Pequeña aunque feroz, de carácter fuerte y decidida, determinada como ninguna otra en el reino, de edad corta y de inmensa cabellera esponjada. De vista electrizante, reflejante de su odio a los Berfield, los ojos marrón probocaban el temor en aquellos que se le quedaban viendo fijos.
De todos los Stone era la única que lograba imponer temor ante los enemigos y una que otra vez con los amigos, y era peor con los familiares pues sabían de que era capaz. De haber sido hombre, quien se sentara en el futuro trono era Samantha y no Albert. Lamentablemente la vida no termina siendo justa para nadie, y cuando la justicia llega, es demaciado tarde o inecesaria.
Para su infortunio, o no tanto, eso no se demostraba en la ceremonia real, el vestido azúl crespo sin mangas ajustado a la cintura con un escote profundo en la espalda y unas zapatillas azúl cristal la hacían ver la niña más inocente de diez y sies años que el mundo se veía capaz de ver. No era así. Sus hermanos; Jacob de veintidos años y Daniel de veinte años. Ambos con futuros prometedores, no tanto como el de Albert, la opacaban. Los Stone era una casa de gran linaje que imponían por sus grandes estaturas y exhuberantes músculos. Ella lo máximo que lograba de exhuberante era el cabello.
Pasaron diez minutos para que el anfitrión principal, Jaime Berfield y la esposa, Sofía Berfield se presentaran de nuevo al salón.
Ambos mostraban unas caras cargadas de penas y angustia al entrar al lugar. Sofía parecía haber visto un fantasma, su piel se torno de un blanco espeso que era horroroso a la vista del hombre.
Tomaron asiento sin mencionar nada.
-Quiero proseguír con el acontecimiento más importante y significatico de la ceremonía -Anunció Sofía tan jovial que era imposible no pensar que había sucedido algo en el transcurso de los minutos con su padre- , Mis Lords y mis Ladys. Quiero que por favor los cocineros pasen con el pastel más glorioso que han visto los once reinos.
La gente, como era de esperarse, se alboroto desde sus entrañas, de ahí se forjó saliendo a luz con la llamada que necesitaban: palabras de la reina.
Los cocineros de mantas negras, botones blancos en la parte derecha del pecho y unos pañuelos a modo de gorro, entrarón con una enorme tabla de base sobre ruedas donde el pastel se transportaba. Era gigantesco, parecía incluso estár cubierto de una enorme capa de chantillín en su alrededor. Mostraban una sonrisa radiente y natural al público real que presenciaba la entrada honorífica de un pastel de tal magnitud. Cabe decír que sólo eran dos cocineros. Llegaron justo enfrente de los novios y se posaron aún alegres.
-Quiero hacer entregar ante usted, mi reina. Y ante usted, mi nuevo rey, el pastel de bodas que se ha hecho con honor y con orgullo por la casa Muniz, de Carler.
-Una casa muy honorable y honesta por lo que sé -Interrumpió Albert. Soltó una sonrisa amigable.
-Y lo seguirá siendo así hasta que el último de nuestra casa muera -hizo una reverencía y salió junto con el otro cocinero que no era más que su pinche.
-Bien, mis Lords y mis Ladys -Comentó Sofía- Es hora de que el pastel sea partido en dos -No prosiguió hasta que las caras de los presentes se desvanecieran hasta fundirse en tención y no en emoción-. Y no lo haré yo, no lo hará mi esposo… Ordeno que lo haga la hermana de mi esposo, Samantha.
Samantha no era la única que tenía odio hacia alguien en el momento. Sofía encarnaba al rencor en persona, tal vez era porque Albert y Samantha tenían una fuerte conexión desde niños, llevándose sólo dos años de diferencia era más quee natural. Y esa maldad se veía heredada por su padre. El público quedó en silencio abrumador, en susurros especulativos, en aquellas miradas de asombro y decepción.
Quedaron, simplemente, atónitos. Samantha en cambio dejó ver una sonrisa falsa, un regalo de bodas y honor que se le otorgaba. Se irguió en su mismo asiento, sacando el pecho.-Me honra su osadía, su alteza. Sin embargo creo que no me veo en el honor de hacer algo que los festejados deben hacer, mi reina -Espetó sería, calmada.
-El honor es mio, mi lady -Corroboró Sofia. Ella transpiraba su cinísmo. Para Albert era incómodo, más que nadie. Prefirió agachar la cabeza, evitar inmiscuirse en asuntos que no eran de su interes.
-Los esposos deben partir el pastel -Intervino sin previo aviso aquél que destruía la tensión del lugar: el padre de Sofía. Jamie Berfield-. Es hora de que hagan lo que los esposos deben hacer en la ceremonia. Es tradicional.
Sofía volteó a ver a su padre, y el rostro le cambió a odio y desprecio. Una mirada retadora le fue devuelta… unos segundos después sonrió de nuevo. Tomó la copa de su mesa y la alzó.
-¡Por las tradiciones! -Al unísono todos los demás brindarón. Alzaron las copas y bebieron… bebieron hasta que el vino y el licor se acabo. Y las aguas agridulces de sabor ácido que adormecían los labios y apagaban el sentido de la lengua, se vieron extintas. Todos caían en sus asientos, dormidos, hébrios, somníferos. El sentido común se marchitó y parecía que no dejó nada.Sofía estaba ahora sola, el tiempo de consumar el matrimonio era cada vez más corto, más insufrible para ella. Por detrás la abordó Samantha, neutra.
-¿No podías esperar para atacar? -Comentó Samantha posándose a un lado de ella. Seria, controlando la calma.
-No quería hacerlo -Su honestidad fue clara-. He pasado por muchas cosas y créeme que saber que ahora estoy comprometida con tu hermano, el menor de los varones, es lo peor que me pudo pasar.
-Es lo mejor que te pudo pasar -Ninguna compartía la mirada, sólo veían fijas hacia enfrente-. Albert es un pequeño con corazón noble que no sabe lo que hace. Es inocente.
-Su inocencia no proboca algo en mí. Bueno, sólo la lástima.
-La lástima puede ser su virtud.
-La lástima es lástima y proboca eso. Pena en la gente -Espetó con desprecio.
-¿Y cómo crees que se siente él al darse cuenta que está casado con alguien que le dobla la edad? Que puede ser incluso su madre.
-Placer…
Samantha se consternó y la miró espantada.
-Asi es -Prosiguió Sofía-, él siente placer por estar con alguien de mi edad. Y yo no siento más que asco por estar con alguien de su edad.
-Qué vas a saber tú de estar con alguien si toda tu vida la has pasado sola.
-Una vez estuve con alguien -Confesó sin pena. Como si fueran amigas de toda la vida y el pudor no existiera y las confesiones brotaran igual que los pétalos de una rosa en primavera-. Me enamoré. Escapé con él dos noches y dos días. Tenía veinte y me doblaba la edad. Era un hombre musculoso y fornido, las venas de los brazos se le resaltaban y eso me probocaba placer. No sólo que hayamos huido, sino que era alguien mayor con tantos años vividos, tantas historias que podía contarme y que podía tratarme como su hija y su amante a la vez. Y la última noche en que estuve con él en una chosa de paso, los guardias reales llegaron y malinterpretaron todo. Estaba desnuda y él también -Guardó silencio. Ninguna lágrima se desbordó y eso significaba que estaba superado su amor fugaz-… alguien mayor con quien vayas a estar te proboca placer. Tu hermano es un niño que no pertenece aquí. No pertenece ni vivír.
Samantha decifró sus palabras, la manera en que la probocaba. Quería que atacara, que sacara su arma y la matara, que los guardias la atraparan y la enjuiciaran para luego morir por el verdugo. Quería eso, y más aún, quería morir. No estar con el niño y tener que vivir con él. Eso quería…
-Pero ahora me toca estar con él y tener un hijo -Continuo disgustada-. Darle un heredero y podré morir en paz…
Dio media vuelta y se marchó sin despedirce. De entre las sombras que impedían la vista a más de cinco metros, sus gorillas salieron tan furiosos que echaban chispas de sus fosas nasales…
Samantha aguardó ahí un momento más, esperó hasta que pudiera razonar, estar consciente de lo sucedido. Duró unos segundos. Después, se fue por el mismo rumbo por el que llegó.
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CRÓNICAS DE GAWR
Ficção CientíficaEl mundo de Gawr guarda muchos secretos. Y a raíz de ellos la guerra comenzará. Cuando Mark II Stone se entere, la guerra comenzará. Cuando las casas Kramer y Ebright se enterén, la guerra comenzará. Cuando Dia se enteré, la guerra comenzará. Y co...