Lo único que se escuchaba en la sala, era el pesado gotear de la cafetera.
Trece hombres y cinco mujeres en una mesa redonda, inmersos en sus pensamientos.
En verdad, miento.
Desde aquí, mi sitio, lado izquierdo de la ventana, se podía escuchar las energéticas aspas del ventilador y el zumbido continuo del extractor estático, acompañados por el 'tic tac' del reloj de pared.
También, se podían escuchar los suspiros y las cavilaciones del alma. Los rezos de unos, y lamentos de otros, rogando frenéticamente a Dios que les librara del cercano suplicio, y que lograra salvarlos a tiempo.
Mentía antes, ¿verdad?
No todos estábamos inmersos en nuestros pensamientos. El tenebrismo de estas cuatro paredes no nos dejaba concentrarnos. El miedo se olía en el ambiente, incluso se mordía. La incertidumbre reinaba en la habitación. Todos los presentes sabíamos que, si nos reunieron aquí con urgencia, es porque algo malo pasó.
Y pasaba. Exacto.
No era un tema simple, ni fácil. No era una deuda de póker que teníamos que pagar con nuestros dedos, ni un accidente que había pasado.
Era algo peor, porque arriesgábamos algo importante.
Vidas, estaban en juego.
Mejor dicho, nuestras vidas estaban en juego.
Después de esto, nada sería igual.
...
Por fin, se empezaron a escuchar pasos, provenientes del pasillo. Poco a poco, cada vez más y más, acercándose, igualando el ritmo las agitadas respiraciones, igualando la velocidad con la que las gotas de sudor rebotaban en la mesa, e igualando la intensidad de los temblores de algunos.
Todo, al compás de la sangre que recorría nuestras venas, que iba, acelerada, fuerte, simultánea, como una armónica sinfonía, directa al corazón.
Dulce y suave, armónica sinfonía.
Sonaban, los pasos, apresurados, dispuestos a entrar imponiendo a la habitación, destrozando la débil puerta de madera que nos separaba del pasillo.
Así, nuestra espera, acabó.
De repente, la puerta se abrió.
Cinco varones trajeados, vestidos de la misma forma, pero de distintos colores. En realidad, todos íbamos igual, de chalecos y corbatas, siguiendo la moda de las pocas revistas que lograban sobrevivir debido al empobrecimiento de la época, por la Guerra Fría.
El que más me llamó la atención fue el de la americana a cuadros grises, que estaba en el medio de ellos. Castaño oscuro, alto, joven, de rostro blanco y sereno. Mientras que los demás permanecieron indiferentes, dicho hombre peinó la sala parándose en nosotros, las presas, sentadas en la mesa, dedicándole unos segundos sólo para ellos, para cada individuo, exclusivos, como si fuera un honor y un regalo de bienvenida.
Para, quizás, leerles la cartilla, identificándolos. Casi averiguando lo que estábamos pensando.
Rodeó la mesa uno a uno, de derecha a izquierda, sin saltarse a nadie, tomando nueve segundos para cada uno. Era como si estuviese entrando en nuestra propiedad sin nuestro permiso, sin importarle cómo reaccionásemos. Él, sabía cómo manejarnos. Sabía cómo tenernos bajo su control. Estaba casi resolviendo nuestros más ocultos misterios, adivinando nuestros más oscuros secretos.
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armónica sinfonía. @josecomino_10
Short StoryLuego te quejas que no te escribo cosas, melón. Con cariño, la que no puede ver una peli de miedo sin taparse.