El último beso

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Nota: esta historia está ubicada en Tierra 616, con eventos cambiados para gusto de esta irreverente minina.


Gracias por leerme.


***



Era muy pequeño todavía para ser realmente un ladrón profesional, torpe y bastante miedoso, no era extraño que terminara en una jaula capturado por aquellos seres horribles de caras de cerdos con argollas clavadas en sus pieles y risas que parecían más bien que se estaban ahogando. No estaba solo, junto a él estaba un hombre, joven y de cabellos rubios que dormía contra los barrotes como si estuviera en casa. Nunca había visto a un ser como él... bueno sí, porque parecía mucho más humano que Yondu o alguno de los Devastadores. Por las sacudidas de la jaula al ser puesta entre otras donde había bestias salvajes de diferentes planetas, el hombre abrió sus ojos, azules como el cielo claro como sus cabellos y barba. Le extrañó al parecer que un puberto como él estuviera ahí porque frunció su ceño, sentándose con su capa roja cayendo al frente, cubriendo parte de esa armadura tan elegante que portaba. Tan diferente a sus ropas horribles de ladronzuelo novato.

-¿Tú quién eres?

-Soy... soy... -Yondu siempre le había dicho que debía tener un nombre digno para cuando fuese un Devastador porque eso de ser Peter Jason Quill de Missouri no impactaba ni a las cucarachas de la nave.

Aquel hombre rió al ver que tartamudeó sin poder responderle, no era porque no supiera ese idioma tan raro que sonaba fuerte, pero al mismo tiempo gentil. Justo como los gestos del guerrero que miró alrededor tan tranquilo que Peter comenzó a sospechar que estaba con un ser que se había vuelto loco estando encerrado. Tomó una barra y la sacudió apenas, midiendo su resistencia que el chico ya había probado, sin embargo, ese puño la arrancó como un palillo. Peter abrió sus ojos y boca atónito, llevándose una mano a sus labios cuando el guerrero le indicó con un gesto que guardara silencio, quitando el resto de los barrotes que podían contener a bestias furiosas, más no a ese singular espécimen que estaba ahí a propósito, no le cupo duda alguna. Cuando hubo espacio suficiente para que saliera, el hombre poderoso se arrastró, saltando a la plataforma que observó, de pronto sacando por debajo de su capa roja un martillo.

-Venga, pequeño, una jaula no es lugar para un niño.

-¡No soy...! -Peter se sonrojó al gritar, ¡rayos! - No soy un niño.

-Sal ahora mismo si quieres vivir.

Le obedeció más por orgullo que por confianza al guerrero, respingando al ver que comenzó a girar su martillo a una velocidad tal que el viento silbó alrededor. Un brazo fuerte le rodeó, pegándolo al costado del rubio y de pronto ¡zas! Ya no estaba en aquella mazmorra de los malvivientes cerdos gigantes, sino en la parte superior del planeta, un mercado no solo de todo tipo de mercancías, de gritos, peleas, compras, ventas, chismes, complots y un sinfín de cosas. Sobre ellos, un esplendoroso firmamento de estrellas se dejaba ver por la cúpula translúcida del intergaláctico bazar. Peter sonrió, aún aferrado a la capa y la cintura del guerrero hasta que le escuchó toser para llamar su atención. Le empujó con toda la dignidad que aún le quedaba, mirando al hombre arrodillarse, picando su estómago.

-Debes tener cuidado, esos seres comen niños como tú.

-Lo sé.

-¿Qué pensabas robarles?

-¡No soy un ladrón! Bueno sí, ¡pero de los buenos! Un día seré un Devastador.

-Si no te comen antes.

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