Vamos a centrarnos en lo principal: mi preparatoria. Nunca vi una mierda más grande que el nivel académico de una preparatoria supuestamente recomendable para todos los adolescentes. En mi opinión, recomendable para los cinco o seis que se quedan a partir del segundo año de preparatoria, porque la mayoría dedica sus vidas a vender drogas, trabajar en restaurantes de comida rápida que apestan a pescado o cualquier cosa podrida; o dormir en las escaleras de la entrada a la iglesia, pidiendo dinero.
Yo, por mi lado, debo terminar mis estudios para hacer quién sabe qué en el futuro. Mis padres no quieren que gente con la cara tapada con pañuelos de calaveras o marihuana, con los vaqueros por debajo de su culo y una sudadera con manchas de aceite toque su puerta preguntando por mí. Sí, son de esos que se quedan a escuchar a los religiosos que vienen a leernos su Biblia por más de media hora, y lo hacen con una sonrisa de encanto.
El caso es que queda solo una semana para comenzar mi segundo año de preparatoria, y mis expectativas de ver gente interesante está por debajo de la litosfera. Pero, mirando al lado bueno, seguiré con mi grupo de inadaptados que tenemos la misma meta de terminar los estudios, y lo haremos juntos.—¿Cómo que dejarás los estudios? —Le pregunté atónito a Aaron.
—Mi papá quiere que me encargue del taller de motos familiar —respondió sin dirigirme la mirada, hasta que notó mi expresión—. Vamos, Tyler, no es importante después de to...
—¿Que no es importante?—Lo interrumpí antes de acabar su estúpida frase—. Tú... ¿Y qué hay de Iker y Liesel?
—Déjame recordar... —frunció el ceño para concentrarse mejor y se cruzó de brazos, que eran más gruesos que una trompa de elefante—, Iker se dedicará a pasear perros y Liesel simplemente me dijo que andará por las calles con nuevos compañeros.
—¿Andará por las calles? ¿Con nuevos compañeros? —Pregunté por lo que acababa de mencionar Aaron, tratando de convencerme de que había escuchado mal—. ¿Estás seguro de que dijo eso?
—Sí, tengo oídos de gato, ya sabes.
—¿Acaso sabes lo que eso significa aquí, maldita albóndiga estúpida? —Hice un ademán de ahorcarlo porque me enojaba que se lo tomara tan a la ligera—. ¡Se irá a vender drogas por ahí!
—Vaya... —Dijo pasado unos largos segundos porque las palabras parecían haber tardado en llegar a su pequeño cerebro y hacerle reaccionar, dio un largo suspiro que lo hacía parecer decepcionado y prosiguió—. Parece que no todos escogimos lo mejor, ¿no?
—Vete a la mierda.Me levanté el lunes por la mañana, mi reloj marcaba las seis, así que tenía tiempo para practicar mi cara de odio que dedicaría a los de mi curso, la que mantendría todo el día, hasta regresar a casa. Era primer día de clases luego de unas infernales vacaciones en mi habitación, sin mis amigos, sin razones para estudiar, sin razones para seguir utilizando mi sistema respiratorio.
Como era el primer día, decidí ir vestido y peinado decentemente, saqué del cesto de ropa sucia la camisa menos manchada, me puse unos vaqueros con pocos agujeros, mis zapatos que antes eran azules, pero se volvieron beige por alguna razón. Me mojé las manos y las pasé por mi cabello haciendo que el color castaño claro brillara por el agua. Crucé el vestíbulo hacia la salida sin despedirme de nadie y cerré la puerta de un portazo detrás mío. El día estaba gris, a pesar de que habían anunciado un poco de lluvia y luego sol, estaba todo frío y seco y el viento me cortaba la piel.
En mi camino hacia el instituto, deseaba que cada paso que daba sea un año menos de mi estancada vida. Estoy en la mierda—me dije a mí mismo—, no conozco a nadie y pensarán que soy un psicópata que los matará a todos porque no mencionaré ni una palabra y los miraré a todos como si los estuviera estrangulando en mi mente.
No sabía qué hacer, sentía que la vida me esperaba a la vuelta de la esquina con un bate de béisbol deseando romperme la nariz y decir groserías sobre mi madre y el tamaño de mi pene. Lo único que quería en ese momento era salir corriendo en busca de Liesel y decirle que era una imbécil y que cómo pudo abandonarme por una vida así.
Crucé el marco de la puerta doble que separaba el exterior con el interior de mi instituto y me dirigí rápidamente al pasillo lleno de puertas del segundo piso buscando el de mi curso. Segundo año de preparatoria. Sin Aaron, sin Iker, sin Liesel, sin nadie.
El salón estaba vacío, miré la hora de mi móvil y comprobé que era temprano aún, así que proseguí a escoger el banco donde estaría el resto del año escolar: en el fondo de todo. No pensaba hablar, ni mirar a nadie, ni al profesor, sólo haría apuntes y escribiría lo que estuviera en la pizarra o dormiría hasta que acabe la clase, ni la música podría salvarme del estrés diario que se avecinaba.
Tenía que ver a Liesel, no podía permitirme estar aquí dentro hasta que acaben todas las clases, era ahora o nunca, de ninguna manera iba a estar aquí encerrado.