[ POV Ana ]
Fui conociendo poquito a poco a la gente del pueblo. Pero ninguno me atraía como lo hacía mi misteriosa vecina.
Cada vez que podía me asomaba por mi ventana a ver la casa de al lado.
Todavía tenía en mente acercarme a ella pero no sabía como.Quizas podría pedirle ir de fiesta... No, demasiado descarado.
Ir a tomar algo, aunque la verdad es que suena algo cliché...
Podría pedirle dae un paseo... Mierda eso también es muy cliché.Joder Ana. Eres lista, piensa con esa cabezita maravillosa tuya.
Mientras que yo estaba con mi cacao mental vi que Agoney hablaba con el chico rubio mientras se acercaban a la puerta de casa.
— Oh, vaya vaya... – Dije sonriente. – El barquito del amor va viento en popa a toda vela.
Al llegar al portal se miraron un tanto vergonzosos después de haberse reido por algo.
Vamos hermanito, no me defraudes y besale los morros al rubio.
Estuvieron a punto de no ser por la dichosa vecina que apareció de la nada.
¿¿Pero qué hacía??
Agoney le miró asustado mientras que el chico le saludó calurosamente.
Se notaba que no la conocía de nada.
Finalmente el rubio se acabó yendo y Agoney le lanzó una mirada molesta y le dijo algo a Miriam, esta solo se encogió de hombros.Le dijo algo y vi que Agoney le contestó molesto.
Ella miró a mi ventana.Saludé.
¿Por qué saludaba como si fuera una tonta?Ana por favor deja de mover la mano, gracias.
Agoney entró molesto a casa mientras que Miriam me hizo señas para que bajase con ella. Directamente no dude y bajé casi volando las escaleras.
Calmé el ritmo cuando pasé por el umbral de la puerta de la entrada sonriéndole con toda mi amabilidad.
[ POV Miriam ]
Mientras que leía Amaia no dejaba de mirarme fijamente y molesta.
— ¿Qué? ¿Qué quieres? – No contestó. – ¿Por qué me miras tanto? – Ella bufó y se levantó. – Si es por que estuve el otro día con la vecina lo siento, ¿Vale?
Fue a la cocina y yo fui tras ella, sacó unos cereales, los echó en un bol y empezó a comerlos. Molesta se giró y me miró.
— No entiendes una mierda. – Era la primera vez que me hablaba tan molesta.
— ¿Pero a ti que te pasa? – Ahora la que estaba empezando a estar molesta soy yo.
— Dirás qué no me pasa. – Hizo una pausa para ver si yo le contestaba. – ¿Por qué no has vuelto a quedar con ella? – Iba a contestarle. – No, Miriam, no. No me sueltes excusas de mierda. – Me quedé flipando.
— ¿Qué quieres que haga, eh? ¿Invitar a salir a una chica a la que no conozco de nada? – Se cruzó de brazos.
— Pues si. Ese sería un buen camino Miriam. – Frotó su mano con su cara irritada. – Miriam, hace tiempo que no has visto a nadie así desde...
— Ya. – Le corté. – Pero no eres nadie para dirigir mi vida. – Me pasé diciéndole eso.
— ¿Sabes que? Mira, sigue haciendo eso de perder el puto tiempo viendo la televisión, leyendo y cantando y escribiendo canciones tristes. – Me iba a ir pero me siguió. – Si, eso vete. Que cobarde que eres Miriam Rodríguez.