Si alguna vez has estado en la playa de Aguadilla, si su cielo azul y su agua cálida y transparente no han distraído del todo tus sentidos y has optado por andareguear sin rumbo por su arena blanca, seguramente habrá captado tu atención lo que antes fue un bote de pescadores y ahora yace abandonado en un recodo de la playa. Si se topa uno con algún pescador éste te gritará que no te le acerques. Si le preguntas porque te responderá con absoluta convicción que trae mala suerte.
Me alejé, confieso, más por respeto a la creencia del pescador, que por miedo al mal agüero. Aún metido en el agua sentía la mirada de reojo de aquel previniendo que la desobediencia de su advertencia desatara, a saber que maleficio. Esperé a que se fuera para acercarme al bote, pero en esta ocasión mi intento se vio frustrado por un grito estridente a mis espaldas que paralizó mi marcha.
Se me acercó corriendo. No era el mismo pescador pero también con evidente aprensión dibujada, en el rostro me advirtió del peligro con igual parquedad que su predecesor.
Esta vez, incapaz de sentirme vigilado otra vez, me fui al hotel con la idea de echar una siesta, pero no pude dormir. Había tomado demasiado sol y me encontraba en estado casi febril.
Además, aunque intentara distraerme no podía sacarme de la mente el bote y la advertencia de los pescadores.
En los veranos oscurece tarde. Ya a punto de caer la noche regresé a la playa. Estaba desierta. Los pescadores se habían ido ya a faenar. Miré para ambos lados, no vi a nadie y me acerqué al bote, más bien era un escombro de madera raída y despintada. La arena invadía buena parte de su interior. Debía llevar mucho tiempo arrumbado allí, años a decir de la flora silvestre que albergaba. Una fila de hormigas caminaba por su borde. En su popa podían leerse con alguna dificultad y un poco de imaginación unas letras que aparentaban haber sido rayadas. Su pintura había desaparecido por completo, no obstante perduraba su silueta. Me acerqué y creo que pude leer un nombre: Crista. Sentí como si alguien a mis espaldas me observara. Mire y no vi a nadie. Había caído la noche y la playa continuaba desolada. Un escalofrío de fiebre me estremeció.
Esa noche soñé, creo, con la persona con la cual habían bautizado el bote. Me la figuré joven, bella, trigueña y esbelta caminando por la playa, como la canción "La Chica de Ipanema".
En algún momento me desperté sobresaltado y ya no pude volver a conciliar el sueño. Apenas despuntaba el alba sobre las montañas cuando volví a la playa, justo cuando los pescadores más rezagados regresaban con sus frutos del mar. Procuré distraer mi desasosiego observando el desfile de nasas rebosantes de chillos.
El sol alcanzaba ya el cénit y yo permanecía aún sentado allí. Debo haber estado mirando con obstinada insistencia la ruina del bote, cavilando a saber desde cuando, qué. La sombra en la arena me anunció su presencia. Alcé la vista. Debía tener mi edad más o menos pero no le cabía una arruga más en la cara.
Me escrutaba con sus ojos turnios, pero su mirada no sé porqué inspiraba confianza. Usted no es de por aquí verdad, afirmo más que preguntar. Le contesté que no con un ademán de la cabeza. Asintió con la suya, al tiempo que expresó: me lo supuse, nadie de aquí se acerca a los restos del bote de mi ahijado.
No fue necesario que le preguntase nada, pues sin yo solicitárselo, el desconocido me contó la historia. Un día Crista había aparecido en la playa. No era de por allí. Nadie sabía su procedencia.
Me la imaginé hermosa, tal y como la soñé la noche anterior. Fulgurante caminado sobre la arena. Me describió sus movimientos casi felinos.
Como es de imaginar todos en el barrio la pretendieron. Su ahijado, un joven pescador fue el afortunado. Me señaló como prueba la popa del bote en escombros, donde yo ya antes había descubierto el trazo despintado de su nombre.
Los pescadores acostumbramos bautizar nuestros botes con los nombres de las mujeres que amamos. Mi ahijado y Crista convivieron juntos por algún tiempo. Pero un día--continuó hablando ahora con voz temblorosa--ancló en la playa un yate grande de más de cuarenta pies. Un yate de rico ¿Sabe?
El tipo de embarcación con el que todos hemos soñado alguna vez.
Me cuentan que uno de los turistas tan pronto vio a Crista comenzó a cortejarla, que mi ahijado por poco se va a las manos con él. Bueno, el caso es que al día siguiente habían desaparecido el yate y Crista. Mi ahijado estuvo como un loco buscándola por la playa por semanas. Hasta legó a pensar que se había ahogado.
Cuando finalmente aceptó lo que había pasado, lo sorprendí tarde en la noche raspando el nombre de Crista de la popa de su bote. Tenía los ojos llorosos. Pienso que hubiera sentido vergüenza hacerlo de día.