CAPÍTULO II

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El día de hoy habíaempezado mal, muy mal. Olvidé mi cartera y me di cuenta justo cuando estaba por pagar al chofer del camión. Mi cara de "ayúdemepor favor" no funcionó en lo absoluto y con su cara de pocos amigos me hizo saber que debía bajarme. Caminé lo más rápido posible a mi casa para no perder más tiempo. Pero de verdad que mi amigo chuy, amo y señor del universo, debía odiarme. ¡Dejé mis llaves dentro! y para mi desgracia, mis padres ya habían salido a sus trabajos. Sólo faltaba que un perro me orinara... ¿Y qué creen?

Nah... Por suerte eso no me pasó. Quizá otro día.

Pero si me pasó que llegué tardísimo y súper cansada porque como no pude entrar a mi casa, ni sacar mi cartera, opté por caminar. Y créanme que no era una distancia corta. Cuando entré al bar con cara de pocos amigos y con mi piel completamente pegajosa, lo único que me pasaba por la cabeza era que nadie me molestara, pero claro..., como siempre sucede, los deseos de Cyn jamás van a cumplirse. Gerry comenzó a regañarme frente a todo mundo por llegar tarde y por haber quebrado una taza la semana pasada. ¿Cómo demonios lo supo? Estaba segura que ya había dejado una taza de la cocina de mi madre en la repisa del bar.

—Estuvo mal queGerry te gritara de esa forma —dijo Silvia asomándose por la parte superior del cubículo del baño —No era algo tan grave. Además nunca llegas tarde.

Sorbí mi nariz y sequé mis lágrimas para incorporarme rápidamente.

—No pasa nada, tiene razón, por algo tengo un horario —reí falsamente.

—No, nunca es correcto que alguien te exhiba. Bien pudo decirte en privado. Además, lo de la taza... ya la habías repuesto —mencionó suavemente.

Volteé a verla con duda. ¿Cómo sabía que la había repuesto? Era una taza negra y la que tomé de mi madre también lo era. Un momento, por qué se está asomando hacia el baño como si fuera algo normal, como si una persona normal no viniera al baño precisamente a eso... a hacer del baño. Sequé mis manos en el delantal y me paré del retrete, por supuesto no estaba liberando mis necesidades fisiológicas. Intentaba liberarme a mí misma. Abrí la puerta y le indiqué que habláramos fuera. A veces era muy silenciosa, pero esta vez quería platicar.

—Supe lo de la taza porque te vi, llegaste muy temprano y te escabulliste a la cocina—explicó tímidamente—yo también llegué temprano y estaba comiendo un pan.

Abrí la boca para decir algo y la cerré de nuevo. No me di cuenta que había alguien más.

—Seguro no me viste —agregó riéndose— nadie me ve, no te preocupes.

En ese momento sentí una punzada. Estaba encerrándome en mis propios problemas y dejaba pasar de largo el mundo y sus oportunidades. Desde que recordaba Silvia siempre había intentado acercarse a mí, era la única que me daba una mano cuando se me juntaban los clientes, o la que me ayudaba con las comandas cuando las revolvía. Llevaba 1 año trabajando enel bar, pero seguía siendo un fracaso como mesera. Gerry no me despedía, simplemente porque mi carácter dulce y sumiso servía para calmar a comensales molestos. Sonreí honestamente y sequé mis manos con el papel café. Sí había logrado algo, y era, aprender a ver más allá de mí misma.

—Discúlpame Silvia, hay veces en que voy únicamente por ahí sin poner atención a lo demás—dije con toda culpabilidad, pero mayor sinceridad—no estoy acostumbrada a que los demás requieran de mi atención —me excusé—quizá por eso ese día no noté tu presencia.

Por suerte ella entendió y supo que no tenía -mejor dicho que no sabía- qué más decir y se despidió de mí para darme tiempo de tomar aire y salir de nuevo. La tarde fue un poco más tranquila, y cuando el gerente se fue, Roberto me autorizó para que saliera una hora antes de mi horario. Él era la mano derecha de Gerry, y era menos cascarrabias y más comprensivo. Al principio no quería aceptar, pero después supe que en verdad lo necesitaba. Tomé mi mochila y aventé mi delantal al locker, y salí lo más pronto posible, temiendo que fuera acambiar de opinión.

A mi casa definitivamente no quería ir, pero no sabía a qué otro lugar acudir. Crucé la calle y pasé al lado de la Catedral, de frente tenía la plazoleta. Supe en ese momento que no me sentaría mal pasar un rato a solas, pero acompañada. Bastante raro, pero necesario. Y no era que tuviera compañía directa, sino que estaría rodeada por toda la gente. Me acomodé debajo de la copa de un hermoso árbol y extendí mis piernas, tenía mi espalda pegada al tronco. Coloqué mis audífonos y puse la primera canción que tenía en cola en el reproductor.

Mirrors, de mi güero hermoso.


Y entre los acordes de la melodiosa canción y su voz, empecé a notar pequeños detalles. Como que los pájaros cantan muy bonito, y que si sacudes las hojas del árbol puedes tener una sensación de paz interior, o por ejemplo, que la mayoría de las personas que pasan por la plaza son mujeres; los niños no paraban de rodar en el zacate y algunos, incluso, se metían en las fuentes para refrescarse. El sol estaba por ocultarse, pero seguía dejando una suave ola de calor. Descubrí que las luces del semáforo cambian cada 1.5 minutos y que el tiempo que dura cantando un pájaro que te informa que puedes cruzar tarda 15 segundos. Todo es más tranquilo, cuando pones atención. Pareciera como si tomaras un control, y pusieras todo en cámara lenta.

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