Aquí estaba, de espaldas a mi puerta. ¿Quien lo diría?
Una raya más al tigre.
Otra noche donde te recordaría, a tu hermoso cabello, a tus vividos ojos, tu dulce risa, tu olor a libertad.
Miraba la pulsera que me diste, de tu color favorito, el lila.
El color de mi desesperación.
Yo fui tuyo en alma, cuerpo y corazón, nunca lo negaré. ¿Como podría?
Y nunca quise aprisionarte, ni atarte. Al hacerlo pederías tu encanto, cual el de un ave volando libre. Sin embargo siempre pensé que regresarías a mí.
Oh, que ingenuo fuí. Tanto que te busqué en todas partes, y te encontré ahí en tu hogar, en donde debí haber buscado antes. Te encontré en los brazos de alguien más, con una sonrisa que nunca me habías mostrado, tan radiante y a la vez tan tímida, tan hermosa.
Tanto que casi me hace olvidar el dolor de mi corazón rompiendose, casi.
Tu cara palideció al verme, mi amor. Casi corro a tu lado a revisar tu bienestar.
Lo habría hecho de no estar otro a tu lado.
Te vestiste tan rapido como tu agitada mente te lo permitió. Miré al otro sujeto que no sabía nada al parecer, le gritaste que se fuera a pesar de sus preguntas.
Le di una mirada al tipo, no parecía un mal chico, le dije: "llamala en la mañana." Con una sonrisa que bien podría haber sido un cuchillo.
Te escondías detras de tus manos. Llorando.
Parte de mi quería que pararas, cada lagrima era un golpe a mis entrañas, quería correr a tu lado y consolarte, perdonarte.
Pero el sentimiento que se retorcía en mi corazón me dejo anclado a la puerta. La cerré y me sente de la misma manera en la que estoy ahora mismo.
Tu rostro se levantó con miedo al oír la puerta cerrarse, pensaste que me había ido. Pero se contrajo en una expresión de alivio y culpa al ver que me había quedado.
Me pediste llorando que te perdonara, que fue un error, que no volvería a suceder, que me amabas.
Te dije que no.
Que lo basico de los errores es aprender de ellos. Que este ya era uno que se había vuelto muy común para ambos.
"¿No fui suficiente para tí?"
Fue lo unico que atiné a decir mientras me levantaba, lo triste de este repetido escenario era demasiado para mí.
Mi corazón ha estado en pedazos desde entonces, mis noches se limitan a ver nuestras fotos y a despedazar poco a poco nuestros recuerdos.
Descubrí que la melancolía y la tristeza me sentaban bien, tal vez eran mi estado natural.
Escuché el timbre sonar, y un golpeteo en mi puerta.
"Se que estás ahí."
Oh, cuán desconsolada sonaba tu voz.
"Habla conmigo, por favor, insultame, degradame, lo merezco, dame todo menos este silencio."
Cuanto deseaba el abrir la puerta y abrazar tu fragil pero audaz silueta. Llorar y decirte que estaba bien.
Pero, de los errores se aprende, y yo no iba a repetir este. No, no por Dios sabe cuanta vez.
Y ahí te quedaste, siempre fuiste inteligente, cual perro guardián te quedaste esperando al lugar donde debía volver, o del que tendría que salir.
Pude sentirte apoyandote en la puerta.
"No se por qué lo hice."
Basta.
"Te amo, lo sabes. No significo nada. Sabes que..."
Basta.
"Siempre volveré a tí."
Basta, ya basta.
Ahí fue cuando empecé a llorar, a sollozar, cuando deje salir todo el dolor.
"Dejame entrar, puedo oírte."
Sería un error fatal hacerlo.
Así que lo hice. Te deje entrar, te hice sentar en mi cama, sin hablar ni una palabra. Mientras tu me ahogabas en disculpas y lamentos.
"Tienes hasta que salga el sol para recoger tus cosas que haya aquí."
Dije fríamente.
Y me fui de mi departamento, con el sonido de tu llanto como compañía.
La busqué tanto, hice tanto, sufrí tanto por ella. Si de verdad me ama. Comprenderá que es su turno.
Me fuí a un restaurante abierto las 24 horas y me sente en la barra.
Ordené cualquier cosa que saciara mi apetito.
"¿Noche dura?"
Me hablo una voz ronca a mi lado.
Pelo negro, hasta la cintura, ojos azul zafiro, con un verde esmeralda en el centro. Un rostro angelical con un par de moretones.
"No tan dura como la tuya." Respondí.
"Ya no lo serán más." Dijo tomando un trago de cualquier licor que hubiera ahí.
"Brindemos por eso." Choqué mi vaso con el de ella.
Se rió, una risa timida. De esas que te rompen el corazón cuando menos te lo esperan.
Le pregunté su nombre.
Se oía como mi siguiente error.
Si me amaba, era su turno de perdonarme.