Una luz bastante brillante me cegó. Entreabrí los ojos y poco a poco me hice a esa claridad. Miré a mi alrededor y pude darme cuenta de que estaba en una habitación. Alguien abrió la puerta, pero no vi a nadie. Ollie subió de un salto a la cama, se acercó a mis pies tapados por la sábana y se acurrucó. Leander pasó por la puerta y vio que ya estaba despierta, pero aún así, preguntó si podía entrar. Se sentó a los pies de la cama mirándome.
- Parece que le has caído bien. – Se refería al gato.
- Sí, eso parece. – Sonreí. – Leander... ¿qué me pasó? – Cuestioné.
Leander suspiró y me contó que me encontró en la playa tirada. Fue cuando me llevó a su casa como pudo el buen hombre y me dejó en la cama en la que me encontraba en aquel mismo instante. Fruncí el ceño intentando recordar qué me pasó antes de desmayarme, pero fue misión imposible.
Después de bañarme y comer con Leander, nos sentamos un rato en el salón para ver la tele, pero un recuerdo me invadió. Vi una montaña en el horizonte y quería saber qué era, así que le pregunté a Leander. Éste apagó la televisión y no quitó la mirada de la pantalla. Acto seguido me miró y me dijo que era una isla.
- ¿En serio? – Me sorprendí. - ¿Y qué hay allí? O quién. – Le miré bastante interesada.
- Elfos. – Contestó mirándome fijamente.
- ¿Cómo que elfos? ¿Qué es eso? – Fruncí el ceño.
Él no sabía muy bien cómo explicármelo. Le costó bastante, pero al final me contó toda la historia.
- Verás, Olya. Aquí en Migdagon, donde vivimos, tuvimos una especie de seres llamados elfos, son gente alta con las orejas puntiagudas. – Señaló mis orejas. – Como las tuyas. – Las toqué y tenía razón. Eran puntiagudas.
- Entonces, ¿yo soy una elfa? – pregunté.
- No, no creo. Eres muy bajita. – Confesó.
En ese momento me sentí avergonzada por mi estatura. Tal vez me miraran mal por mis orejas, ¿acaso soy un bicho raro?
Leander me pidió que le hiciera el favor de ir al mercado y, obviamente, cedí. Me dio dinero, salí por la puerta y me fui tranquilamente al mercado siguiendo sus indicaciones. De camino a éste, me estuve fijando en el pueblo, sus calles llenas de luz y algún que otro callejón donde daba la sombra. Las casas eran bajitas y muchas de ellas tenían la puerta totalmente abierta, se oía perfectamente lo que pasaba y se veía la casa por dentro. Algunas eran de ladrillo rojizo, otras blancas y algunas que otras tenían un mural pintado preciosísimo. Tras unas verjas altas y azules se podía divisar un edificio no muy alto pero sí alargado, con muchísimos ventanales y un patio enorme con bancos, canastas y porterías. Debajo de un soportal había una fuente que, al parecer, era bastante antigua. Tenía un color ocre muy llamativo. Llegué a una plaza con un edificio muy alto y rectangular. Parecía, el ayuntamiento. Su fachada de era triangular y detrás de ésta se podía ver un torreón alto que tenía unos arcos largos que dejaban a la luz una campana enorme. Miré hacia el otro lado y vi el mercado. Una masa de gente salía y entraba con bolsas hasta arriba de comida.
Entré, observé la cantidad de puestos que había y el barullo de gente. Cuando terminé de comprar, estaba agotada, no recuerdo haber tenido que esquivar nunca a tanta gente que va con prisas. Me tropecé conmigo misma y un señor me ayudó para que no me cayera. Se lo agradecí muy amablemente. Nos pusimos a hablar porque me preguntó por mis orejas, le llamaron mucho la atención, pero le dije que nací con ellas. Nunca me había preguntado nada sobre ellas hasta hace bien poco. Me parecía algo normal tenerlas así, pero, al parecer, no lo era. Algo que me despertó curiosidad de él fue una mancha que tenía en la cara. Le cubría parte de la mejilla y su textura parecía pelo. No le quise preguntar por cortesía, pero la miraba iba a su marca.
- Te llama la atención, ¿verdad? – Sonrió.
En ese momento no sabía qué contestar. Si mentir o decir la verdad, por lo que sonreí asintiendo. Él río a continuación y se presentó como Mawol. Me estrechó la mano y me preguntó mi nombre.
- Olya. – Hice una pequeña mueca.
- Un placer. – Esbozó una sonrisa leve. – No eres de por aquí, ¿verdad? – Cuestionó.
Negué con la cabeza, mas no le quise dar más detalles sobre mis lagunas.
Estuvimos hablando un poco más hasta que el reloj del ayuntamiento marcó la una del medio día, así que decidí volver a casa de Leander, me estaba esperando desde hacía tiempo. Me despedí de Mawol y salí corriendo a casa de Leander. Cada vez había menos gente en la calle y hacía un sol de justicia. Las persianas de las casas estaban bajadas, puertas cerradas y varios olores a comida me acompañaban a lo largo del trayecto.
Llamé al timbre y oí como Ollie maullaba desesperadamente. Leander le mandó callar mientras se acercaba a la puerta para abrir. Me saludó y se fue directo a la cocina. Al entrar al recibidor, noté que la casa estaba fresca. Avancé por el pasillo hasta la cocina, dónde se hallaba Leander entre fogones. Saltea esas setas, mueve la olla para que no se pegue la cebolla, pica los pimientos y añádelos al perol. Me preguntó si compré lo que me había mandado, le entregué la bolsa con la compra, me dio las gracias mientras la cogía rápidamente para que no se le quemará la comida.
- He conocido a alguien. –Me había emocionado.
- ¡Ah! ¿Sí? – Me miró de refilón con una agradable mueca dibujada en la cara. – ¿De tu edad? – cuestionó mirando la sartén.
- No, no. – Negué mientras ponía la mesa en el comedor. – Más mayor. – Comenté.
- Bueno, ¿y cómo lo conociste? – Preguntó cuando ya estaba en la cocina.
- Pues la verdad es que tropecé al salir del mercado y... me ayudó para que no cayera. – Explicaba cogiendo los vasos. – Tenía una mancha como con pelo en la mejilla derecha. Me extrañó mucho, pero supongo que hay gente de todo tipo, ¿no? – Colocaba los vasos.
Oí como algo cayó al suelo y se rompió. Rápidamente entré donde los fogones para ver si estaba bien Leander. Éste permanecía inmóvil mirándome, como si hubiera dicho algo malo. Le pregunté si ocurría algo y acto seguido dijo:
- ¿Una mancha en la mejilla? – Hizo una pausa. –No te acerques a he te así, Olya, por favor te lo pido. – Me rogó.
- ¿Por qué? ¿Son mala gente? – Me empezó a preocupar.
- Esa mancha son de... - Respiró hondo.
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Olya
FantasyOlya, una chica de 12 años, despierta en un lugar que no conoce y tampoco se acuerda de nada. Descubre lo que pasa en donde despertó y decide aventurarse para poder descubrir quién es y el porqué está allí. Se enfrentará a temibles seres que se esco...