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'El ingrediente secreto siempre es amor.'

El rostro de la señora Agreste se iluminó con satisfacción y reconocimiento cuando identificó otra cabellera rubia tras el puesto. Chloé sonrió resplandeciente también cuando divisó a Adrien con sus padres.

—Señor y señora Agreste, es un gusto tenerlos el día de hoy con nosotros aquí, en esta exposición. Díganme, ¿cómo la están pasando?

Adrien sabía que Chloé era del total agrado de sus padres ya que era alguien "de su clase", hija de buenos inversionistas y negociantes.

—Esto es un concepto interesante. No estaba enterada de que este tipo de actividades eran dadas en este colegio.

—Oh, le aseguro señora Agreste que ésta es una de todas las actividades que hacemos aquí.

—Una buena escuela siempre explota el potencial de los alumnos —comentó el padre de Adrien, reconociendo aprobatoriamente la razón de aquel evento.

—Exacto. Ahora, sí me lo permiten me gustaría mostrarles nuestro producto. —A juzgar por la sonrisa de la muchacha, ella estaba planeando algo—. Y para hacerlo necesito de Adrien, ¿me lo prestan un rato?

Para sorpresa de Adrien su madre tardó más tiempo en divisar a Chloé que decir que sí. Su amiga rubia le pidió que la siguiera detrás del stand, y dejó con sus padres a una muchacha pelirroja con grandes lentes.

—Estás muy formal, querido —apuntó la chica cuando estuvieron sin adultos que los escuchasen.

—Fue por mi madre, sabes cómo se pone cuando no estoy "presentable".

—Oh, claro que lo sé. Y es una sorpresa que te haya dejado los jeans puestos. Pero bueno, mejor continuar con este plan.

Adrien le sonrió a Chloé. Y la muchacha se agachó para abrir una contenedor de plástico donde estaban etiquetados y empacados sus productos. Adrien se dio cuenta de que era ropa. Chloé tomó unos tres paquetes y cerró la caja nuevamente.

—Tendrás que ponerte esto.

— ¿Ah, sí? ¿Y en dónde? No creo que tengas probadores portátiles por aquí.

—Confía en mí, querido.

Chloé le regaló una sonrisa antes de extender la mano y exclamar el nombre del muchacho por el que estaba ahí.

— ¡Nathaniel, ven ayudarme por favor!

Adrien escuchó su voz y su espalda de tensó. Chloé tomó uno de sus hombros y lo apretó con ternura.

—No te hará nada. No te preocupes. —Chloé le guiñó un ojo a Adrien, antes de voltear y mostrar una cordial sonrisa (extraña en ella cuando estaba en la escuela) al pelirrojo que algo dudoso se les acercó—. Oh, Nathaniel, necesito que me ayudes con el hijo de nuestros clientes. Se llama Adrien Agreste y necesita un lugar para probarse la mercancía. Los dejo, ¿vale?

Y sin obtener una respuesta, y claro que sin esperar una tan siquiera, se fue de ahí. Adrien se volteó para encarar al chico por el que estaba ahí. Nathaniel lo miró con algo de sorpresa en su mirada. Adrien sonrió apenas.

—Hola.

Okey, una palabra salió de su garganta sin titubeo alguno.

—Hola —respondió el pelirrojo—. ¿Así que... clientes?

—Mis padres se interesaron en el evento y me obligaron a venir —explicó, sorprendiéndose por la seguridad con la que proseguían las palabras.

Nathaniel asintió, comprensivo.

—Okey. Yo te ayudo con eso, ¿vale?

Adrien le entregó los tres paquetes diferentes de prendas. Nathaniel le indicó con un movimiento de cabeza que le siguiera el paso. Y comenzaron a avanzar, Adrien siguiendo a Nathaniel para llegar a "los probadores" más cercanos, o sea los baños.

Adrien se tomó un momento para observar a Nathaniel. El muchacho traía una camisa blanca bajo un chaleco negro, unos pantalones de vestir y unos zapatos Oxford, ambos casos negros. Afortunadamente Adrien pensó que al pelirrojo le sentaba bien el negro. Y también se preguntó si ése era el uniforme del puesto, no le había prestado nada de atención a las ropas de Chloé.

Nathaniel guió a Adrien hasta los baños, donde una gran etiqueta con el logo y el nombre de su "empresa" aparecía en ambas puertas, al parecer esos baños les pertenecían a ellos por un día. El baño estaba vacío y bastante limpio, considerando que era un simple baño de colegio. Nathaniel se fue a apoyar a donde los lavabos para abrir las bolsas plásticas con cuidado de no romperlas.

—Así que... ¿esto es una coincidencia o es un plan?

Adrien se sintió como un niño con las manos en la masa. Una sonrisa algo rígida apareció en su rostro, siendo reflejada en el espejo que Nathaniel tenía enfrente.

—Necesitaba verte.

Nathaniel tenía la mirada baja. Sus manos, ocupadas intentando desenvolver la ropa de los paquetes. Tal vez Adrien no lo notó, pero le temblaban las manos.

Adrien sintió algo de miedo, ¿Nathaniel no había dicho que también quería verlo? ¿No lo emocionaba realmente? ¿Le habría mentido?

— ¿No estabas castigado o algo así? —preguntó Nathaniel al desempacar el último paquete.

—Lo estoy.

Nathaniel se volteó con las prendas en las manos, y levantó una ceja, cuestionando el asunto.

—Pero a mis padres se les ocurrió la grandiosa idea de que podía aprender algo viendo cómo juzgan nuevos productos.

— ¿En qué trabajan?

Nathaniel se le acercó.

—Es complicado de explicar.

— ¿Qué tanto?

—Mucho.

¿Cuándo se habían acercado tanto? ¿Qué se supone que deberían hacer ahora? Probablemente Adrien debería cambiarse de ropa y regresar con sus padres, tal vez Nathaniel debería dejarle la ropa, ver qué le quede bien, y regresar a su puesto de trabajo. Pero no querían hacerlo, y parecía imposible para ellos apenas pensar de hacer eso.

— ¿Y qué hacemos ahora?

—No lo sé.

Turquesa y esmeralda, joyas encaradas, cristales del alma. Adrien tenía la sensación de conocer esos ojos desde la primera vez que los había visto. Tal vez lo hacía desde mucho tiempo atrás. Tal vez ésta era la tercera vez que veía esos orbes. Su corazón latía fuertemente contra su pecho, llenando el silencio que aturdía sus oídos. Una de sus manos fue a acariciar la mejilla del otro. <<Es la tercera vez que te veo en mi vida. No te conozco>> le repetía la parte lógica de su mente.

—Cuánto te he extrañado —dijo una parte instintiva, antigua, escondida y olvidada desde lo más profundo de su ser.

Nadie más estaba con ellos como para observar un ligero brillo morado saliendo de sus brazos izquierdos, donde las primeras palabras que se dijeron habían aparecido de la nada unas semanas atrás.

Digamos que así inicia el maratón. ¿Quién está preparado para esto? Porque yo no. 😂😂

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora