¿Amor?

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Podemos construirlo a nuestra imagen y semejanza, e incluso trascenderlo o abandonarlo.
El amor completo, el que incluye pasión, amistad y ternura, no llega de improviso como un demonio o un ángel que se apodera de nosotros, también existe la voluntad de amar o de no amar. Mujeres y hombres rebaten la idea de que el amor es incontrolable y totalmente irracional.
No sólo el amor nos "posee", también lo poseemos a él: nadie es víctima del amor sin su propio consentimiento.
Nuestra cultura tiene una apología al amor incondicional, el cual parte de una idea altamente peligrosa: "Hagas lo que hagas te amaré igual". Es decir, que a pesar de los engaños, los golpes, el desinterés o el desprecio, si los hubiera, en nada cambiarían mi sentimiento. Más allá de mi dignidad y a cualquier precio, hagas lo que hagas, te amaré. Amor ilimitado, irrevocable y eterno. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante estupidez? Si el amor lo justificara todo, estaría por encima de los derechos humanos, la justicia y la ética.
Entraríamos en un "todo vale" afectivo que funcionaría como una bomba de tiempo, donde el "ser para el otro" quedaría automáticamente validado y el "ser para sí" sería considerado una herejía. No importa qué digan los románticos: ser incondicional en el amor, amparado en la quimera del amor verdadero, promueve el sufrimiento feliz, el desinterés por uno mismo y la renuncia al yo.
Pero insisto: el amor pasional, la manía, el arrebato que nos transporta y apega es sólo una parte de la experiencia afectiva. Realmente, ¿nunca esperas nada a cambio de tu pareja, ni siquiera una mínima retribución? No seamos hipócritas. Si eres fiel, esperas fidelidad; si das sexo, esperas sexo; y si das ternura, no esperas un golpe.
El mito del amor sin límites ha hecho que infinidad de personas establezcan relaciones totalmente dañinas e irracionales, en las que se promulga el culto al sacrificio y la abnegación sin fronteras. "Vivo para ti", "Mi felicidad es tu felicidad": amor andrógino, dependencia feliz, adicción bendita. ¿Y después qué? ¿Cómo escapar si me equivoqué?
Basta mirar cualquier indicador sobre maltrato y relaciones disfuncionales para darse cuenta de que los llamados "males del amor" ya conforman un problema de salud pública. ¿Quién dijo que hay que soportarlo todo o resignarnos a una vida insulsa y sin sentido, por amor? ¿De dónde sacamos que para el amor no hay ley? No sólo traspasa los límites racionales del amor quien vulnera los principios de la persona supuestamente amada, sino quien acepta sumisamente el desamor, la descalificación, el engaño o cualquier otra forma de ofensa. Si nunca te indignas con tu pareja, pueden pasar dos cosas: o vives en el autoengaño o estás viviendo con un santo o una santa, lo cual es igualmente preocupante. Reconocer que existen ciertos límites afectivos no implica necesariamente dejar de amar, sino aceptar la posibilidad de modificar la relación en un sentido positivo o simplemente alejarse y no estar en el lugar equivocado, aunque duela la decisión.
Aun así, algunas personas parecen tener una conexión directa entre el (encargado de sentir) y el (encargado de pensar), y en tal sentido son capaces de dejar de amar si no se sienten amadas. Afortunados quienes lo logran.
Si crees que el amor lo justifica todo y que amar es tu principal fuente de realización, el amor se convertirá en una obsesión y no serás capaz de renunciar al afecto o a tu pareja cuando debas hacerlo. La máxima es como sigue, así el miedo y el apego te bloqueen la mente y ablanden tu corazón: no importa cuánto te amen, sino cómo lo hagan. El buen amor es un problema de calidad total. Cuando estás en una relación en la que no te aman como quisieras o no te respetan, pero sigues allí aferrada o aferrado pese a todo, esperando el milagro de una resurrección imposible, pasaste los límites del amor razonable e inteligente. Existe un punto donde la línea de lo no negociable se desdibuja y perdemos el norte.
El mensaje es que no necesitas "amar el amor sobre todas las cosas" para vivir en pareja y que hay límites a partir de los cuales el amor se transforma en enfermedad o adicción. Para amar no debes renunciar a lo que eres. Un amor maduro integra el amor por el otro con el amor propio, sin conflicto de intereses: "Te quiero, porque me quiero a mi mismo, porque no me odio". Y si amarte implica aniquilar mi autoestima, prefiero la compañía de mi vieja amiga, la soledad.
"Haría cualquier cosa por ti, si me lo pidieras". ¿Quién no ha dicho esta frase alguna vez en su vida, bajo el efecto del enamoramiento? ¿Y cuántos no se han arrepentido luego?, Amor sin límites, sin condicionamientos, más allá del bien y del mal. Existir para el otro, vivir para el amor, consagrarse a él y realizarse por medio suyo, junto a la persona amada. Y si eres mujer, la cosa es peor: "Estás hecha para amar", un pensamiento sin pudor.
Romanticismo descarado, ilimitado, que todo lo justifica, hecho para valientes, para quienes están dispuestos a entregarse hasta la médula y sin rescato, no importan las consecuencias.
"Sacrificio y amor van de la mano", dice la sabiduría popular, porque así fue concebido por la civilización desde los comienzos. ¿Que ya está pasado de moda, que el modernismo ha erradicado totalmente tal concepción? Lo dudo. Pienso que la exigencia de un amor irrevocable y sometido al otro, Sigue tan vigente como antes, aunque más solapado y maquillado por las conquistas sociales, sobre todo las feministas.
No se trata de destruir el amor, sino de reubicarlo, ponerlo en su sitio, acomodarlo a una vida digna, más pragmática e inteligente. Un amor justo y placentero que no implique la autodestrucción de la propia esencia, ni que excluya de raíz nuestros proyectos de vida. El amor no lo justifica todo, no es Dios, aunque hayamos establecido esa correlación a través de los tiempos. "¿Por qué no lo deja, señora? ¿Por qué no se salva y escapa a la indiferencia y el maltrato psicológico que la están destruyendo? ¿Por qué sigue ahí, si sabe que él la engaña con otra mujer?" La respuesta es patética: "No puedo, lo amo".
Si el amor, en cualquiera de sus formas, se nos presenta como la máxima aspiración de vida, no podremos vivir sin él y haremos cualquier cosa para obtenerlo y retenerlo, independiente de los traumas que pueda ocasionar.
Cuando alguien agobiado por la presión del otro y limitado en sus libertades básicas dice sinceramente: "Me cansé", hay que prepararse, porque ha empezado la transformación, un nuevo ser está en marcha.
En una relación convencional, bajo el amparo de la tradición sentimentalista y el "espíritu de sacrificio", los intereses personales caducan y "vivir para el otro" se convierte en mandato. En los amores enfermizos, cuya norma es la dependencia y la entrega oficial sin miramientos, el desinterés por uno mismo se convierte en imperativo. Toda forma de independencia es sospechosa de egoísmo, mientras el desprendimiento y el altruismo relamido son considerados un acercamiento al cielo y un pasaporte a la salvación.
Dicho de otra forma: la propuesta afectiva implícita que aún persiste en la mayoría de las culturas amantes del amor desesperado, inclusive en muchas de las llamadas "liberadas" o "liberales", sigue siendo la misma que ha caracterizado la historia del amor desde sus comienzos: "Amar es dejar de ser uno mismo". No se trata de vincularse en libertad, sino de desaparecer en el ser amado. Pura absorción. Si suponemos que el amor de pareja no tiene límites, si hacemos de la abnegación una forma de vida, es apenas natural que no sepamos cómo reaccionar ante cualquier situación afectiva que nos hiera. Una vez pasamos el límite de los principios, devolverse no es tan fácil porque ya estamos enredados de sentimientos que hemos fabricado y en los deberes que hemos asumido. ¿Qué se supone que deberíamos hacer cuando la persona que amamos viola nuestros derechos? Si el costo de amar a nuestra pareja es renunciar a los proyectos de vida en los cuales estamos implicados, ¿habrá que seguir amando? Y si no podemos dejar de amar, ¿habrá que seguir alimentado el vínculo? Se me dirá que cualquier relación de pareja requiere de aceptación y que la convivencia afectiva implica renunciar a ciertas cosas.
Es apenas obvio que para estar en pareja hay que negociar muchas cosas, sin embargo, el problema surge cuando la supuesta negociación excede los límites de lo razonable, es decir, cuando afecta directamente la valía personal o cuando los "pactos de convivencia" fomentan la destrucción de alguno de los miembros.
La compasión también tiene sus contraindicaciones. Ante un bebé o una persona gravemente incapacitada es natural no esperar nada a cambio. Nadie niega que haya momentos en los que el "yo" pase a un segundo plano, pero si esta ayuda se lleva a cabo de una manera compulsiva, maternal o paternalista, habremos entrado al terrible mundo de la codependencia.

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