Prólogo I

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No al plagio

Prólogo: Puros de Espíritu

La tierra se encuentra en tranquilidad, mis oídos captan el sollozo de un grupo de grillos a la deriva, clamando a la noche con su canto. ¿Por qué todo es tan extraño? ¿Qué sucede conmigo?

Puedo percibir en el ambiente que lo que veo no es realmente como es... ¿o sí? Las dudas y las preguntan se juntan en mi mente que no puedo enfocar qué es lo primero que quiero saber, pero, sobre todo, ¿quién soy yo?

Observo a mi alrededor para poder darme una día de esa pregunta principal y lo que encuentro es un paisaje de rocas, rocas volcánicas cerca de mí. Otra pregunta azota mi mente, pero ya tengo la respuesta: estoy en una cueva. Y, recordando algo que escuché de alguien —que tampoco tengo memoria de quién es—, sé con certeza que no estoy en el mundo de los vivos.

Un jadeo de sorpresa sale de mis labios.

Estoy muerto.

—En eso te equivocas, pequeño.

La suave voz hace eco en las paredes de la cueva y me sobresalto un poco por escucharla tan de repente.

—Ya me cansé de hacer preguntas, pero... ¿se puede saber quién rayos eres tú? —pregunto con voz cansada, mostrando la frustración que siento en ese instante.

Una risilla amable es mi respuesta, aunque más cerca esta vez.

—No tengo permitido decirte quién soy, joven. Lo que sí te puedo decir, y que esa debió de ser tu pregunta, es porqué estás aquí en el Hades.

Un silencio sepulcral se forma cuando termina de hablar. Estoy empezando a agitarme, las palabras caen en mi cerebro con lentitud, pero con la pesadez de quien se sabe derrotado en la batalla.

Mi vida es una comedia para el mundo.

¿Es posible que toda la vida me la pasaré sufriendo? ¡Estoy en el Hades! ¡HADES! Tuve que haber hecho algo horrible para estar en el inframundo sin siquiera saber la razón por la que estoy aquí.

Un suspiro exasperado se deja oír justo a mi lado—: Eres un poco melodramático para tener dieciséis años. Bueno, no. Eres un adolescente así que es de esperarse que lo seas —termina con burla.

Y es cuando puedo voltear a mi izquierda para admirar al ser que tengo a mi lado: es una bella mujer de cabello castaño y de ondas marcadas, sus labios tienen la forma de un arco de cupido perfecto, su cuerpo está cubierto por una fina tela, casi transparente, que deja muy poco a la imaginación de color verde esmeralda, unas piernas torneadas y exquisitas de un tono lechoso. La recorro de pies a cabeza hasta enfocarme en lo más importante: sus ojos. Oh, por Dios. Son negros. Dos oculares que hacen que su belleza física tenga un gran toque aterrador que te seduce.

Trago un poco de saliva al contemplarla con detalle. Preciosamente terrorífica.

—Gracias por el cumplido. ¿Sabes? Eres el primero que no sale huyendo cuando me ve, ahora entiendo la razón de Cerbero al saber de ti —dijo un poco risueña—. Pero nos estamos desviando de lo importante y no tenemos mucho tiempo como para gastarlo en nimiedades, ¿ok?

No me queda de otra más que asentir; no entiendo nada y ella lee mi mente así que no ocupo hablar. Maravilloso. Trato de no poner los ojos en blanco ante la broma de mal gusto que hago en mi contra.

—Quiero que cierres tus ojos y que cuando te diga los abras. Me dirás qué es lo que ves.

La obedezco sin más.

Oigo el arrastrar de sus pies y deslizar de la tela al moverse. Tres segundos tarda en posar sus manos sobre mis parpados y comienza a cantar una melodía en un idioma que no entiendo, ¿será griego?

Al terminar de cantar, me ordena que abra los ojos y casi muero de un infarto. ¿Se puede morir estando muerto?

Una carcajada me contesta lo idiota que es pensarlo.

Me pregunta qué es lo que veo, le contesto:

—Veo gente muerta —comenté sin duda alguna—. También veo un gran palacio a varios kilómetros de aquí, un río con extrañas divisiones y un pueblo debajo del reino.

Me gira para verla y está asintiendo con aprobación. Como si fuera lo que esperaba.

—Con esto confirmas que no estás muerto.

—Sino estoy muerto, ¿qué hago aquí?

—Un ser malvado de la tierra pidió ayuda a huestes demoniacas del reino de Hades, dijo que pagaría su deuda con el alma de un ser inocente, pero mintió con el pago: el alma no era inocente —hizo un gesto pícaro y me sentí enrojecer, hablaban de la virginidad-. El problema recae en que moriste, murió ella y murió la razón de su sacrificio. Había una cuarta alma que estaba en juego y con ella se hubiera saldado la cuenta... Pero no murió, impidieron su muerte. Por lo que —señaló la entrada del reino—, ¿ves a ese perro enorme de tres cabezas cuidando la puerta? —Vaya dejavú; asiento—. No puede dejarte pasar, ya que se está llevando un juicio a manos de Tánatos, Hipnos y Hermes para saber qué se hará contigo.

¿Qué?

—Así es, pequeño Potter. Lo que decidan ellos tres te condenará a morir, pero viviendo en los Campos de Eliseos; o a vivir hasta que tu verdadera hora llegue. Sin embargo, tu verdadera preocupación debe ser el tiempo que llevará el juicio, porque lo que aquí pueden ser días... en tu mundo pueden ser años.

En cuanto dice mi apellido las memorias de mi vida me golpean sin parar en la mente al punto de marearme. Soy Harry Potter.

Y estoy jodido.

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