CAPÍTULO 15

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  Ante esto no puede evitar sonreír un poco, a pasar de su edad era como si fuera un niño pequeño, le contesté brevemente al mensaje y me fui a darme una ducha. Cuando salí me puse un pijama y abrí el cajón donde estaba la caja de música para comprobar que estuviera y en efecto, estaba allí, en el mismo sitio donde la había dejado.

   Dejándome llevar por el cansancio coloqué la cajita en el cajón e intenté dormirme.

   Lo malo de los sueños es que no puedes elegirlos, por eso, una imagen demasiado familiar pasó por mi cabeza, era una gran mansión blanca envuelta en lenguas de fuego que se hacían cada vez más altas en la oscuridad de la noche, solo se oía el sonido del fuego chisporroteando consumiendo velozmente la mansión, solo ese sonido ninguno más, o eso pensaba hasta que un grito se hizo presente y segundos más tarde la figura de una chica cayó desde uno de los balcones del tercer piso. Con cautela me acerqué al lugar donde la chica había caído, llevaba un vestido lila con cintas blancas adornando las mangas y la parte inferior de la falda, pero lo que más resaltaba de la chica era la barra de hierro que le atravesaba el estómago, manchando la delicada tela lila de un color escarlata que cada vez se extendía más, esa escena era tan familiar y la había vivido tantas veces que no me habría extrañado, no me había extrañado de no ser que esta era la primera vez que veía mi muerte como un simple espectador. De la comisura de sus labios salía un pequeño hilo de sangre que le bajaba por la barbilla, de pronto abrió los ojos y en ese momento desperté en mi cama sudando por el sueño.

  El despertador marcaba las dos de la mañana y a pesar de ser tan tarde, sabía que no me volvería a dormir. Así que volví a vestirme y baje al sótano a por sangre.

   Cuando terminé decidí ir a la biblioteca, a por algo con lo que entretenerme, entre las muchas estanterías que había, fui directa a por la última estantería, en la balda del medio había un libro llamado "Los cuatro jinetes del Apocalipsis", lo cogí y metí la mano en el hueco que había dejado, sacando un pequeño trozo de tela blanco, que alguna vez fue un pañuelo, estaba envolviendo una pequeña llave que a pesar de su aspecto tan antiguo, se conservaba como nueva. Coloqué de nuevo el libro donde correspondía y, con la llave en la mano me dirigí a un rincón de la habitación donde había una mesita de madera y con una lampara encima que se encontraba a la derecha de un cómodo y mullido sillón verde esmeralda. Moviendo un poco el sillón intentando hacer el menor ruido posible, lo desplacé lo suficiente como para dejarme quitar el trozo de rodapie que estaba suelto desde que era pequeña. Ese era un escondite perfecto, porque el hueco de la pared que cubría el rodapie estaba hueco y allí destro había una caja de madera con una cerradura tan antigua como la llave.

   Volví a colocar el rodapie y el sillón en sus lugares correspondientes y apoyé la caja de madera en la mesita e introduje la llave en la cerradura. Cuando abrí la tapa, pude ver un libro bastante grueso con las hojas de un color pardo claro y la portada era de un color verde desgastado y tenía símbolos extraños en ella. Lo abrí por la primera página y allí, con una caligrafía cursiva y cuidada, había un escrito que decía: "Hoc grimoire intelligentis sonos nox obscurum non est timor quoniam in saeculum ,  tum animabus nostris isque in sempiternum et ducam te per viam". Y en la parte inferior se podía ver el nombre de Antonette Bramson.  

   Este grimorio fue de mi madre, me dijo que había pasado de generación en generación entre las mujeres de su familia desde hace más de quinientos años y que las almas de cada una de las antiguas poseedoras ayudaban a la nueva propietaria y así constantemente. La primera propietaria fue Antonette, que no solo plasmó hechizos, sino también parte de la historia de su familia, por eso este libro era tan importante para mi, nunca se lo enseñé a nadie, ni siquiera a Damos y Stefan.

   Estuve leyendo las muchas historias y los hechizos que había hasta pasadas, luego, con el libro en la mano y asegurándome de que nadie estuviera levantado, fui hasta mi habitación para ducharme y cambiarme de ropa. Pensé que la mejor opción era esconder el libro detrás de la cómoda de noche, donde nadie mira. 

   Cuando bajé, Stefan ya estaba en la cocina con una vaso de agua en la mano.

   -Buenos días, Eli

   -Hola, Stef. ¿Qué haces levantado tan pronto?

   -Recordé que se me había olvidado decirte algo ayer y como te fuiste directa a la cama no quise molestarte.

   -Bien, pues dispara vaquero, que es lo que tienes que decirme.

   -Hemos pensado que lo mejor es que no vuelvas al instituto, por si te sales de control, cuando fuiste con Rebekah ayer parece que te lograste controlar, pero por el momento Damon informó de que estás enferma.

   -Como digas, ahora que dices de Damon, ¿sabes que hizo la primavera de 1880?¿Por dónde estuvo?

   -Ni idea, sabes que no nos llevábamos nada bien- sonrió con tristeza

   -Sí, me acuerdo de eso. Los dos erais insoportables.- esto hizo reír a Stef.


  -Bueno, pues vuelvo a mi habitación, si necesitas algo me avisas

   Vi a Stefan desaparecer por las escaleras, no estaba segura de que hacer, por lo que simplemente me tumbé en el sofá con los ojos cerrados e intenté volver a dormirme un poco.

La sobrina de los Salvatore Donde viven las historias. Descúbrelo ahora