Capítulo 1

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Mientras caía, el viejo iba gritando. El grito resonaba en los oídos del Muchacho, amplificado por las ramas que se quebraban contra el cuerpo del hombre desplomándose. Cayó pesadamente sobre el suelo con un crujido o chasquido extrañamente suave o, de alguna manera, húmedo. Por un momento la mirada del Muchacho se quedó prendida del amasijo de músculo y hueso que era el abuelo. Y después, como si llegara de lejos, se entrometió una voz.

—¡No mires, Muchacho! ¡Por piedad, voltéate! —Anselt, el sirviente de su abuelo, tomó al Muchacho de los hombros y lo obligó a volverse antes de correr al lado de su amo.
Ahora el Muchacho respiraba con jadeos entrecortados, como si hubiera tenido que correr para salvar su vida. No fue así. Sólo podía suponer que era por la impresión de haber presenciado una muerte. Aunque el Muchacho ahora le daba la espalda a su abuelo, Braven, el recuerdo de la caída del viejo se repetía en su mente una y otra vez. Grito, caída. Grito, caída. Grito, caída, muerte.

A la distancia, un movimiento en el camino atrajo la mirada del Muchacho y vio que los estaban observando. Era un lobo, atraído por el olor de la muerte. Empezó a avanzar tranquilamente hacia ellos.
Detrás de él, el Muchacho oyó el gruñido de Anselt, quien estaba levantando el cuerpo de Braven sobre su espalda. El sonido provocó que el Muchacho actuara y alzó su arco, poniendo la flecha en el punto de mira. Por un segundo, la mano le tembló ligeramente, pero después se llenó de resolución, se quedó quieto y soltó la flecha.

Consciente, al parecer, de las acciones del Muchacho, el lobo se escabulló entre los árboles y volvió a aparecer a algunos metros sobre el camino luego de que la flecha le pasara por un lado sin herirlo.

—Increíble —comentó Anselt, quien se volvió al escuchar que el Muchacho soltaba la flecha y había estado observando el comportamiento del lobo.

Sin embargo, antes de que cualquiera de los dos pudiera reaccionar, el lobo se detuvo y aulló. Después, abandonó el camino dando un salto hacia los árboles y desapareció en el bosque. Al voltearse para intercambiar una mirada de incredulidad con Anselt. El Muchacho alcanzó a ver un par de ojos amarillos sobre el hombro de su sirviente que brillaban a la luz de la luna y que después parpadearon y desaparecieron tan rápido, que el Muchacho dudó si se los había imaginado.

—¿Crees que se fue a buscar al resto de la manada? —le preguntó a Anselt, quien asintió.

—Es posible. Volvamos a la casa lo más rápido posible. Dicen que los lobos del bosque son los más inteligentes de todos los caninos, pero eso... —sacudió la cabeza con incredulidad.

Regresaron a casa con el Muchacho caminando adelante, por instrucción de Anselt, para que no viera el cuerpo de su abuelo. Estaba muy impresionado. Nunca había sido muy apegado a Braven, pero ese hombre era una de las dos únicas personas que conocía. Y el lobo... nunca había tenido un encuentro tan cercano y estaba impresionado por el formidable tamaño y la aparente invencibilidad del animal. Ahora comprendía por qué la gente tenía miedo de adentrarse en el bosque. Por eso Anselt le había enseñado a ser tan cuidadoso, y por eso preferían no salir de la casa de noche.

El Muchacho se preguntaba si el inquietante silencio significaba que la manada estaba cerca, acechando, guiada por el lobo solitario que ya se habían encontrado. Caminaba con miedo, con ojos atentos, como Anselt le había enseñado, y una flecha lista en la mira. No tenía tan buena puntería como él, pero lanzaba con seguridad. Había aprendido lo suficiente para que Anselt le permitiera cazar solo en el bosque, una libertad que se había ganado con orgullo.

—¿Qué dicen los árboles? —le preguntó a Anselt—. ¿Pueden oír la manada acercándose?

—Nada —respondió el leñador con amargura—. No me dicen nada.

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⏰ Última actualización: Aug 05, 2018 ⏰

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