Aquello que no me atreví a decir.

84 13 16
                                    

Estoy de pie frente al gran acantilado que se encuentra a miles de millas de casa, las lágrimas se deslizan por mis mejillas, petulantes, mofándose de mi desgraciada y estúpida vida.

« ¡No eres nada! »

Escuchó perfectamente la limpia sinfonía de las cuerdas vocales de mi madre. Gritarme en un acto reflejo, hiriéndome aún más.

« ¡Tú tienes la culpa de todo esto! »

Sintió arder mi mejilla de nuevo en el feroz roce que mi padre impacto contra mí. Golpeándome como los monótonos días, maltratándome una vez más.

« ¡Eres una basura! »

Todos a mí alrededor vociferan con voz aguda y grave, con las gargantas rasposas y alegres. Alegres de que esté llorando de nuevo, que esté dejando ir mi alma gota a gota, mientras se regocijan con mi sufrimiento. Con los puños en alto y las risas burlonas en sus caras.

Nadie trata de detenerme.

No parezco importarle a nadie.

No hay una palabra de esperanza.

No existen ningún par de brazos reconfortantes.

Ni menos una boca sabía que me salve.

Todo pasa rápido.

Tan veloz, con mucha potencia, como la corriente eléctrica que viaja a millas por segundo desde el transformador hasta el enchufe de la casa, como las impetuosas olas del mar que emergen a causa de la luna, es así de fugaz.

Tan fugaz como las estrellas.

Como las estrellas que tiñen de luz el firmamento.

Que son tan brillantes y hermosas, rebosantes en luz y magia.

Tan diferentes a mí, tan opaca y horrible, llena de oscuridad y realidad.

Las estrellas y yo somos iguales.

Sí, soy igual a las estrellas, porque estoy muerta, al igual que ellas.

Fugaz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora