Capítulo 53

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Veía un punto fijo en la pared, mis manos seguían temblando, seguían manchadas de sangre al igual que mi blusa y pantalón; el olor comenzaba a marearme, aquel rojo que ahora se vivió oscuro era la prueba que me recordaba lo sucedido, lo real que era lo que estaba viviendo.
Quería llorar, percibía el ligero ardor en el contorno de mis ojos a causa de las lágrimas que me obligaba a retener dentro de ellos; jamás lloraba en público, jamás me mostraba débil. Y desde que Bastian llegó a mi vida me volví más vulnerable que nunca. Quizá se debía al hecho de que él me hacía sentir, despertaba en mí los sentimientos que nadie pudo despertar en veinticuatro años. Me hacía sentir viva, pero justo en este momento me encontraba lejos de sentirme así.
Era como una muñeca, un fantasma en medio de aquella sala blanca solitaria repleta de luz clara y poseedora de un olor molesto con el que desgraciadamente me encontraba familiarizada.
Me apoyé contra la fría pared, era incómoda mas no pensaba en eso, sino en el hombre que se hallaba detrás de aquellas puertas grandes luchando por su vida.
Debo mencionar que la llegada al hospital fue una tortura, el corazón de Bastian no latía o al menos eso pude percibir mientras lo abrazaba y gritaba por ayuda. Enfermeros llegaron, lo arrebataron de mis brazos y se lo llevaron sin dejarme estar cerca de él, y la impotencia que sentí por no poder estar a su lado fue enorme. Bastian me necesitaba ahí, quería que cuando despertara, porque estaba segura de que lo haría, me viera junto a él como se lo prometí.
Me abracé a mí misma experimentando un frío helado que me recorría de pies a cabeza; estaba cansada y adolorida por la actividad de hace unas horas, además de ansiosa por tener a Jayden conmigo, pero por ahora no era prudente el tenerlo aqui.
Cerré los ojos y deseé rezar, no sabía como, nunca antes lo hice, pero en estos instantes me hallaba buscando mi fe, buscando a ese Dios en el que todo el mundo creé para pedirle que salvara al hombre que tenía mi corazón en sus manos, que no permitiera que alguien como ese tipo vil que lo hirió se saliera con la suya tan fácilmente.
No podía perder a Bastian, no cuando al fin podíamos estar juntos; el camino que nos quedaba era largo, faltaban muchos momentos que compartir conmigo, con nuestro hijo, la vida no podía ser tan malditamente injusta y arrebatarle de golpe sus sueños, sus metas por cumplir... Su felicidad.
Jadee en voz alta y me hice un ovillo como pude sobre aquella silla que no hacía mas que lastimar mi espalda.

—¿Dónde está mi hijo? —Abrí los ojos de golpe encontrándome con Enrico quien no se veía nada contento de verme aquí. Ignoré su mirada de odio y me levanté de la silla con lentitud.

—Ahora mismo lo están operando —dije ausente sin mirarlo a la cara.

—¿Y qué demonios estás haciendo tú aquí? —Espetó una voz que yo conocía muy bien—. Mejor dicho: ¿Qué estaba haciendo mi esposo contigo? —Añadió haciendo énfasis en la palabra "esposo" como si yo no fuera consciente de que el titulo de "esposa" le quedaba muy grande.

—¿Quieres que entre en detalles? —Increpé—, porque si eso quieres puedo hacerlo.

El rostro de Geovanna se desfiguró por la rabia, dió un paso al frente pero Enrico la detuvo sosteniéndole la mano, un acto que para mí no pasó desapercibido y alimentó una teoría que ya venía dando vueltas en mi cabeza.

—Eres una maldita cualquiera —reí sin gracia e ignoré sus ofensas—. Bastian está casado conmigo, yo soy su esposa.

—Pero es a mí a quien ama. A ustedes los une un papel, a nosotros un hijo. —Espeté con enojo. A ella no le importaba Bastian, ni siquiera preguntaba cómo estaba o si seguía vivo, no, para ella lo único importante era seguir manteniendo su apellido.

—Lárgate —ordenó.

—¿Hijo? —Miré a la madre de Bastian quien con los ojos rojos me miraba atónita—. ¿Bastian tuvo un hijo contigo?

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora