20.

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—¿Y de que te ríes tu ahora?

No podía evitarlo, para nada. Era mirarla y una sonrisa se dibujaba en su cara. Una sonrisa tonta, divertida y cariñosa. Aunque quisiese, no podía engañar a nadie: ella era una niña atrapada en un cuerpo de mujer. Una niña que le volvía loco con todo su ser.

—De ti –le confesó sin borrar esa sonrisa de su rostro.

—¿De mí? —le respondió incrédula señalándose a si misma—. ¡Pero si no he hecho nada!

—Ya... Esto lo dirás tu —rio.

La situación era divertida. Hacia apenas pocos minutos que había empezado el embarque del avión con destino Lisboa y, como ellos y parte del equipo, tenían asientos en preferente significaba que tenían prioridad en el embarque. A diferencia del resto del avión, los asientos de su zona no eran de tres en tres sino que eran por parejas, siendo estos más espaciosos y cómodos que el resto. Cuando la azafata los acompañó hasta sus butacas, ninguno de los dos se sorprendió al ver que los habían colocado juntos y con una sonrisa, se sentaron en el lugar indicado.

Desde ese mismo momento, Amaia, sentada junto al pasadizo, se había pasado todo el tiempo en una postura un poco incómoda, estirada de lado, dejando inmovilizado a Alfred, sólo por poder ver por la ventanilla. Aún no habían despegado pero ella, curiosa, no podía apartar la vista de ese pequeño y sucio cristal.

—Aún no hemos despegado... Realmente no entiendo que quieres ver —dijo el chico quieto con la cabeza de Amaia a pocos centímetros de él.

—¡Todo! ¡Mira! ¡Maletas! —se emocionó dando golpecitos al cristal cuando vio pasar uno de esos trenecitos transportadores de maletas.

—Amaia, ¿quieres que te cambie el sitio? —le propuso el chico al ver presenciar todo su entusiasmo y admiración por lo que pasaba fuera de ese avión.

—No, no, tranquilo, cada uno en su sitio —suspiró resignada separándose de la ventanilla y volviéndose a sentar como una pasajera normal.

—¿Segura? —insistió.

—Sí, sí... Tranquilo —sonrió agradecida—. Porque, además, imagínate que el avión cae y nos morimos...

—Amaia... —Alfred la cortó al instante de escuchar ese mal presagio.

—No, no, déjame terminar —le pidió Amaia calmándolo—. Imagina que nos caemos, de alguna forma tienen que averiguar que cuerpo es el nuestro, ¿no? Seguro que la compañía tiene una lista de que pasajero está en cada asiento y si nos cambiamos de sitio, les complicaríamos el trabajo si esto ocurriese.

—Dios, Amaia —Alfred soltó una fuerte carcajada ante la loca reflexión de la joven—. Sabes que esto no funciona así, ¿verdad?

—Sht —lo mandó callar—. En mi mente funciona así, así que nada de debates ni discusiones.

—Ay Amaia —volvió a reír él tapándose la cara con la mano—. Tienes una cada salida...

—Sht —volvió a repetir ella—. Ya te pareces a mi madre con esos comentarios...

—Ay Javi —suspiró Alfred al nombrar a su querida ex suegra—. Hablando de ella... ¿te ha puesto suficientes camisetas en la maleta? Dudo que se haya dejado de ponerte el pijama.

—¡Dios Alfred! —Amaia le dio un golpe en el brazo ante tal comentario—. ¡Que me la he hecho yo sola la maleta!

—Si, ya... Seguro...

—¡Seguro! —le afirmó intentando mentir lo mejor que sabía—. He cambiado mucho estos últimos meses.

—Ya veo ya... —rio—. Me sorprendes mucho Amaia Romero.

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