Las hojuelas en mi plato nadaban unas sobre otras sin perturbación alguna. Podía observar como lentamente absorbían la leche y se arrugaban como la piel expuesta al agua por mucho tiempo. Tomé una cucharada de mi cereal antes de que estuviese muy aguado y espeso para ser comestible y levanté la mirada una vez más a la TV, encendida en CNN. Las noticias habían sido bastante monótonas las últimas semanas: asesinatos, robos, suicidios, tiroteos, y Justin Bieber tendrá otro hijo. No era por ser insensible, me molestaba vivir en una ciudad donde esas cosas sucedieran a diario, pero había entendido hacía ya un tiempo que no podía realmente hacer algo para evitarlo, ya que lamentablemente no era supergirl. El audio estaba muteado por la misma razón. Me bastaba observar las imágenes para saber con exactitud de lo que la reportera hablaba. No necesitaba escuchar los gritos y llantos de los entrevistados. Era suficiente sólo verlos para sentirme completamente indefensa.
— ¿Vas a terminarte eso? —escuché la voz de mi novia provenir de detrás de mi espalda y me giré en mi asiento para encontrarla con esa sonrisa familiar, que todas las mañanas me susurraba un diminuto todo estará bien. Por supuesto, sonreí ante ese pequeño gesto y la invité con un asentimiento a la silla junto a la mía.
— ¿Quieres un poco? —le pregunté, cuando ella había obedecido a mi petición y se había sentado junto a mí, recostando sus largos brazos sobre el mesón de nuestra cocina. Ella arrugó la nariz tiernamente, aparentemente muy avergonzada para decir que sí. — Tiene trozos de fresas —eludí, con acento un tanto manipulador. Ella sonrió mientras yo levantaba una cucharada de mi cereal, asegurándome previamente de tomar un trozo de fresa junto con los cereales casi convertidos en pasta, y ligeramente abrió sus labios para que yo pudiera poner la cucharada en su boca. Masticaba sin dejar de mirarme a los ojos y yo sonreía, llenándome de la paz que ella me transmitía. Su sonrisa se ensanchó cuando notó que no dejaría de mirarla, obteniendo así que la mía se ensanchara de la misma forma.
— ¿Qué? —preguntó, un tanto divertida, aunque podía apreciar el tono de vergüenza que su tono de voz traía. No dejé de observarla, ella no tenía idea de lo feliz que me hacía sólo observarla. Saber que estaba conmigo cada día era un enorme obsequio de navidad, todos los días. Despertaba a mi lado, me sonreía al desayunar, al salir del baño luego de tomar una ducha, al verme en el pasillo del campus, al encontrarnos ocasionalmente en los baños femeninos, al reunirnos en el aparcamiento, al llegar al apartamento, al cenar, al salir del baño luego de cepillar sus dientes, al entrar a la cama para ir a dormir, y unos segundos antes de caer dormidas, volvía a sonreír. Y dormía a mi lado. Y no era algo molesto, rutinario o incluso monótono. Era mi vida. Era nuestra vida. Era la vida que llevaríamos mientras estuviéramos juntas. Y no me cansaba verla sonreír. No me cansaba hacer lo mismo todos los días porque todos los días eran diferentes. Siempre eran diferentes. No había un sólo día que fuera idéntico a otro. Y menos aún en la vida loca que llevábamos. Por eso le sonreía, porque no me cansaba de verla sonreír. Por eso me acerqué a ella, porque no me cansaba de ver como sus labios se entre abrían cuando veían los míos. Por eso la bese, porque no me cansaba de sentir el delicioso sabor de sus labios contra los míos. Y por eso la levanté conmigo y la llevé a la cama, porque no me cansaba de hacerla mía en ese mismo sitio, que habíamos compartido por casi 6 meses ahora.
— ¿Cómo crees que esté Kenzie? —me preguntó en voz baja la castaña, que ahora se encontraba desnuda debajo de mí, acariciando tiernamente cada hebra de mi cabello. Suspiré ante la mención de mi hermana pequeña. Habían pasado 3 meses desde la muerte de Brynn. Mackenzie no quiso tenerme cerca desde aquella tarde en el funeral. La había llamado todos los días desde ese día, pero ella sólo contestaba en ocasiones. A veces me decía que me extrañaba, y se escuchaba sincera, como otras veces sólo contestaba mis preguntas con respuestas breves. Sí y no. Algunas noches me había llamado llorando, en medio de sus ataques de pánico, rogándome que fuera con ella. Lo hice dos veces. Salí de New York a mitad de la noche en un avión a LA sólo para ver a mi hermana, pero para cuando llegaba ella ya no me necesitaba, así que volvía a ser fría y distante. Entonces dejé de hacerlo. Las próximas veces le decía que saldría en camino, que me montaría en un avión e iría, pero no era así. Esperaba unas horas por si volvía a llamarme y luego me dormía. A fin de cuentas para cuando ella reaccionaba de sus crisis, ya no me necesitaba. Probablemente olvidara que me había llamado. Me sentía culpable, pero era peor el sentimiento al llegar a LA y que mi hermana ni siquiera quisiera hablar conmigo. Aún así no dejé de llamarla todos los días. En el fondo, ella me quería y tal vez, sólo tal vez, le alegrara de algún modo que la llamara. Tal vez la haría sentir menos sola. Mi madre me hablaba de sus sesiones de terapia, tanto físicas como psicológicas. No habían muchos progresos, pero el más mínimo contaba. Cada noche dejaba mi teléfono con todo el volumen, por si mi madre llamaba. Tenía miedo. Mackenzie no estaba emocionalmente estable, y mentalmente probablemente tampoco. Amaba a mi hermana y confiaba en que ella lo sabía. Pero podía ser muy estúpida a veces. Honestamente tenía miedo de que se rindiera. Tenía miedo de que buscase tomar el lugar de Brynn y se suicidara. Y tenía aún más miedo porque no dudaba de que pudiera pasar. Mackenzie no estaba bien, así que no sabía que responder con exactitud a la pregunta de Kalani.
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An Ordinary Girl (Malani)
Fanfikce«Porque nada es para siempre» Maddie Ziegler es una chica de dieciséis años, bailarina completa del Abby Lee Dance Company LA. Hermana de una de las mini-estrellas pop más reconocidas del mundo. Hija de una de las Dance Moms más famosas. Además es l...