Muerte Natural

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- No te olvides de mandarme un mensaje antes de que te vayas.  ¡Te voy a extrañar mucho!

Esas fueron las últimas palabras de Marcela hacia su hijo. Juan, entonces, se quedó solo en su casa preparando las cosas para irse luego a la isla de su tío que siempre quiso conocer. Juan era un hombre de 30 años que vivía en el trabajo, viajando en colectivo y bancando a su mamá de 61 años. Ella desde que murió su marido, no volvió a ser la misma de antes.

<< Menos mal que en unas horas voy a estar viajando hacia la soledad. Ya estoy harto de decirle todos los días al colectivero “3.90 por favor” >>

Juan, feliz y nervioso, se fue a las 4:30 P.M. hacia la casa que tenía su tío en el Tigre. Mientras miraba por la ventanilla del remis se imaginaba como iba a ser la isla, esa famosa isla que debía ser igual a la de “Lost”, su serie favorita. Después de una hora y media de viaje, se bajó del auto y vio a su tío que lo esperaba en el puerto de Frutos listo para arrancar su lancha. Él tenía mucho afecto por su sobrino porque, además de ser el único, trabajaba como abogado, exactamente igual que su tío y su abuelo.

- ¿Arranco la bestia? Le preguntó su tío con emoción.

- Esperame unos minutos que reviso el bolso. Quiero estar seguro de que tenga todo lo necesario. Mira si me faltan las mantas…

- ¡Me hiciste acordar! Te tengo que dar la Vitorinox que me salvó la vida en esa isla.

- ¿Cómo que te salvó la vida?

- Bue. Cuando vuelvas te cuento la historia. Apurate que se te hace tarde.

Juan se quedó con la intriga pero en ese momento no quiso insistir tanto porque no quería que se le haga de noche al tío. Después de revisar tres veces su bolso, subió a la lancha y antes de que se pudiera sentar, se estaba moviendo a 60 kilómetros por hora. Fue un viaje de 80 minutos de los cuales 70 se los pasaron hablando. Tenían muchas cosas para decirse, tantas que Juan casi le dice al tío de volver para que puedan quedarse los dos en la isla.

La isla se iba agrandando a medida que se acercaba, hasta que la lancha se detuvo. Juan se bajó y se quedó mudo porque se imaginaba una cosa totalmente distinta. A pesar de ser chica, estaba llena de insectos y plantas. El tío se quedó cinco minutos nada más porque si no se le iba a ser de noche y se podía perder. Apenas se fue, Juan empezó a sacar las cosas del bolso. Cuando se estaba enganchando la Vitorinox al pantalón, se dio cuenta de que debía hacerse una “casa” para pasar las noches. Sin pensar, dejó todo en la playa y se fue rápido a buscar troncos, ramas y hojas porque no quería andar de noche por el medio del bosque. Sabía que era el único en la isla pero la oscuridad, los animales grandes y los árboles que se movían con el viento no le agradaban demasiado. Juan quería hacer una casa como las de “Lost”, hechas con ramas y restos de avión, pero se dio cuenta de que no se había estrellado un avión en esa isla y que “Lost” era pura ficción.

Estuvo horas y horas intentando construir esa casa hasta que al final lo logró, aunque no quedó como hubiese querido. Eran las 8:45 P.M. y ya no había rastros del sol, estaba completamente oscuro. Tuvo la suerte de tener ramas sobrantes de la casa, si no fuese por eso, estaría en el medio de la isla buscando cosas para la fogata.

Mientras cenaba frente al mar, Juan se sentía feliz sabiendo que al otro día no tenía que levantarse a las 6:15 A.M. para ir a trabajar. Estuvo diez minutos para comer el pescado que estuvo media hora para pescar.

- Dios, que hambre que tenía.

Juan ya no necesitaba guardarse nada, podía decir lo que quiera, cuando quiera.

<< La soledad, lo mejor que hay >>

Después de ordenar algunas cosas que tenía tiradas por la arena, agarró su bolsa de dormir, unas mantas para estar más abrigado y se metió en su casa, la cual estaba orgulloso de tener.

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