En el Océano Atlántico, allí en un pedacito del Caribe se encuentra una islita de 3,515 millas cuadradas llamada Puerto Rico. Las olas enamoradas de su color dorado y verde vibrante acarician las orillas del pueblo Camuy. La Ciudad Romántica, como es conocida, esconde una verdad que hoy día no ha salido a la luz. Se dice que la Parroquia San José sufrió de varios incendios cuyos detalles por la causa no han sido muy bien clarificados, pero sólo la noche de Camuy sabe la verdad. Como ha sido de costumbre la Iglesia Católica envió a un joven sacerdote al pueblo. Él, era un hombre guapísimo, un mismo ángel que bajo del cielo. Humilde, y sobre todo, el amor que ofrecía era puro. Su sueño era servirle a Dios, que a pesar de ser huérfano desde niño y de haber sufrido de escasez de amor, el Padre Celestial le brindó una familia. Las hermanas Sol de su país natal, lo criaron como hijo propio. "Dios nos ha bendecido con un hijo maravilloso!" decían orgullosas cuando Juan les dijo que quería ser sacerdote.La bienvenida de padre Juan a la parroquia fue de mucha alegría, pero el regreso de Bárbara le dejó un regusto amargo a unos cuantos. Bárbara era una joven mulata muy hermosa y su descendencia africana estaba bien acentuada en su cabello. Ella era delicada como una flor y sus ojos ponían en vergüenza al mismo Sol. Su sonrisa perlada desvanecía los malos días y su forma de ser era tan preciosa, que se convirtió en la envidia de muchas. Al igual que padre Juan, Bárbara sufrió de escasez de amor. Su tío la obligó a casarse con un hombre que desconocía, y por la mala pata, a la pobre le salió abusador. El sueño de Bárbara era crear una familia llena de amor, pero las malas lenguas decían por ahí que por tantas pelas que Bárbara recibió, quedó machorra (infértil).
Bárbara, en los ojos de su marido era una inútil que ni siquiera podía dar a luz, así que decidió divorciarse de ella. Él tonto, después se dará cuenta que el infértil era él. Pura alegría para ella librarse de ese infierno. No le importó como quedaría su reputación como mujer. Regresó con su frente en alto y regresó a su rutina de ir a misa y limpiar por la noche la parroquia.
Todos los días a las siete de la noche se escuchaba por las calles del pueblo el eco del "El yo creo...", "Padre nuestro...", "La paz este con ustedes..." y el "Amén". Las campanas de la parroquia anunciaban el fin de la misa y como era de costumbre el padre Juan se despedía con las mismas palabras "Y recuerden, el amor es gratis, no tiene precio y no es impuro. Esparzan el amor de Dios." Mientras los Caballeros de Colón pregonaban que comprarán El Profeta y los monaguillos ayudaban a Padre Juan despojarse de su toga, Bárbara ya estaba de camino a buscar velas nuevas y agua fresca para las flores. La hora favorita de padre Juan y Bárbara era cuando las puertas de la parroquia se cerraba para el público. Bárbara amaba el silencio de la parroquia y amaba la paz que sentía cuando inhalaba el aire de la casa de Dios. Padre Juan amaba escuchar a Bárbara cantar en el silencio de la noche, pues su voz angelical lo invadía de paz y una sonrisa que decía más que mil palabras.
Padre Juan al encontrarse solo y en meditación, sentía un gran peso en su corazón. No podía negar que cuando está en misa su vista sólo busca a Bárbara en la congregación. No podía negar el apretón en el pecho cuando ella lo miraba y mucho menos podía negar que su voz sonaba media temblorosa cuando hablaba con ella. Su corazón le pesaba, pues su vida quería encomendársela en su totalidad a Dios. Su pecado por añorar a amar a Bárbara como esposa lo destrozaba, pero grande es el Señor que vio su sufrimiento. Padre Juan le sirvió a Dios de manera pura sin esperar nada a cambio. Nunca le reclamó por no tener padres. Nunca le reclamó la falta de amor que sentía como ser humano. Al contrario, siempre fue agradecido por haber encontrado unas monjitas que lo adoraban. En vez de pedir amor, el ofrecía amor. Guiaba de manera plácida a los feligreses del Señor. Dios vio que Padre Juan era bueno y fue conmovido por su dolor.
Como todas las noches Bárbara se encontraba en la parroquia limpiando. Padre Juan había salido al colmado a comprar café bajo un aguacero que caía a cántaros. Entre preocupación y nervios, Bárbara se asomaba cada cinco minutos por la ventana y se preguntaba por qué padre Juan se demoraba tanto. El cielo parecía estar en furia cuando de repente un ruido estruendoso bajo de las nubes y en segundos la parroquia estaba iluminada en llamas. Padre Juan que venía de regreso del colmado, vio como las llamas danzaban entre las gotas de agua que lloraba el cielo. El pánico de saber que Bárbara aún estaba adentro de la parroquia lo llevó instantáneamente a locura. Padre Juan se lanzó hacia las llamas en busca de su amada mulata, sólo para encontrarla inconsciente en el suelo. La tomó entre sus brazos y entre llantos le pidió a Dios que aunque fuera a costo de su propia ayuda que por favor lo ayudará a salvarla.
"Hijo mío, no temas. Mira a tu alrededor." Padre Juan al escuchar esa voz dulce y a la vez poderosa lo sorprendió. Nuevamente la voz decía "Hijo mío, no temas. Mira a tu alrededor." El padre obedeció a la voz y comenzó observar su entorno. El veía como las llamas consumía la madera, veía como las flores se marchitaban en cenizas. Las llamas acariciaban su piel pero no quemaban. No había olor a humo sino a lirios, el atributo que representa a San José. Sollozando el padre preguntó "Dios, eres tú?" Una brisa tierna le acarició el pelo "Hijo mío, es tu padre. Aquel a quien sigues y obedeces. Mira estas llamas...estas llamas son las que te libera de tus votos como sacerdote, es tu nuevo renacer. Haz hecho mucho por mí y es hora que te recompense. Ve con tu mujer, ten una familia. Recuerda el amor es gratis, no tiene precio ni es impuro. Esparce el amor de Dios." Nadie sabe cómo Padre Juan y Bárbara se salvaron del fuego, pero si pueden hablar de como se amaron hasta el fin de sus días.
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El Amor Que Abrasó A San José
SpiritualUna hermosa mulata y un guapo sacerdote crecieron con escasez de amor, pero Dios es amor.