Logan dejó el bolígrafo y se volvió para mirar la espalda de James Smith, inclinado sobre su escritorio. James era su amigo además de compañero de despacho. A pesar de que tenía cinco años menos que Logan, había empezado en el departamento casi al mismo tiempo que él y se llevaban bien. Aunque Logan agradecía compartir la oficina con él por la compañía que suponía, seguía
pensando que resultaba ridículo que el ayuntamiento no les proporcionara
despachos independientes. El problema residía en las continuas estrecheces presupuestarias que hacían imposible modernizar las instalaciones. El Departamento de Medicina Legal era un objetivo fácil para los políticos de una
ciudad constreñida por las necesidades económicas. El edificio era adecuado el día de su inauguración, casi medio siglo antes, pero en esos momentos parecía un
dinosaurio, y el espacio en él era un bien escaso. Dado que Logan sabía que los dinosaurios habían vivido en la tierra durante más de ciento cincuenta millones de
años, confiaba en que no pretendieran hacer que el edificio durara en su estado un tiempo equivalente.
-¡No puedo creerlo! -exclamó Logan-. ¡He terminado! ¡Nunca había logrado terminar!
James se volvió. Tenía un rostro infantil coronado por una mata de pelo rubio bastante más largo que el de Logan, aunque lo llevaba peinado con el mismo despreocupado estilo. Al igual que Logan, también daba la impresión de ser atlético, pero se debía a sus casi diarias visitas al gimnasio, no a jugar al baloncesto en la calle. Estaba en la plenitud de la cuarentena, pero parecía bastante más joven.
-¿Qué quieres decir con «termiado»? ¿Qué ha terminado?
Con los puños apretados, Logan estiró los brazos por encima de la cabeza.
-Todos mis casos. Me he puesto al día.
-Entonces, ¿qué hacen todas esas carpetas en tu bandeja de entrada? -James señaló con el dedo el considerable montón que amenazaba con desmoronarse.
-Esos son solamente los casos que esperan que lleguen los materiales del
laboratorio.
-¡Pues qué bien! -se burló James con una risita antes de volver a sus
quehaceres.
-¡Pues para mí está bien! -contestó Logan levantándose, doblándose hasta tocar el suelo con las palmas y quedándose así un instante. Tras el
desacostumbrado paseo en bicicleta hasta el trabajo, notaba agarrotados los tendones de las pantorrillas. Tras incorporarse, miró el reloj-. ¡Vaya, son solo las tres y media! ¿No se acabarán nunca los prodigios? Puede incluso que llegue a la primera ronda de la cancha.
-Eso si está seca -dijo James sin levantar la vista-. ¿Por qué no te vienes al Sports Club LA? Allí la pista estará seca seguro. Si fueras inteligente, te apuntarías conmigo a la clase de musculación. Yo fui el viernes, y te lo aseguro, las chicas
están increíbles. Había una que era algo serio, con un conjunto negro tan ceñido que no te daba oportunidad de imaginar nada.
-¡Chicas cañón! -se burló Logan-. Cualquier día de estos te despertarás y podrás contemplar estos difíciles años de la pubertad y reírte de ellos
tranquilamente.
-El día que deje de fijarme en las mujeres querrá decir que estoy listo para una de esas cajas de pino que guardamos abajo.
-Yo nunca he sido de los que se dedican al deporte de mirar -bromeó Logan-. Ese se lo dejo a los pobrecitos como tú.
Logan recogió su americana del respaldo de la silla y se dirigió a la puerta silbando. Había sido un día interesante y estimulante. Al llegar al despacho de Emma se asomó dentro preguntándose si habría cambiado de opinión con respecto a no volver a su apartamento aquella noche. El despacho estaba desierto, pero se fijó en el expediente abierto encima del escritorio de Emma.
Logan entró de puntillas y curioseó el nombre del caso. Tal como había
supuesto, se trataba de Chase Larsen.Le intrigaba por qué Emma y Mónica parecían tan afectadas por un caso que a él se le antojaba simple rutina. Por lo general, no era la clase de hombre que reducía a las mujeres a estereotipos; pero se le hacía extraño que las dos hubieran mostrado lo que para él suponía una demostración muy poco profesional de emociones. Abrió la carpeta y pasó las
hojas hasta que localizó el informe de Mónica. Lo leyó rápidamente, pero no halló nada fuera de lo normal. Aparte de que el fallecido tenía veintiocho años, las circunstancias de la muerte no tenían nada de especial. Sin duda se trataba de una lamentable pérdida y de una tragedia para la familia y amigos, pero no para la humanidad, la ciudad o el condado. En una gran metrópolis como Nueva York, ocurrían muchas tragedias personales.
Logan cerró deprisa la carpeta y salió discretamente del despacho como si
hubiera estado haciendo algo inconveniente y temiera que pudieran atraparlo con las manos en la masa. De repente, por temor a tener que enfrentarse a un exceso de emociones, se sentía menos dispuesto a averiguar si Emma deseaba reconsiderar su decisión.
Entretenerse pensando en tragedias familiares no era un pasatiempo al que le apeteciera dedicarse. Tenía demasiada experiencia.
De vuelta en la planta baja, Logan sacó su equipo de ciclista y la bicicleta. Saludó con la mano a. , el vigilante de seguridad, mientras la sacaba hacia la plataforma de recepción y después la llevaba hasta la calzada. La lluvia había cesado y hacía bastante más frío que cuando había llegado a primera hora.
Agradeció haber tomado los guantes; subió al vehículo y pedaleó camino de la esquina de la calle Treinta con la Primera Avenida. A diferencia del paseo de la mañana, Logam disfrutó serpenteando entre los coches, taxis y autobuses mientras enfilaba hacia el norte, circulando audazmente entre el tráfico. Al final tomó un atajo por Madison y utilizó la breve travesía para que la fluida circulación diera un alivio a sus doloridos cuádriceps.
Volvió a girar hacia el norte y aceleró.
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Código genético
Misteri / ThrillerUn brote de muertes inexplicables se da lugar en el hospital más grande de Nueva York. La forense Emma Royale, que se encarga de las autopsias, comienza a inquietarse ante estas muertes y anima a su colega y amante Logan Stewart a ayudarle a investi...