El piso de abajo

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     8 de agosto del 2010, me encuentro en una noche lluviosa pero agradable, con una buena temperatura, excelente, se podría decir como para disfrutar de un exquisito chocolate caliente. Hace dos días ya que llegue a la ciudad de Tapachula, que es una ciudad muy pequeña, así la considero yo porque estoy acostumbrado a estar en grandes ciudades.

     Ramón es un gran arquitecto originario de la Ciudad de México y si se preguntan que hace de este lado del país, en Chiapas, es simple, conoció a un exigente cliente por Internet quien solicitaba exclusivamente los servicios de Ramón.

     Mañana es el día en que me reuniré con mi cliente, tengo poca información sobre él. Los únicos y escasos datos que tengo son su número telefónico, dirección de un lugar donde acordamos vernos para desayunar, su nombre y no sé si sea necesario mencionar un pago por adelantado.

     - ¡No lo conozco ni en pintura!
No sabré reconocerlo cuando nos reunamos en el café.


     A la mañana siguiente, Ramón se dirigió al café acordado con su cliente, tardo poco tiempo en llegar debido a que estaba en un hotel cercano al lugar.


     9 de agosto del 2010, acabo de llegar al lugar y está repleto de gente, casi al borde de no admitir un alma más. Ya estoy dentro y aun no recibo ninguna señal del licenciado Simón. Casi al fondo del café, observo un brazo ondeante que estoy seguro que estaba tratando de llamar mi atención, por fin lo veo y me recibe con un cordial saludo, con un acento colombiano, ya que esa es su nacionalidad.


     Platicamos de negocios y de sus ideas muy peculiares. Me solicitaba una pequeña remodelación en su casa y otras construcciones que no capte la idea precisa, pero la arquitectura es abstracta.


     El licenciado Simón está encantado de hacer negocios con el arquitecto Ramón. Entre platicas de la vida y otros temas se pasa el rato hasta que llega el fin de la reunión. Ramón procede a despedirse y se retira al hotel donde esta hospedado. De camino al hotel, Ramón llama a su esposa por teléfono para saludarla y preguntarle si todo está bien.


     -Hola amor, ¿Cómo están los niños?
Ramón le cuenta a su esposa como ha sido su encuentro con el licenciado Simón. Al recordar su encuentro con el licenciado Simón por la charla con su esposa, se da cuenta de cosas peculiares del mismo que no pudo notar mientras conversaban en el café, como por ejemplo su exclusivo gusto por ver la muerte de varios animales en especial o las inmensas ganas de construir un horno gigante en medio del pequeño bosque que tiene en su casa.
- ¡Vaya! Alguien que me entiende – Piensa Ramón.


     12 de agosto del 2010, el día de conocer la casa del licenciado Simón. Al llegar, me sorprendo ya que su casa está demasiado retirada de la ciudad, una casa de tamaño promedio, casi cabaña, hecha de un fino roble, que se encontraba casi en medio del bosque, se podía jugar futbol americano si no estuviera repleto de árboles de copas altas y robustas. En la casa dos nobles pastor alemán y una vieja tortuga. La casa es realmente acogedora, daba la sensación de comodidad. ¡Parece como si estuviera en casa!


     Al finalizar el recorrido, ambos adultos empiezan a platicar sobre las dichas remodelaciones que se requiere tanto como dentro y fuera de la casa. Ambos adultos habían recorrido casi por completo la casa a excepción de una habitación... el sótano.


     Pasaron dos semanas para que el arquitecto Ramón tuviera listos los planos, para un horno gigante que estaría retirado de la casa de Simón, modificaciones en los baños y las puertas de la entrada principal y secundaria, conjunto de nuevas ventanas. Parece que Simón necesita reforzar la casa contra los ataques de osos o zombis.


     Al día siguiente llegué a la casa para analizar una vez más el área y tomar algunas medidas y no encontré a nadie, está de más decir que Simón me dio un juego de llaves para tener acceso a las habitaciones excepto a una... el sótano. Como estoy solo me siento con la total confianza de analizar todas las medidas y detalles correspondientes, también de poder sacar un cigarrillo y poder darle unos besos bajo un árbol que estaba a unos metros de la casa. Estaba a punto de irme cuando sentí un olor fuerte y putrefacto, no sabía de dónde venía, pero estaba casi cien por ciento seguro de que venía desde el interior de la casa.

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