Prefacio

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Últimamente hacía sol y muy buen tiempo en Los Ángeles, sin embargo, el número de pacientes que visitaban mi clínica no disminuía. Como siempre, mi secretaria se quejaba de la importancia de su trabajo y de lo poco que la valoraba en el mínimo tiempo que le sobraba entre llamada y llamada; los pacientes de la sala de espera permanecían en completo silencio, tomando sorbitos de agua nerviosamente mientras las plantas, demasiado crecidas, se enredaban en sus estrechos alrededores.

Soy psicólogo, tengo 42 años, sigo soltero y tengo un permiso de trabajo en América desde hace más de 10 años. En resumen, no estoy insatisfecho, pero tampoco tengo grandes expectativas.

Los Ángeles nunca ha sido un sitio tranquilo; por supuesto, ésta no fue la razón de que escogiera psicología como carrera, sin embargo, al elegir mi doctorado, no fui capaz de eludir mi pasión. Lo admito, siempre siento más entusiasmo hacia casos de crimen psicológico que hacia los problemas psicológicos que hay entre marido y mujer. No es por desmerecer el trabajo de mis colegas, más bien es que reconozco cuál es mi destino, porque entiendo que es un trabajo sucio. Hace 4 años, un hombre de 40 años con problemas mentales era sospechoso de haber envuelto en plástico el cuerpo de su hijo, de sólo tres meses, y de haberlo tirado en un contenedor a 200 metros de su casa. Su esposa, una mujer tailandesa que no entendía inglés, también se volvió loca tras el incidente. Lo recuerdo como unas navidades no muy agradables, en la sala de interrogatorios del Departamento Federal, el hombre que había estado sentado frente a mí durante dos horas dejó caer, al fin, dos lágrimas que acabaron en su taza de café, que ya se había enfriado.

Desde entonces, me familiaricé cada vez más con el camino hacia el Departamento, pero sólo con uno de los lados de la calle, ya que siempre iba de día y salía cuando ya era de noche. Soy un ayudante muy valioso para ellos, utilizo mis habilidades profesionales para comprar el alma de un pobre diablo, y después, venderla a un precio aún más alto a Satán. Por supuesto, esto no incluye mi propia alma.

Mi alma no necesita salvación, dejo que disfrute del sufrimiento que hay en el infierno y que obtenga de él su felicidad. La gente del departamento no tiene por qué saber mi orientación sexual, no me representaría ningún beneficio. Les haría creer que soy un psicólogo que también tiene unos cuantos problemas psicológicos.

El año pasado me propuse trabajar con ellos menos a menudo. Con la cantidad de trabajo que tenía con mis pacientes privados, apenas podía sobrellevarlo, y no quería presionarme hasta el punto de tener que ir yo mismo a un psicólogo. Pero la semana pasada, un caso de gran importancia ocurrió en Los Ángeles, en el que estaban involucrados un grupo de asiáticos. Tal vez fue por la particular naturaleza del caso y mi propia relación psicológica con los asiáticos que cuando el inspector de policía David, de 40 años y al cargo del caso, me llamó para invitarme a colaborar, acepté.

En pocas palabras, un grupo de chicos coreanos, jóvenes e increíblemente famosos, había llegado a Los Ángeles el viernes pasado para hacer algunas entrevistas, actuaciones, grabar un MV y otras tantas actividades. Desde el momento en que el avión aterrizó y desembarcaron, el grupo entero desapareció sin dejar rastro. El personal de la compañía local que tenía que ir a recogerlos no tuvo ningún contacto con ellos, el grupo de personal que los acompañaba desde Corea se separó de ellos cuando salieron por pasillos diferentes y tampoco pudieron volver a ponerse en contacto con ellos.

—Sólo oí a dos de los miembros llamando a otro de ellos, pero no los recibimos —explicaba un miembro del personal—. Hasta que ayer, martes por la mañana, la policía encontró a estos chicos en un chalet de una parcela de las afueras. Por desgracia, para cuando los encontraron sólo uno de los chicos seguía con vida, y estaba sentado dentro de la bañera, intentando tragar una gran dosis de pastillas para el corazón.

48 Horas (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora