El sonido del claxon de un coche provoca que alce la mirada en el instante que pongo un pie fuera de comisaría. Un automóvil de color rojo es lo que puedo divisar al hacer esta acción, justo al ras de la acera. Y, en el momento en el que me fijo en la ventanilla del piloto, Andriu aparece en mi campo de visión saludándome con un simple y corto gesto de su mano.
Ya veo que se están tomando muy en serio esto de no dejarme sola.
Me acerco al coche a un paso rápido, ya que el frío que hace me está congelando la cara y no estaría mal buscar el calor de la calefacción ahí dentro. Una vez que he llegado, no tardo en rodearlo por la parte delantera hasta estar enfrente de la puerta del copiloto. Tras abrirla, me siento en mi respectivo sitio y la vuelvo a cerrar para evitar que la temperatura de aquí se mezcle con la del exterior.
—Abróchate el cinturón y vayámonos. Ann no sabe que le he quitado el coche —me dice, riéndose ante su última frase.
Hago lo que me pide sin poder evitar sacar una sonrisa de mi parte a la luz. Hecho esto, desvío la vista hacia la pelo azul y, en ese instante, mis ojos se abren un poco más de lo normal al presenciar su nuevo aspecto. De lejos ni siquiera me había percatado.
Su cabello sigue estando azul, pero, esta vez, está mucho más corto que antes. Se ha rapado la cabeza, aunque no de una forma muy drástica. El lado derecho de la misma, tiene el pelo ligeramente más largo que el lado contrario, haciéndole una especie de flequillo.
—¿Querías parecerte a mi gata? —cuestiono en tono de burla.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hice de rabiar a alguien, ya lo estaba echando de menos. Sus ojos color avellana se achinan y su ceño se frunce como respuesta, transformando su mirada en una que habría conseguido asustarme en el tiempo en el que aún no la conocía de verdad. Ahora, lo único que logra, es arrebatarme una carcajada.
—Andriu, me encanta —confieso—. Te queda bien.
Ella rueda los ojos al mismo tiempo que los fija en el frente.
—Tú y tus bromas... —comenta mientras niega lentamente con la cabeza—. Gracias.
Amplío la sonrisa en mis labios, estiro mi brazo izquierdo y le alboroto un poco el pelo; esto hace que ella suelte un sonoro suspiro y que, al rato, se comience a reír. En cuanto dejo de fastidiarla con cariño, la pelo azul arranca el motor del coche y comienza a acelerar de a poco hasta despegarse del borde de la acera. Una vez en la carretera, conduce hasta nuestro destino: la casa de Axel.
Me recuesto en el respaldo de mi asiento, dejando que el calor de la calefacción del automóvil me inunde el cuerpo. Al poco tiempo, ya puedo sentir las mejillas. Decido cerrar los ojos por unos segundos, hasta que un olor a comida entra por mis fosas nasales y hace que mis tripas comiencen a protestar por la falta de alimento en mi estómago. Despego los párpados y sigo la trayectoria de ese aroma hasta dar con unas bolsas de una hamburguesería en los asientos traseros.
—¿Y estas hamburguesas? —inquiero.
Dirijo la vista hasta a ella mientras vuelvo a colocarme en mi sitio en condiciones. Ella, sin apartar los ojos de la carretera, empieza a hablar.
—Pues... Fred y Jayden querían encargarse de la cena y... Axel no se fía de ellos. Cree que pueden liarla y que nos quedemos sin comida esta noche —explica de forma divertida—. Y la verdad es que yo pienso igual. Nunca han sido buenos cocineros, no sería la primera vez que lo arruinan. Un día, cuando teníamos quince años, unas semanas antes de que tuviéramos que hacer esa dichosa novatada, fuimos a casa de Fred a pasar la noche. Jayden se ofreció a hacer unas pizzas. Se confundió, y en vez de meterlas en el horno las metió en el lavavajillas. Acabaron llenas de agua. —Se ríe.
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Liberación | EN FÍSICO |
AcciónDespués de haber conseguido dejar el café atrás, Kelsey Davenport tendrá que lidiar con los nuevos problemas que se le han presentado. Ya nada es lo que parece. Nadie es quién dice ser. Y en nada ni nadie podrá confiar como antes. Ella tendrá que lu...