Despertar con la sensación de ser pequeña marea que con calma y delicadeza en su superficie termina de morir al pie de la costa. ¿Has visto el interior de esa ola? Arrasando con la poca fuerza que tiene y toda la arena a su paso, generando turbulencias entre sus corrientes, chapoteos, burbujas que desaparecerán a su orilla, reusándose a morir, pero muere... me siento marea.
Me ahogo en mi ser, de nuevo, pero a lapsos intermedios donde con fortuna, logro salir a respirar paz. Ser tan cambiante me a enseñado a sopesar la realidad que varía como mi ser, a moldear mi superficie por bien de otros y hasta de mi misma. Ver en el espejo alguien que no se reconoce es muy normal para nosotros, los que se juzgan, los que aparte de soportar el caos exterior deben soportar el interior, el inherente, el patológico. Y por esto ya no es sorpresa encontrarme de nuevo buscándome, sorpresa es quererme buscar cada vez menos, quererme cada vez menos, ser menos, cada vez más; he imaginar con frecuencia un alterno que me saque de este desasosiego de nuevo, es pedirle a la vida que me deje respirar en exceso, y que me transforme en sopor infinito, donde salga el sol, y yo sea mar abierto.