Polvo de hadas

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Estábamos acostados después de haber salido a nadar, los cuerpos sudorosos y mojados sobre el suelo de madera, tocando solo nuestros dedos por miedo al calor, o tal vez a algo más.

- Tengo algo que tal vez te guste – Giré mi cabeza para verlo, Ivo continuaba viendo el techo blanco mientras hablaba y fumaba un tabaco, observé con detenimiento sus labios, como sostenían el cigarro para luego sacar una gran humareda de ahí, como un pequeño tren. Nunca me gustó fumar, nunca me agrado el olor a tabaco, pero su aliento mezclado con él no me desagradaba en absoluto.

- ¿Qué es? – Curioso observé como se levantaba para luego inclinarse de nuevo y sacar algo de la cama. Una cajita como esas de galletas de metal, las típicas donde en lugar de galletas, hay hilos. Esperaba ver una aguja con hilo azul insertado o algo por el estilo, pero sacó un paquete blanco pequeño, era polvo. Volví a preguntar, ¿qué es?

- Algo que te hará sentir bien – Así que eso era, no deseaba hacerlo pero no podía negarme ante él, pidiera lo que pidiera. Colocó un poco de este polvo en el suelo, me acerqué a olerlo y un poco quedó en mi nariz, a lo que él rio, con sus dientes más blancos que la cocaína que íbamos a probar. Hizo una línea con una especie de rama pequeña que encontró en el suelo, y, acercó su nariz y simplemente aspiró, el sonido llegó a mis oídos y me hizo sentir que algo no estaba bien.

- Tu turno – Reunió el polvo sobrante y colocó otro poco más, me acerqué e inhale, mi nariz se amortiguó al instante y al tragar sentí en mi saliva un sabor horrible, agrio, extraño. Mi cara de desagrado tuvo que ser un poema porque Ivo volvió a reir.

Volvió a prepararse una línea, y aspiro de nuevo, una y otra vez, hasta que se acabó el pequeño paquete. Estaba realmente preocupado, ¿era normal ingerir tanto? Y, como si me estuviera leyendo la mente dijo, “Hago esto con regularidad”, así que era eso.

Me apoyé en la cama, viendo hacia la ventana, los árboles se veían realmente verdes, realmente lindos, quería trepar uno en ese momento, podría trepar todos si quisiera, mientras pensaba en eso Ivo se colocó sobre mí, alejé mi vista de la ventana y la coloqué en él, estaba sudando y tenía sonrojadas las mejillas.

- Tengo otra cosa que también te gustará – Y luego rio, y se hizo el cabello hacia atrás, se alzó un poco la camiseta sin mangas, hasta que yo pueda ver sus pezones, eran de un color bermellón, lindo, pensé. – Lámelos…por favor – Se sonrojó de nuevo y yo sonreí.

Acerqué mi rostro hacia su pezón izquierdo y pasé mi lengua suavemente. Gimió. Lo succioné un poco, quería dejarlo hinchado, para que cuando lo vea sepa que fue mío ese pequeño pezón bermellón, succioné sin parar y le di una lamida final seguido de un beso. Se avergonzó, se sonrojó de nuevo, nunca me cansaría de verlo así.

- Sigue, por favor – Hice caso a su petición, pero ahora el mismo lento proceso en su pezón derecho, me alejé y tuve la imagen más linda que alguna vez deseé, su pecho se contraía y se inflaba en un compás rápido, su boca abierta para poder dar paso al aire, sus mejillas rojas y sus pezones hinchados.

No pude más.

Me lancé sobre él dejándolo recostado sobre el suelo, y comenzamos un beso lento, cada vez más frenético, metí mi lengua en su boca, mordí su lengua suavemente, pase mi lengua por sus dientes. Acabó el beso con un hilo de saliva.

Quité su camiseta rápidamente, su pantalón, su ropa interior, me deshice de todo en un minuto. Me quitó la camiseta e intento desabrochar mi pantalón, no lo logró, tal vez por el nerviosismo o tal vez porque estaba drogado hasta más no poder. Lo ayudé yo, bajé mi pantalón con mi ropa interior. Estábamos desnudos, no estaba él, no estaba yo, estábamos, que bien sonaba esa palabra en plural, y no solo en plural, por el hecho de referirse a nosotros en conjunto.

Lamió  mi pene, ese fue el momento en el que toqué el cielo, lamia un poco por allá, un poco más  cerca, un poco de todo lo que me hacía ver estrellas. Lo introdujo en su boca, arriba y abajo, no podía aguantar más por lo que lo separé, estaba a punto de venirme.

- Recuéstate – Hizo caso a mis palabras y se acostó en el suelo, lo íbamos a hacer en el suelo. Acerqué un dedo a su boca, lo lamió gustoso, con un vaivén en su lengua. Introduje el primer dedo.

- Ahh, lento por..por favor – Lo metía y sacaba lo más lento que podía, no quería hacerle daño, en serio deseaba estar dentro de él, introduje otro dedo e hice un movimiento de tijeras, se sentía tenso.

- Intenta relajarte – Asintió y yo seguí, iba por el cuarto dedo.

- Por favor, ya – Saqué mis dedos y comencé a introducirme en su interior, le di la vuelta, solo veía su espalda, comencé con mi vaivén, todo el cuarto era un desastre, gemidos, sudor, euforia, todo junto, conociendo nuestros cuerpos y a veces desconociéndolos por completo.

Acabé en su interior, Ivo se levantó y se recostó en la cama, no hubieron palabras después y había algo que me decía que no debía tocarle, así que recogí mi ropa del suelo pero hubo algo que me llamó la atención, la parte del suelo donde se encontraba su cabeza estaba húmeda, Ivo había llorado y no, esas lagrimas no fueron de placer, fueron de dolor, no un dolor externo ni físico, era un dolor del corazón.

El Rojo de sus MejillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora