15. El día más largo

2K 268 26
                                    

Elliot abrió los ojos al notar que su gato le rozaba la pierna. La sala estaba soleada, como si el mundo hubiera recuperado la luz, como si anoche no hubiera caído ni una gota. Vio que sobre su pecho dormía Lyeen. No recordaba cuándo había pasado, pero se sintió tremendamente feliz. Cerró los ojos y se aproximó más a ella. Tenerla tan cerca, poder oler su aroma a vainilla, poder rozarla con los dedos. Elliot no podía creerse que fuera tan afortunado de haberla besado. «Fue el mejor beso del mundo».

—Vaya, vaya. —Elliot se giró y vio a su padre apoyado en el alféizar con un café en la mano—. Buenos días.

Elliot resopló y miró al techo, porque sabía lo que vendría ahora. Con cuidado miró a Lyeen, que se movió unos centímetros. Al notarlo se levantó con cuidado y con celeridad salió hacia su padre para empujarlo hasta el pasillo.

—¿Pero qué pasa? —preguntó Michael—. ¿No ibas a contarle a tu padre que tienes novia?—Miró de nuevo a Lyeen que continuaba dormida—. Y además es muy guapa...

—No es mi novia —dijo Elliot sacándole de la puerta— y ni se te ocurra acercarte a ella.

—Vamos, jamás me ligaría a la novia de mi hijo. ¿Qué clase de persona crees que soy?

Elliot resopló y fue hacía la cocina, siguiendo el aroma a café recién hecho. Su padre era capaz de convencer a quien quisiera. «Con sólo cinco minutos, convencería hasta a una novia enfrente del altar para que se fugara con él».

—Elliot, vamos, no te enfades.—Lo siguió—. Soy tu padre, si necesitas consejo...

—¿Consejo? —Rió sardónico—. ¿Tuyo?

—Vamos, dices que no es tu novia. —Michael se sirvió otra taza de café—. Yo puedo ayudarte a que lo sea...

—Papá, ayer apareciste en mi universidad, borracho como una cuba. De nuevo. —Se tomó un ristretto de un trago—. Dime, ¿que clase de ayuda podrías darme tú?

Su padre se quedó callado y se apartó el cabello rubio.

—Lo siento, yo...

—Buenos días. —La voz de Lyeen los interrumpió.

A Elliot le pareció que estaba preciosa, con su camiseta azul de Star Wars, que le llegaba hasta las rodillas.

—¡Buenos días! —Su padre se acercó a ella—. Soy Michael Caws, encantado. —Asió la mano de Lyeen y la besó.

—Yo soy Lyeen García —se presentó sonrojada—, encantada.

—¿García? ¿De dónde proviene tu familia?

—De España, señor Caws.

—Oh, nos encanta España. —Pasó el brazo sobre el hombro de Elliot—. Estuvimos en Barcelona de vacaciones, ¿verdad? —le dio un golpe en su espalda—. Elliot sabe hablar español.

—Papá...

—Por la cara que pones no lo sabías. —Le tendió una taza de café a Lyeen, que asió obligada—. A Elliot no le gusta presumir pero habla ocho idiomas.

—¿Ah, si? —Lyeen miró seria la taza. Elliot sabía que a ella no le gustaba el café y llenó la tetera de agua.

—¡Elliot es un genio! Cuando era niño, nos dijeron que tenía memoria eidética*. Adelantó tres cursos.

—Papá...

—¿Tampoco lo sabías? —Se cruzó de brazos—. Tengo que contarte todo. Vamos os invito a desayunar. ¿No quieres beberte el café?

—Pues...

—No le gusta, papá —dijo Elliot—. Y creo que deberías de irte, tenemos que ir a la universidad. —Miró la hora y vio que eran las siete y media.

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora