La playa

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Hay veces que no te acuerdas de nada sin saber muy bien el por qué. Y en algunos momentos de tu día te acuerdas de algo. De cualquier cosa. Por ejemplo, de tu nombre. Ese no es mi caso. Yo no me acuerdo prácticamente de nada. Ni siquiera de mi nombre. No sé cómo me llamo, ni de dónde vengo, ni de lo que me gusta hacer. Únicamente sé que desperté en un campo de girasoles. Me puse a andar y fue ahí donde mi aventura comenzó.

Anduve durante una hora u hora y media y no encontré absolutamente nada. Ni un pueblo, ni una ciudad, nada. Sólo campo, campo y más campo. Estaba harta de andar, de dar vueltas. Todo me parecía lo mimo. Pensaba que había pasado por aquel lugar como cinco veces seguidas. Necesitaba descansar. Sentarme y pensar a dónde podía ir. Tenía tantísima hambre y sed que no pensaba con claridad. Algo escuché de fondo. Como agua corriendo. Me fié de mi oído y busqué. Finalmente di con un riachuelo. En ese momento recordé algo. Alguien me dijo «Todo río desemboca en el mar». Al ver el agua correr frente a mis ojos supe que no podía dejar escapar aquella oportunidad de poder saciar la sed. Me agaché y, entre las dos manos, cogí agua para llevármela a la boca.

Las hojas de los arbustos se movieron. Me levanté casi de un salto y me giré asustada. No sabía si enfrentarme aquello que estaba entre los setos o salir corriendo, pero el instinto de supervivencia pudo conmigo, así que agarré un palo del suelo y apunté hacia el arbusto. El corazón me iba a mil por hora. Estaba aterrorizada. No me había topado con nada desde que desperté y no es que tuviera la certeza de haber luchado anteriormente contra un animal, un humano o lo que hubiera ahí detrás. Respiré profundo y vi salir a un gato. Me quedé más tranquila al ver al animal. Me agaché para acariciarlo, pero atacó. Saltó sobre mí, provocándome alguna que otra herida en brazos, piernas y cara. Al lograr quitármelo, salió corriendo y yo tras él. Al ver a dónde fue me quedé quieta al lado de un árbol mirando todo aquel paisaje. Las luces alumbraban las calles y casas, la gente paseaba en familia o solo. Se les veía felices. Los niños jugaban en el parque más cercano. Perdí al gato de vista por unos instantes, pero logré encontrarle con la vista. Vi cómo se metía en una casa. La suya, supuse. Me adentré en el barrio. Todos me miraban extrañados. Imaginé que sería por las heridas del animal. Me asomé a la ventana de la casa del gato y le vi tumbado en el regazo del dueño. El felino alzó la cabeza y maulló. Seguidamente, una cabeza asomó desde el sillón. Un anciano me observó y echó al gato para levantarse. Anduve unos pasos atrás y me di la vuelta para irme, ya que sentía que le había molestado al hombre. La puerta de la casa se abrió y un hombre encorvado, canoso y de ojos azules, me llamó. Tragué saliva. Pensé que me iba a gritar o a decirme que no tenía ningún derecho a mirar por la ventana de su casa, cosa que tenía razón.

- Disculpe, no quería molestarle. - Me disculpé.

- No me has molestado. – Dijo muy amablemente el anciano. – Pasa, por favor.

Con una sonrisa bastante tímida le di las gracias y entré. Le seguí por la casa hasta el salón, dónde me invitó a sentarme. Me preguntó si quería agua o algo de comer. Le dije que si tenía un vaso de agua, se lo agradecería. Él asintió y fue a la habitación de al lado. Desde la cocina me hacía preguntas sobre mí, pero yo no le contestaba. No por maleducada, sino por falta de conocimientos. El gato pasó por mis pies y se rebozó en mis piernas cuando el hombre dejaba una bandeja con un vaso de leche y un plato lleno de pastas en la mesita que tenía enfrente. Se sentó en su sillón y me miró fijamente. Me daba vergüenza coger lo de la bandeja. No quería que pensara que me estaba muriendo de hambre, aunque así fuera.

- Coge, anda. No te cortes. Es para ti. – Me animó. – No sé si me escuchaste desde la cocina. – Acarició al gato que se le acababa de subir al regazo nuevamente.

Negué con la cabeza mientras mordía una pasta de vainilla con fruta escarchada en el centro.

- No te preocupes. Simplemente te he preguntado cómo te llamas. – Repitió.

- Yo... - me aclaré la garganta. – No me creerá, pero no sé cómo me llamo. – Bajé la mirada. El hombre se extrañó mucho, pero no le dio mayor importancia.

- Yo me llamo Leander. – Sonrió y me estrechó la mano, pero no sabía qué hacer, por lo que cogió mi mano y la juntó a la suya de tal manera que nos dimos un apretón de manos. – No eres de por aquí, ¿verdad? – Acariciaba a su gato.

- Eh... - Suspiré. – Tampoco lo sé. – Negué con la cabeza. – Me desperté en un campo de girasoles sin acordarme de nada. Ni de mi nombre ni de cómo había llegado allí. – Miré al suelo. – Tampoco recuerdo nada de mi pasado. No sé si tengo padres o si tengo un animal. – Miré al gato.

Él enseguida preguntó por mis heridas. Le dije que me topé con su gato en el río y que me atacó. El señor miró al gato y le regañó. Éste otro le miró como si supiera que lo había hecho mal.

- Ollie, a esta chica no se le hace nada más de daño.- Dijo al gato.

En ese momento oí una voz. Como un recuerdo. Alguien llamaba a una tal Olya y una niña rubita de pelo rizado y ojos verdes aparecía de entre los árboles. Parpadeé varia veces seguidas y miré a Leander, que me pedía que le acompañara al baño para curarme las heridas de guerra de su gato. Sonreí al oír aquello. Le seguí y me vi en el espejo del baño. Recordé aquella niña rubia con bucles y ojos verdes. Me mareé y tuve que apoyarme en el lavabo. Leander apoyó una mano en mi hombro preguntándome si me encontraba bien. En aquel momento respiré y asentí. Recordé mi nombre.

- Olya. Me llamo Olya. – Sonreí emocionada y miré al señor. Él estaba igual de contento.

- Es todo un placer conocerte, Olya. – Me abrazó sonriendo.

Estuvo curándome las heridas y me dijo que no me preocupara. Ollie ataca siempre, a todo aquello que ve cerca del río. Le resté importancia. Expliqué que seguramente habría sido porque yo estaba asustada, cogí un palo y apunté al lugar de dónde Ollie salió. Leander rió.

Decidí salir a dar un paseo por la playa antes de irme a acostar. La puesta de sol más bonita que vi jamás. Estuve andando mirando al suelo constantemente, pensando en todas las cosas de las que no me acordaba. Habría alguna muy importante que, por culpa de lo que fuera que tuviera, era imposible recordarlo. Alcé la mirada para ver el horizonte del mar y, forzando un poco la vista, divisé una montaña a lo lejos, allá donde el mar acababa. Unas voces invadieron mi mente. Me nombraban. Gritaban. La voz de una mujer no dejaba de gritar que la dejaran, que tenía una hija. Y un hombre mandaba ejecutarla. Me dolía muchísimo la cabeza. Un montón de imágenes pasaron fugazmente por mi cabeza. Un poblado. Hombres de estatura alta. Una mujer muy hermosa. Y una niña. Yo. Se fueron todas las imágenes. Me sentía agotada y mareada. Se me cerraron los ojos y caí desplomada al suelo.    

OlyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora