si fuera el primer día de primavera. Suspiré profundamente y el oxígeno impregnado de la frialdad del ambiente se coló hasta llegar a mis devastados pulmones.

Rubén soltó una pequeña carcajada y giré levemente el rostro para verlo, y joder, era malditamente precioso. La noche estaba en aquel punto donde no sabes que es lo que te ata a esta tierra, donde quieres salir flotando y poder descubrir que es lo que hay más allá de nuestro cielo. La luz proveniente de los postes sobre la banqueta era demasiado débil, tratando de luchar contra la espesa cortina de lluvia que caía, perdiendo visiblemente la batalla.

Las calles estaban completamente desiertas, a excepción de aquellos que apreciaban los pequeños regalos de la vida, muchos más trataban de liberarse con paraguas o en los negocios, pero a pesar de eso, llegué a jurar que cualquiera caía bajo los encantos de las gotas de agua. El silbido sutil de la brisa nos acompañaba, y juntar eso con las gotas golpeando los cristales y el concreto era algo digno de escuchar.

Y Rubén... parecía como si fuera una de las estrellas que brillaban en ese momento sobre nuestras cabezas. Su sonrisa ladina, demostrando la felicidad que yo le quería otorgar. Sus mejillas pálidas, siendo profanadas por la humedad gélida, dándole un aura celestial. Las hebras de sobre su cabeza se habían oscurecido gracias a las gotas que lo bañaban, estas se deslizaban lentamente por sus cienes, o caían por las puntas formadas de sus cabellos y se estampaban en la camisa sobre su pecho.

Cuando el giró su vista hacia a mí, los sonidos se volvieron más perceptibles y el aroma de mi café intensificó su amargura. La luna permanecía oculta detrás de las oscuras nubes, pero a pesar de eso, fui afortunado al poder ver sus orbes con un hermoso tono esmeralda. Y maldije a las nubes, porque apostaba a que bajo la luz lunar serian majestuosos.

Mi piel estaba sensible en ese punto, cualquier mínimo impacto contra ella se sentía como un pinchazo agudo, pero pude soportarlo sólo para ver sus facciones. Tragué fuertemente y tomé su mano sobre mi hombro entre la mía. Normalmente él huiría de mi tacto, pero esa noche fue diferente. Su mirada me gritaba por auxilio, y yo trataba de remar lo más rápidamente posible para evitar que se ahogara.

-Rubén –le llamé por su nombre-. No tieneh que temer, ehtoy contigo.

Quería que mis palabras sonaran lo más sinceras posibles, porque así yo lo sentía. Él siempre trataba de ocultar sus problemas de todos, pero no puedes tratar de llenar a tope un vaso de cristal sin que el agua comience a gotear. Su sonrisa se desvaneció, como si las gotas que pasaban por sus labios fueran las culpables de borrarle el gesto, pero no era así.

Se acercó rápidamente y me rodeó con sus brazos, escuche un pequeño estallido detrás de mí y supuse que fue la taza que antes era sostenida entre sus manos. Sonreí sutilmente y deje la mía en la barda a un lado de mí. Mis brazos desnudos lo rodearon, tratando de ocultarlo en mi pecho a pesar de su pronunciada altura, cosa que al parecer funcionó.

Suspiré cerca de su oído y lo apretujé. A pesar de que todo mi ser despedía una temperatura fría, quería darle calidez. Quería que se sintiera protegido, a pesar de estar en el precipicio, que desnudara su alma y me permitiera ver sus miedos, pero no lo obligaría a contarme algo que él apenas podía procesar.

-No tieneh que luchar solo –le susurré cariñosamente y los dedos de mi mano derecha pasaron entre sus cabellos, llevándose con ellos pequeñas gotas que caían en el camino-. No siempre podrás ser fuerte.

Todo su ser tembló, temeroso de que yo pudiera descubrir sus secretos. Mi pecho subía y bajaba lentamente, como un bote entre una suave marea. El viento seguía acunándonos entre las ráfagas, llevándose nuestras tristezas al exterior. Él acomodó su rostro sobre mi hombro, quitándome la dicha de poder observarlo, pero fue recompensado con poder escuchar su respiración y sentir la unión de nuestros pechos.

-Quiero ser fuerte, juro que lo seré –dijo con un suspiro. Sus brazos encontraron refugio entre nosotros, donde se hizo un pequeño ovillo y en ese momento yo era el único que mantenía el abrazo.

Una pequeña carcajada golpeó contra mi garganta, siempre tan testarudo. Comencé a mecerme lentamente, siguiendo el ritmo de la brisa. Sentí como su rostro se escondía en mi cuello, la humedad de su cabello se escabullía por mi clavícula y un escalofrió me recorrió.

-¿Qué haces? –su voz se escuchó como si una puerta nos estuviera separando, gracias a que él estaba oculto.

-Shhh, calla –le dije en una voz baja, como si fuera una petición en lugar de una orden.

No era necesario ser un adivino para saber que él había comenzado a llorar, los pequeños y repetitivos temblores en su cuerpo lo delataban. Traté de ignorar su llanto, pero era imposible hacerlo, así que comencé a aceptarlo, aceptar que sus lágrimas estaban ahí presentes y yo era el único que podía amenguarlas.

Cubrí lo mejor posible su espalda con mis brazos y di vueltas sutiles, como si estuviéramos danzando. Él lloraba en mis brazos y mi alma lloraba con él, mi interior se encogió al escuchar un sollozo ahogado. Remaba, remaba, remaba, pero parecía que mi bote comenzaba a hundirse y no sería capaz de salvarlo. Pegué mis labios a su oído y aspiré profundamente para después comenzar a soplar.

-Llora todo lo que puedah, llora Rubén, pero, prométeme que después de este seráh fuerte. Prométeme que me dajaráh ayudarte.

Asintió débilmente y sonreí por mis adentros. Me mecía cuidadosamente, tratando siempre de cubrirlo del agresivo ambiente. Sentía a Rubén como algo etéreo*, no quería que lo arrancaran de mi lado en ese instante, si lo hacían estaba seguro de que sería destruido. No sentí su peso sobre mí, era tan ligero aun cuando daba las vueltas y él arrastraba sus pies.

En todo momento mis parpados permanecían juntos, permitiendo que mi mente volara junto con la de Rubén, pero eso no omitía que la noche era hermosa. Abrí los ojos a pesar de que mis pesadas pestañas trataron de impedirlo. La ciudad brillaba sobre el abismo, las luces en el cielo eran opacadas por las terrestres, una lucha entre brillo y majestuosidad, pero para mí, la luz más hermosa era la que podría reflejarse en unos ojos inundados de felicidad y esperanza.

Rubén.









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Etéreo: Extremadamente ligero y delicado, algo fuera de este mundo.

Estrellas Latentes (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora