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Uno tiene que aprender a habituarse a lidiar con los miedos infantiles cuando se convierte en padre, sobre todo teniendo una niña pequeña en casa. Sabes que ellas pueden ser las más susceptibles a la oscuridad, incluso aunque les dejes la lamparita puesta en la mesa de noche. Pero a ti no te importa mucho que tu hija te llame en medio de la madrugada o se atreva de a salir de la cama para entrar en tu habitación.

No te molesta, aunque casi todos los días debas levantarte a las seis de la mañana para ir a la oficina. Gajes del oficio de ser padre.

Por eso no te extraña demasiado cuando esa noche, sientes un par de manitas sacudiendo tu hombro y un susurro infantil que intenta despertarte. Tu parpadeas hasta que tus ojos se acostumbran a la oscuridad. Miras enfrente de ti y te encuentras con la silueta familiar de tu hija, que te mira con sus pupilas llenas de miedo.


A pesar de todo, sonríes. Te tomará unos minutos antes de que puedas volver a dormir.

—¿Qué es lo que ocurre, cariño? —le preguntas.

—Tuve una pesadilla, papi —te contesta.

—¿Quieres venir a la cama y contarme todo, tesoro?

Esperas a que se meta entre las sábanas como de costumbre, pero la ves negar con la cabeza y aun entre la penumbra, distingues la expresión que se ha apoderado de sus grandes ojos infantiles. Es de terror. Terror puro y llano.

Es extraño, pues esto va más allá del miedo que habitualmente tiene la niña cuando se despierta de un mal sueño, cuando cree ver la sombra de un espíritu escondido en un rincón de su habitación o está convencida de que hay algo espiándola desde el armario. Por un breve segundo, algo de ese terror instintivo también se apodera de ti y temes insistir en saber lo que ha soñado.

Como si algo malo estuviera a punto de suceder. No obstante, desechas la idea al instante y vuelves a sonreír mientras extiendes una mano hasta su pelo.

—¿Por qué no quieres contarme, cariño? —inquieres, notando como tiembla debajo de tu palma.

Y entonces su respuesta te deja helado.

—Porque en mi sueño, cuando yo terminaba de contarte lo que había pasado, la cosa que traía puesta la piel de mamá se levantaba —susurra tu hija.

Es justo en ese instante cuando notas que tu esposa, justo detrás de ti, comienza a moverse. Pero no eres capaz de voltear. Mantienes el rostro fijo en la cara aterrorizada de la niña, mientras las sábanas se mueven en la cama y el cuerpo restante que ocupa el colchón termina de sentarse.

Sabes que te está observando pero no quieres mirar, no puedes mirar. Todo aquello tiene que tratarse de otra fantasía infantil y en cualquier momento, tu mujer preguntará también que es lo que está sucediendo.

Sin embargo ella no habla.

Y entonces tienes la certeza de que ella no es tu esposa.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2018 ⏰

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