Mirada al frente

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Capítulo 9

Había conseguido dejar la paranoia a un lado cada vez que la casa de enfrente reportara movimiento. Después de todo, hacía ya casi una semana desde que había visto a Bill Hansson en mi habitación por última vez.

Las pesadillas cesaron con el pasar de los días, aprendí a controlar el pánico cada vez que despertaba recordándome a mí misma que cada cosa sobrenatural que viera no podría existir en otra parte que no fuera en mis sueños. Pero lo que no conseguía evitar aún era despertar a mitad de la madrugada sin razón alguna con miles de pensamientos taladrándome el cerebro. Mi cabeza seguía siendo un laberinto debatiéndose terriblemente entre creer y no hacerlo, me desconcertaba saber que cada cosa que ocurriera con él me dejaba aún más enmarañada, pero me llenaba de impotencia no ser capaz de desviar mi atención.

No ignoraba para nada el hecho de que él lo había negado todo, consiguiendo además que todas mis suposiciones se hicieran polvo en un sólo segundo.

Mantuve la ventana cerrada nuevamente con el temor de que pudiera volver a visitarme cuando menos me lo esperara para enfrentarme. No obstante, él no apareció. Su habitación continuó igual desde aquella tarde y tan intacta que me recordaba incluso cuando él aún no estaba allí.

El día siguiente a nuestro encuentro me conduje rápidamente a casa después de la universidad con la idea de que podría volver a enfrentarme al verme, pero eso no pasó aquel día. Ni el siguiente, ni el próximo. Después de unos días ya no contaba con volver a verlo, pensé en que probablemente se habría perdido por allí algún tiempo, pues sus cosas en su habitación nadie las había tocado. Me produjo un tipo de mal sabor pensar que aquello había sido por mi culpa y que si había estado equivocada todo el tiempo había arrastrado conmigo a alguien que no tenía nada que ver.

Continué la semana intentando ignorar todo lo que tuviera que ver consigo, aunque contradictoriamente, una parte dentro de mí ansiaba verlo de nuevo.

Mamá se sentó a la mesa con el último plato de tostadas que había preparado mientras Mercedes y Gerardo, mi padre, degustaban de su jugo de fresa con ojuelas de cereal. El jugo de naranja me había venido bien casi todos los días, pero últimamente comenzaba a sentir que el sabor agridulce me llegaba a la garganta.

-Nos vemos más temprano hoy-habló mi padre-No he olvidado que llevaremos a Mercedes y a Tatiana a casa de su amiga.

Mi hermana cambió de cara, intentando ocultar su fastidio.

-Papá, sé que te preocupa la distancia, pero ya te dije que podemos tomar el autobús. Es imposible que nos perdamos -dijo ella.

-De eso estoy seguro Mercy, pero no de que vayan a tomar el camino correcto -ironizó.

Mercedes rodó los ojos.

-No sé si no te has dado cuenta de que ya no soy una chiquilla -se quejó.

Pero todo lo contrario a enojarse, mi padre tomó aquello con total tranquilidad.

-Cariño, así tuvieras treinta años seguiría preocupándome por tí como si tuvieras dieciséis.

Mi hermana suspiró.

-Esta bien, Mer -le dijo mamá-Deja que yo y tu padre las llevemos. Ya tendrán el resto de la tarde para ustedes.

-Pues no me queda de otra -respondió-Gracias al cielo que el papá de Tatiana no es tan anticuado, porque serían dos -pronunció lo último a regañadientes.

Cuando caiga la luna. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora