Hurgar

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 Resopló sonoramente al momento en que desplomó toda la carga de su cuerpo en su rectangular colchón individual. De perfil, con los ojos fijos a su ventana con las persianas bajas, esquematizó todo lo que había pasado en Starbucks.

Los cortos espacios de las persianas blancas, dejan trascender la potente luz de los relámpagos de un lunes por la noche. Segundos más tarde, aparecen los truenos en su más alta calidad de audición; un estruendo bestial salido de la boca del lobo. Elizabeth percibe, como si cayeran sobre su palma, las primeras gotas de lo que se pronostica, un diluvio. Oh, hermosa calidez líquida. Elizabeth lleva sus rodillas hasta su pecho, reconfortándose con su calor corporal. Oh, hermoso sentimiento es el que siente.

Se levanta sin más, dirigiéndose hasta su ventana. Levanta las persianas con el sencillo mecanismo, hasta donde no den más. Corre las cortinas a cada costado, ampliando toda la vista que obtiene desde su posición del primer piso. Observa con deleite al cielo oscuro y pesado, rojizo y grisáceo. Es una tormenta, que desde un punto de vista estético superficial, bellísimo. 

Se siente sobre los bordes de su cama, contemplando su ventana. Se siente rara… muy extraña.

Y como si el tema la invitase a ella, comienza a recordar su historial…, su vida amorosa. Concluye en que nunca la tuvo, o que por lo menos nuca la vivió.

¿Por la brevedad de edad? ¿Por su frialdad o indiferencia colocadas en el manejo de este tipo de asuntos? ¿O por su comprendida cobardía en entablar a los que se llama: “una relación”?

Comienza a sentirse afligida, hasta culpable, por el mero hecho de no haber vivido una relación seria. Pronto su adolescencia terminaría, su lapso vencería, y ella… evitando cualquier tipo de experiencia rica para su vida como persona. Baja los hombros, perdida, al recordar a los únicos chicos quienes la han besado: un amigo que no lo volvió a ver más; un compañero de clase, a que todo el mundo lo señalaban como “el rarito”; y otro amigo quien era el vecino de su amiga, Sara.

Sara… al pronunciarlo, manifiesta niñez y frescura, siendo ésta tan, radicalmente, lo opuesto. No la volvió a ver hasta fines del dos mil doce.

Suspira con pesadez. Vuelve a su punto de partida. ¿Qué hay de su vida? ¿Cuál sería la respuesta que expondría a toda pregunta que le formularan sobre su vida, sobre lo que es, sobre quién es? Elizabeth, por poco se reprime, se siente una pequeña personita aburrida, que no tiene nada, nada para contar, para filosofar, para aconsejar con anécdotas suyas del pasado.

Y todo esto, es porque… ¿evitó cualquier experiencia que afectara su regular comportamiento monótono? ¿Desde cuando es partidaria de la estabilidad, en su vida? Comprendió que, al ser una chica joven, debía tomar desde las riendas, nuevos rumbos; abrir nuevos capítulos que endulcen su visión respecto al mundo. Debía experimentar, puesto que lo necesitaba.

¿Cómo? Pensó que —desde un punto de vista filosófico—, al conocer personas, iba a adentrarse a sus mundos, que tendrían que ser paralelos al suyo. Algunos buscan situaciones distintas, con el fin de vivirlas a pleno, y de paso conocer a las almas quienes la integran. En este caso, el de Eli, optó en buscar personas que la inviten a sus escenarios, a sus mundos, involucrándose a toda realidad distinta a la de Elizabeth.

La pregunta central es… ¿a quiénes conocía ella? Su amiga se fue. Sus poquísimos amigos son de la vida sencilla y simple. Sus familiares… no, sus familiares no.

Y de esta manera concluye con definición precisa: capaz no parece interesante; capaz… ligado a la antigua y a una monotonía causada por sus labores, sin embargo, prefiere acercarse más a Armando. Conocerlo. Establecer una relación, de amigo a amigo, con un hombre mucho mayor que ella. Aferrándose desde este punto: mayor que ella, Eli entiende que debe ser rico en anécdotas, experiencias. Armando —sin dudar—, tiene un historial, que Elizabeth insinúa en que le encantaría escuchar, y de… ¿por qué no?, aprender.

Libertino XXI (Nouvelle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora