Carta a la memoria.

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Su mano atada a la mía, como un lazo irrompible; nunca nos alejamos demasiado, ni nos acercamos hasta respirar el aire del otro. Confiamos ciegamente, nos cuestionamos mutuamente. Aprieto más la mano, no lo puedo dejar escapar.

Forjamos algo que pocas personas tienen el placer de siquiera verlo, solo los seres humanos afortunado de saborearlo y lo últimos por obtenerlo.

Seres espirituales que comparten historia, es decir, que la hacen juntos, crean letras que danzan en libros clásicos, literatura universal que al momento de tocar sus portadas el alma tiembla sabiendo lo que le aguarda, emociones intensas que se transmiten con tan solo ver unas cuantas frases o escuchar una melodía.

Su aroma me trasporta hacia lugar impresionantes, no la loción barata que usa, si no su esencia que se refleja en mí. Se dice que los ojos son la ventana del alma, pero los de él solo transmiten paz, y bien sé que su alma no es tranquila, al contrario, es desorbitantemente ruidosa y problemática, pero siempre intenta sacar lo mejor en mí disfrazando lo mejor de sí.

Sus intenciones siempre fueron buenas, él era así, portándose adecuadamente para que nadie notara la intranquilidad en su ser; siempre tan amable, caballeroso, ideal para cualquier mujer, y cada una se sentiría afortunada por tenerlo. Así me sentía, sin embargo, él, que tenía cejas perfectamente pobladas y castañas al igual que su cabello corto que me encantaba pasear mis dedos suavemente por él; él, quien además de mi amigo era mi amante; él, que tiene los ojos de color dorado que brilla junto con el sol y sus pestañas largas que me hipnotizaban con su suave aleteo mientras acariciaba mi piel recorriendo partes sensibles que él muy bien conocía. Él necesitaba encontrar la paz aunque me repetía cientos de veces con su sonrisa de manzana dulce y jugosa recién cortada que él conmigo, con lo que le había brindado, la había encontrado, la paz que tanto anhelaba.

Yo sabía que se equivocaba, no era como él decía, yo sabía que en mí solo había encontrado una distracción para sus problemas, que por más que parecieran vaho a la distancia que podía llegar a ser algún día un recuerdo, seguían ahí, siempre lo sería.

Algo pasaba mientras el tiempo transcurría, nos alejábamos y como se dice popularmente: los tiempo cambian y la gente también.

Para nosotros el tiempo nos hizo mal, haciendo explotar lo guardado en rincones del alma.

Así empezó todo; vulgaridades volando, nubes grises cubriendo mi vista, el aire tenso que respiraba. Un día lo era todo, y ahora es mucho menos que nada.

Gritos que quedaron flotando y resonando en nuestros oídos, decisiones que dieron pasó a otras, pero con el fin de encontrar la paz, pero esta vez, por caminos separados.      

No me arrepiento de haber dejado todo tirado, de haberlo dejado a él un día y volver meses después. Al final él encontró la paz que yo ni siquiera he encontrado, la paz de la luz brillante que te deja sin vista durante segundos valiosos, la paz al final de una gran cueva, que con tan solo tocarla sabrás que los problemas desaparecieron tan rápido como aparecieron, porque en ese momento te das cuenta de todo lo que pudo haber pasado, todo lo que has vivido, los placeres como los besos, amistad, roces o simplemente miradas; dolores, pasiones, metas cumplidas y objetivos que quedan tallados en un árbol pero nunca realizados. Te das cuenta que hay cosas inevitables y que por alguna razón has llegado hasta el punto de estar muerto.

Mi querido amigo que falleció como mi amante, que en paz descanses.     

Con amor, un pedazo de tu paz y tu cielo.

Carta a la memoria [CUENTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora