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Pov. Atzel

—¿No crees que soy horrible?

Michael tenía la vista clavada en su reflejo, parecía que tuviese una mirada llena de repulsión. Lo malo es que esa mirada estaba dirigida para él mismo.

—Michael...

El pelinegro parpadeó repetidas veces antes de voltearse hacia mí. Su mirada se suavizó cuando me vió. Sonrió, pero pude notar cuan forzado era el gesto.

—Perdón, no quería hacer eso. Ya vámonos, ¿sí?

Asentí, no quería preguntar sobre el tema. No quería volver a hacerlo llorar...

Salimos de los baños y nos dirigimos a la salida del edificio; pasábamos por donde ya había caminado antes, pasando al lado del mismo basurero, la única diferencia era que el chico de hace un rato ya no se encontraba ahí. "Qué más da. Algo sin importancia.", pensé.

El cielo estaba gris esta tarde, algunas nubes negras se formaban sobre nuestras cabezas.

—Parece que lloverá.

—Lo sé. Será mejor que nos apresuremos a llegar a tu casa. — solté con desgano, no tenía ganas de hablar en estos momentos.

—¿Te quedarás a dormir conmigo? — me preguntó con un notable brillo en los ojos que demostraba ilusión.

—Si no caminas, el único que dormirá en tu casa seré yo.

—Okey, okey, ya voy.

Logré que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro. Como me gustaba verlo sonreír.

A mitad de camino empecé a sentir como pequeñas gotas caían sobre mi chaqueta, humedeciéndola a los minutos. Michael caminaba delante mío, intentando no pisar las líneas que separaban la acera. Era demasiado infantil a veces, pero podía ser maduro cuando quisiera, incluso podría llegar a intimidarte con su seriedad y su mirada de piedra.

Al llegar a su casa, su madre nos recibió con dos tazas de té caliente y nos invitó a sentarnos. Nos empezó a preguntar cosas como; cómo nos había ido en la escuela y por qué regresamos tan tarde, y como siempre, yo tuve que explicarle la razón. La cual era que el profesor de matemáticas me ordenó que limpiara el salón como castigo por “hacer desorden” en su estúpida clase, cosa que jamás hice. Yo solo intenté callar a mi mejor amigo, quien venía fastidiándome hace media hora con la idea de ir a un parque de diversiones el fin de semana, sabiendo él que los odio. Claro que callarlo con un golpe en la cabeza no era una excelente idea que digamos y menos si tienes a un amigo tan exagerado como el mío, que lanza un grito solo porque le tiré cinco cuadernos y no tenía intención alguna de parar de aventarle más. Y pues, como “buen mejor amigo” que es, esperó a que terminará mi castigo para poder irnos juntos.

Su madre siguió preguntando cosas irrelevantes a su hijo, pero tuve que interrumpir su animada conversación para pedir el teléfono de casa para poder llamar a mi madre y avisarle que me quedaría a dormir en la casa de un amigo. Así que cuando me dijo que podría pasar a tomarlo, no lo pensé ni un segundo más y me adentré hacia el pasillo de la casa, abandonando la sala de estar y a los dueños de las únicas voces que se oían en ésta.

Marqué al número de mi madre, timbró un par de veces y contestó una voz femenina al otro lado de la línea.

—Aló, ¿Quién habla?

—¿Mamá?, soy yo, Atzel.

—¡Oh!, hijo. ¿En dónde estás? ¿Por qué no has llegado a casa aún? Está lloviendo muy fuerte. — escuché a mi madre con un tono de preocupación y desesperación impregnados en la voz, me sentí culpable.

—Mamá, tranquila, estoy en casa de Michael. Llamaba para preguntar si podía quedarme a dormir aquí.

—Oh, creo que eso será lo mejor, no quiero que atrapes un resfriado por caminar bajo la lluvia. Tengo que colgar, tu hermana acaba de derramar jugo sobre ella. Hasta mañana hijito, cuídate.

—Esa tonta. — hablé para mí con una sonrisa en los labios. —Muy bien mamá, hasta mañana.

Terminé de hablar y colgué el teléfono. Caminaba lento para regresar con mi amigo y su madre, pero me distraje viendo algunas fotos familiares en la pared. Estaban enmarcadas con madera teñida de un celeste bebé y puestas en el muro con unos simples y viejos clavos; en ellas se podía observar a dos personas abrazadas o tomadas de las manos, algunas imágenes tomadas en la playa y otras en parques de diversiones. Seguí avanzando y viendo nuevas fotos conforme daba un paso más; me detuve en seco, parado frente a una foto enmarcada con madera color vino, en ésta se podía distinguir a tres personas, dos abrazadas y una delante de la pareja. En ese momento varios recuerdos invadieron mi cabeza, dejándome aturdido por la gran cantidad que eran. Habían recuerdos buenos, malos y otros muy malos.

Hubiera seguido con la cabeza en las nubes de no ser por el fuerte sonido de una palma estrellarse contra algo. Corrí a la sala y me encontré con mi mejor amigo con los ojos llorosos y a su madre, la señora Rojas, con una expresión enfurecida. Michael levantó la vista y me miró a los ojos, parecía como si me pidiera ayuda a través de ellos... ¿Pero qué digo?, debe ser solo mi imaginación. El pelinegro que me miraba hasta hace unos momentos parpadeó un par de veces para luego sonreír, su rostro cambió por completo a uno lleno de alegría, aunque sus ojos seguían vacíos, su mirada seguía rota.

—Atzel, quiero mostrarte algo, ¿vamos arriba?

—E-está bien. — Me sentía un inútil. No podía ayudar a mi mejor amigo, no podía hacer nada por él. Pero el mayor problema era que él tampoco quería que lo hiciera.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2018 ⏰

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