Capítulo quince: Más que a mi propia vida.

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Jueves, 10:39.

– ¿Y no tienes idea de a qué hora es? –preguntó Dean sin sacar los ojos de la carretera.

– No, ese es el problema. Alison no me dijo la hora –contesté.

Faltaban cinco días para que vaya a hacerme la ecografía, pero no sabía a que hora tenía que ir.

– ¿Y qué harás?

– Quizá vaya al hospital para preguntar cuando salga del trabajo, ¿quieres venir aún así?

– Por supuesto –hizo una pausa–. América, ¿Cuándo comprenderás que te amo y estaré contigo pase lo que pase? En serio, siempre dudas de mí. No creas que una mañana te despertarás y ya no me verás allí. Ese debería ser mi temor, linda. Por favor, entiende.

Suspiré.

– Lo siento.

– No lo sientas, amor –tomó mi mano por un segundo y luego la volvió al volante.

Aparcamos en el estacionamiento del centro comercial. Dean bajó rápidamente, rodeó el auto y abrió la puerta dejándome salir de él.

– Debo decirte algo –comenzó a decir mientras caminábamos hacia la entrada–. Pero, no te enojes.

– Dean, ya dime.

– ¿No te enojarás?

– No, dime.

– Pero, no te enojes –siguió diciendo.

– Si no me dices me enojaré.

– Bien –contestó–. Dejé la Universidad –soltó. Cerró los ojos fuertemente esperando mi respuesta.

– ¿Qué? –jadeé.

– Quiero pasar más tiempo contigo –sonrió inocente.

– ¡Dean, eso no es excusa para dejar la Universidad! –solté.

– ¿Cómo que no? –abrió grande los ojos–. Tengo una novia embarazada, joder.

Suspiré y cerré los ojos.

– Empezaré el próximo año. –prometió.

Paré de caminar y dije:

– Y más te vale que sí. No quiero que dejes tu Universidad por mí, ¿entendido?

Dean asintió rápidamente.

– Entendido –sonrió victorioso, y seguimos caminando.

Llegamos a la tienda en cuestión de minutos.

Mi jefa Darla estaba parada al lado de la caja esperando mi llegada. Tenía una pierna cruzada, y sus brazos entrelazados sobre su pecho.

Sus ojos mal pintados estaban arrugados haciendo que sus patas de gallo sean más notables.

Darla no era joven. Tenía alrededor de cuarenta años, pero pretendía tener veinte años menos maquillándose y vistiendo Chanel, o cosas apretadas. Y no era agradable.

– Al fin llegas, América –dice–. Tarde.

Miré mi reloj y fruncí el ceño.

– Discúlpeme, señora, pero no es tarde. Tengo que trabajar a las 11:00, y son las 10:58.

Darla asiente.

– Qué este muchacho no sea de distracción, o si no me encargaré yo –le guiña un ojo a mi chico, y yo me trago una risa.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora