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-¡Uau! -exclamó James Smith apreciativamente para sí ante la femenina figura que observaba por el rabillo del ojo. Se trataba de la misma mujer de la que había hablado a Logan aquella tarde, e iba vestida con las mismas mallas negras que le había descrito. Calculó que no debía de llegar a los treinta años, pero no podía estar seguro. De lo que sí estaba seguro era de que poseía una de
las mejores figuras que había visto nunca. En ese momento se encontraba
estirada boca abajo en un banco, utilizando una máquina para trabajar las pantorrillas. La acentuada curva de la parte baja de su espalda y la rítmica contracción de su trasero mientras hacía sus ejercicios hicieron que James se estremeciera de placer.
Él se hallaba a unos siete metros de distancia, moviendo diestramente unas pesas ante una pared de espejo, de manera que podía acercarse sin levantar sospechas. La había visto en la clase de musculación a la que había asistido el viernes, pero ese día, animado por habérselo contado a Logan, la había seguido hasta la sala de máquinas donde todavía había gente a pesar de ser las nueve de
la noche. Su intención era acercarse a ella e invitarla a tomar algo con la
esperanza de conseguir su número de teléfono. La mayoría de sus citas eran con chicas a las que había conocido en alguno de los gimnasios que frecuentaba. Para él, observar a las mujeres no significaba limitarse a mirar. La desconocida acabó con la máquina que estaba utilizando.
Sin perder tiempo, se puso en pie, miró el reloj de la pared y, acto seguido, pasó a la de al lado para hacer pectorales. Empezó sus ejercicios de inmediato, aparentemente con prisa.
James, que la había estado observando en el espejo, vio al fondo que uno de los empleados del gimnasio entraba en la sala. James lo
conocía razonablemente bien del baloncesto y le dio la impresión de que sería el  tipo adecuado, especialmente porque se trataba de una especie de supervisor. Su
nombre era Luke Horner. James dejó las pesas en sus soportes de la pared y se acercó al empleado.
-Eh, Luke -le dijo en voz baja-. ¿Sabes quién es esa chica de la máquina de pectorales? Luke ladeó la cabeza para mirar más allá de su interlocutor.
-¿El bombón? ¿Esa de la carita de muñeca y cuerpo que tira de espaldas?
-Esa misma.
-Sí, la conozco. Me refiero a que sé cómo se llama porque viene mucho y
fui yo quien le tramitó la inscripción.
-¿Y cuál es su nombre?
-Elizabeth Razok, pero se hace llamar Liz. Todo un cuerpazo, ¿no te parece?
-Uno de los mejores -reconoció James-. ¿Qué clase de apellido es ese,
Razok?
-Tiene gracia que me lo preguntes porque yo hice lo mismo cuando se
inscribió. Me dijo que era húngaro.
-¿Sabes si sale con alguien?
-No tengo ni idea, pero sí puedo decirte que es un 10. Ya te lo digo, conduce una Hummer negra y no hace demasiada vida social, al menos por aquí.  ¿Estás pensando en intentarlo con ella?
-Sí, lo estaba pensando -repuso James con la mayor naturalidad. Se volvió
para ver a Liz trabajando sus pectorales. La chica se lo tomaba en serio: el sudor le brillaba en la bronceada frente como piedras preciosas.
-Te apuesto cien dólares a que no llegas ni a la primera base.
James dio media vuelta para encararse con Luke, y una maliciosa sonrisa  apareció en su rostro. Que le pagaran por aquello que le gustaba hacer resultaba un buen estímulo para superar su indecisión.
-Acepto.
James volvió a las pesas y levantó unas cuantas más. Estaba decidido a
acercarse a Liz, pero sentía cierta ansiedad, especialmente a raíz de la intrigante información de Luke. A decir verdad, James no era tan lanzado como le gustaba aparentar.

Mientras estaba de pie ante el espejo haciendo tirabuzones con las pesas,
intentó pensar en algún modo de aproximarse a la mujer que le permitiera salir airoso. Por desgracia no se le ocurría nada brillante. Al fin, por miedo a que ella se levantara bruscamente y se metiera en el vestuario de señoras, decidió lanzarse.
En realidad no fue un gran lanzamiento. Cuando creyó que ella estaba a punto de terminar sus ejercicios, simplemente caminó hacia donde estaba. En esos momentos tenía la boca seca y el corazón le latía con fuerza. Afortunadamente había calculado bien: llegó a su altura cuando ella acababa sus ejercicios y
retiraba los brazos de las acolchadas palancas. La chica tomó la toalla que
llevaba al cuello y se enjugó la frente con ambas manos, cubriéndose la cara mientras respiraba profundamente.
-Hola, Liz  -dijo James animosamente, confiando en que ella sentiría
curiosidad por el hecho de que supiera su nombre.
Liz no contestó, sino que bajó la toalla lentamente, descubriendo
progresivamente sus facciones. Atravesó a James con la mirada de sus profundos ojos castaños. De cerca no tenía rostro de muñeca. Bajo unos cabellos muy negros y húmedos por el sudor, sus facciones tenían un punto de exotismo. Lo que James había tomado por un bronceado, era en realidad una piel naturalmente
morena que hacía que sus dientes parecieran especialmente blancos. Sus ojos resultaban levemente almendrados, y su nariz tenía un imperceptible perfil aguileño. Nada de aquello le hubiera importado a James de no ser por sus mejillas,
ligeramente enjutas, y por su expresión. Aquellas mejillas le conferían un aire perverso, y su expresión resultaba inquietantemente descarada, como las fotos que James había visto de los reclutas de los marines.
No se sintió especialmente estimulado, y menos aún cuando Liz no respondió.
-Pensé que era mejor que me presentara -dijo James intentando mantener un aire de naturalidad, lo cual le resultaba difícil teniendo en cuenta el modo en que ella lo miraba. Las pesas que tenía en las manos también le molestaban y le
tiraban los hombros hacia abajo. Las había tomado muy pesadas con la esperanza de impresionar a aquella atlética mujer. Además de sus pezones, bajo la malla de Spandex podía distinguir sus bien definidos abdominales.
Liz siguió sin responder, sin parpadear siquiera.
-Soy el doctor James Smith -añadió.
Solía utilizar su título médico como carta de triunfo siempre que se presentaba a una mujer, aunque no mencionaba su especialidad a menos que se viera obligado. Por su experiencia con otros ligues, el médico forense no tenía el
mismo atractivo que el médico clínico.
La situación se estaba volviendo crítica con gran rapidez. Liz no solo no había  dicho nada ante su comentario de que era doctor, sino que su expresión había pasado de descarada a despectiva. James intentó encogerse de hombros, pero las
pesas que llevaba en las manos se lo pusieron difícil. Al borde de la
desesperación, dijo:
-Esperaba que quizá podríamos beber algo en el bar cuando hayas acabado
tus ejercicios, eso si no estás muy ocupada. -Por desgracia, el tono de voz le salió mucho más agudo de lo que había previsto.
-Hazme un favor, idiota -respondió Liz con malignidad-, ¡esfúmate!
«imbécil» , pensó Liz mientras veía deshincharse el rostro de James
después de que lo hubiera humillado con su cortante respuesta. El infeliz se retiró como un perro con el rabo entre las piernas. Ella lo había visto en las clases de musculación de los viernes y lo había vuelto a ver aquella tarde. En ambas ocasiones, él se había comportado como si se creyera muy listo lanzándole miradas furtivas y de reojo. Y como si eso no hubiera sido suficiente, la había seguido hasta la sala de máquinas, fastidiándola al espiarla por el espejo o por el
rabillo del ojo, mientras hacía ver que utilizaba las pesas sueltas para poder
mantenerse relativamente cerca, y ella se dedicaba a sus ejercicios de rutina.
Era un pervertido y un auténtico zumbado. Liz no podía creer que nadie que estuviera en sus cabales pudiera rebajarse hasta el punto de ir vestido al gimnasio con ropa de deporte de marcas de moda. ¡Polo! ¡Por favor! En su opinión,
resultaba grosero de puro cursi.
Se levantó y se dirigió al plano inclinado para hacer sus abdominales. No sabía dónde se había metido James, y se alegraba de estar lejos de su lasciva mirada. Odiaba a los tipos de las universidades caras, y James pertenecía sin duda a esa categoría. Los reconocía a kilómetros de distancia. Se paseaban por ahí con
sus rimbombantes títulos y en realidad no sabían nada. El hecho de que James hubiera acariciado por un momento la idea de que a ella podía apetecerle tomar una copa con él, se le antojaba casi un insulto.
Tras otra rápida ojeada al reloj para asegurarse de que disponía de tiempo
suficiente, Liz hizo sus cien abdominales asegurándose de sincronizar bien la respiración. El único problema del mundo de los gimnasios -o al menos de eso
se había convencido sin tener que explicar por qué le gustaba vestir
provocativamente- era tener que soportar todos los días a tipos como James. La mayoría de ellos decía que únicamente querían invitarla a una copa, pero ella sabía que no era eso lo que de verdad deseaban. Lo que deseaban era sexo, igual
que todos los hombres. De haber estado en la secundaria o incluso en el colegio, habría aceptado hacerle pasar un buen rato metiéndole un poco de éxtasis y aprovechándose después de él. Pero eso habría sido cuando para ella el sexo no era más que simple deporte, cuando le proporcionaba sensación de poder y a sus padres los volvía locos. En esos momentos ya no lo necesitaba. En realidad, era más una molestia con todas las tonterías que llevaba asociado. Resultaba una pérdida de tiempo, especialmente puesto que era mucho más rápido y fácil ocuparse de sí misma cuando le apetecía.
Una vez acabados los abdominales, Jazz se puso en pie y se miró en el espejo.
Estiró su fibroso y delgado metro setenta y siete. Lo que vio le gustó,
especialmente el perfil de sus brazos y piernas. Estaba en mejor forma que en la época en que había pasado por el campo de entrenamiento de la marina, cuando le vino a la cabeza por primera vez de la idea del ejercicio físico.
Con la toalla en una mano, se detuvo a recoger su botella de agua. Solo
quedaba un poco, y se la acabó. A continuación se dirigió al vestuario de señoras.
Mientras caminaba notó que los ojos de la mayoría de los hombres la seguían furtivamente. Tuvo cuidado en evitar cualquier contacto visual y en mantener una expresión de desdén, cosa fácil teniendo en cuenta que eso era exactamente lo que sentía. También vio de reojo al señor «universidad de lujo» charlando con
el cabeza de chorlito que le había tramitado el papeleo cuando se había hecho socia, el mes anterior. El rubio «señor Polo» tenía las manos en las caderas y un aire abatido. Liz tuvo que contener una sonrisa al pensar en él presumiendo de ser médico, ¡como si eso pudiera impresionarla! Liz conocía a demasiados médicos, y eran todos unos cretinos.
Antes de salir de la sala de máquinas arrojó la botella vacía en el contenedor de al lado de la puerta. Al pasar por el mostrador de recepción vio que eran casi las diez menos cuarto, lo que significaba que iba a tener que apretar a fondo si
quería ponerse en marcha; le gustaba ir a trabajar temprano por si era
afortunada y recibía otro encargo. Había disfrutado de cierto respiro antes de la misión de la noche anterior, que ella esperaba que fuera el comienzo de una nueva racha. No obstante, no podía quejarse de la interrupción porque, en términos generales, había tenido mucha suerte.

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