11. Canto Bajo La Lluvia

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Rubén

Por más que yo tratara de ocultarlo, él siempre lograba dar en el clavo. Sabía que no podría ocultarle por mucho tiempo lo que me pasaba, pero trataría de resistir hasta que ya no pudiera más.

Y cuando me dijo que podía confiar en él, esas palabras tan simples se transformaron en un respiro de aire fresco en medio de una cueva sofocante. Agradecí a niveles inimaginables que él fuera mi mejor amigo, no cualquiera podía llegar y decirme esas palabras con tal seguridad.

Hundí aún más mi rostro en su pecho, tratando de quitar las lágrimas con su camisa, pero lo único que provocaba era que me impregnara de las gotitas que se deslizaban sobre la tela. Suspiré y mis labios se apretaron para evitar soltar un sonoro sollozo, pero estos buscaban la manera de hacerse escuchar desde mi garganta.

Sus manos me refugiaban de la incesante lluvia que dejaba caer a sus lamentos sobre Madrid. Sus brazos desnudos cubrían mi espalda totalmente fría y húmeda, y logré encontrar un refugio entre ellos. Se meaba dulcemente, y pude comparar sus movimientos con una danza cálida, movía sus pies con sintonía y yo le seguía con torpeza. Mis manos estaban refugiándose de la brisa entre nuestros pechos, el único lugar donde había un poco de calor físico.

-Las sillas están tan cerca –escuché detenidamente y caí en cuenta de que él había comenzado a cantar. Las lágrimas aun resbalaban por mis mejillas, opacando la frialdad de la lluvia sobre mi piel con su calor. Separé mi rostro levemente de su pecho y levanté la mirada hasta que esta se detuvo en su rostro.

Él no me miraba, creo que ni siquiera fue capaz de percibir mi mirada sobre él, ya que sus ojos estaban fijas en la cuidad que extendía su gala frente a nosotros. Su boca se movía como si tuviera vida propia. Las vibraciones de su garganta repercutían contra mi mejilla, sus susurros y tarareos en mis tímpanos y parte de mi corazón.

Nosotros compañeros, tenemos historias que contar.

Siempre es así, así que vivimos bajo las nubes quemadas.

Yo no tenía conocimiento de en donde había aprendido esa canción, pero lograba calmarme hasta cierto punto. Su voz acunaba entre sus brazos a mi espíritu, así como su cuerpo al mío. Todo era algo... efímero. Sentía que ese momento podía terminar en cualquier momento, que era un estado de ensoñación en medio de mis pesadillas, que era una luz en medio de mi penumbra. Pero mi interior se retorcía ante esa idea, porque sabía que eso era real, que no había algo más tangible que sus brazos rodeándome y algo más dulce que su voz cantando, con la lluvia y el viento acompañando su acapella.

Ya que las estrellas no brillan.

Todos queremos un rayo de luna en nuestra ciudad.

Observamos nuestra propia luz.

Canta con esperanza y el miedo se habrá ido.

¿Por qué?, ¿Por qué siempre sabía qué hacer? En las pausas él comenzaba a tararear o soltar el aliento suavemente entre sus labios, sin llegar a formar un silbido. Su voz llegó a ser ronca y entrecortada, pude ver como fruncía el ceño y tragaba dificultosamente. Me escondí nuevamente, pero esta vez en su pecho y en ese momento era yo él que comenzó a tararear.

No tenía ni una sola idea de cuál era el tono o la letra de lo que Mangel antes cantaba, pero sus susurros anteriores me ayudaron para poder emitir los sonidos graves a través de mi garganta. A pesar de que su voz doblegó, sus pasos y movimientos no lo hicieron, seguía acariciándome y meciéndose, sin importar lo fuerte que la lluvia y mi llanto podían llegar a tornarse, él nunca se detuvo.

Estrellas Latentes (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora