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La luz entraba a trompicones por las ventanas de la habitación común, inundando la litera del fondo, bañando la piel oscura del que ahora se escondía bajo las sábanas, perezoso, mientras sus compañeros se iban levantando al ritmo de la música, algunos trastabillando entre zapatillas tiradas por el suelo, otros con una energía que el canario nunca podría comprender. Se dobló sobre sí mismo para ver por una rendija de la tela a su vecino de abajo bailar junto a la malagueña y la gallega, como siempre. Pero esta vez solo estaban las chicas cogiendo sus cosas y saliendo tranquilamente de allí. Aquello le hizo rascarse los ojos y carraspear un poco, asomando medio cuerpo por la escalera intentando no caer preso de la modorra que aún estaba instalada en su cuerpo.

El chico de pelo dorado se hallaba sentado en la cama de abajo, con las zapatillas a medio poner y la cabeza entre las manos. ¿Estaría bien? Se quedó tan embobado preocupándose por su amigo que por poco cae de cabeza y se mata.


-¡Hostia, Agoney! -gritó el pequeño de los dos, que se había levantado como un resorte y a punto estuvo de darse con la madera que le hacía de techo.

-Ay, perdón... Aún estoy medio dormido.

-Ya lo veo... Vamos, levántate, que llegaremos tarde y aún tenemos que ducharnos.

-Ya voy... -dijo arrastrando las vocales, con los ojos medio cerrados aún, dejando caer la cabeza de nuevo en la almohada.


Y allí se quedó, diez minutos más, intentando que la vida no se le hiciese bola por tener que despertarse del todo.

Para cuando salió de la habitación arrastrando los pies con su pijama de Star Wars, los demás concursantes ya estaban secándose el pelo o desayunando algo rápido antes de ir hacia las clases de aquella mañana.

Después de pasar por el baño y lavarse la cara, parecía que el día empezaba para él.


Se encontró a Raoul sentado en una mesa comiendo una tostada y bebiendo algo de zumo, pero algo más llamó su atención: otro desayuno exacto al suyo reposaba su lado delante de una silla vacía, supuso que allí habría alguien sentado y se dirigió al lavavajillas a por un vaso.


-¡Ago! -escuchó al catalán a sus espaldas-. No hace falta que cojas nada, ven -dijo, dando golpecitos a la silla vacía de su derecha-, te he guardado un sitio. -Sonrió un poco con sus típicos ojos hinchados que demostraban que no había dormido mucho.


-Pero ese plato... ¿Será de alguien no? -Procedió a sentarse el canario.


-Sí, tuyo. -volvió a sonreír el rubio, dando un gran mordisco a su rebanada con aguacate-. También te he hecho zumo.



El canario lo miró por un momento como si aquello no pudiese ser real. ¿Cómo alguien tan pequeño podía caberle tanta luz dentro? Era lo único que veía cuando le miraba.


-Gracias -dijo con labios fruncidos, intentando resistir el impulso de abrazar a su compañero y ahogarlo en el proceso-. No hacía falta.


-Sí hacia falta. Llegamos tarde a todo. Tenemos que ducharnos aún. Si tenías que buscar algo para desayunar y comértelo, con lo lento que eres, tendrías que haberte duchado súper rápido -el de Adeje, aunque agradecido, no parecía comprender el problema, Raoul rodó los ojos-. La voz Agoney, la voz. Como estás debes cuidarla, y como siempre dices que el vapor de las duchas te ayuda, he pensado que mejor si te duchas tranquilo y no con prisas.

Make me (cry) [RAGONEY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora