Capítulo 39

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—Y yo también. Tengo filetes en el congelador. También tengo patatas y puedo hacer una salsa con los champiñones.

—¿No tienes nada verde? El arrugó la nariz.

—Tomates picados y un poco de lechuga.

—Eres un carnívoro. JUNGKOOK sonrió.

—¿Y dónde te lo guardas? El se encogió de hombros.

—Tengo un metabolismo rápido. Me gusta la carne. Jimin cortó las setas mientras Jungkook preparaba las patatas y la carne.

—¿Tienes algo de beber?

—Vino.

—¿De casa?

—Claro.

Llevaron fuera los platos y se sentaron de nuevo en el porche. Jimin había devorado medio filete cuando volvió a hablar.

—No puedo creerme que fueras virgen. Jungkook tragó los alimentos.

—¿Por qué?

—Tienes veintiséis años.

—¿Y qué?

—¿No crees que es poco habitual hoy en día?

—No todos somos como conejos desde la edad de, ¿qué era, dieciséis? Jimin esbozó una sonrisa pícara.

—No me digas que nunca te ha gustado nadie. ¿En la universidad?

—¿Qué pasa con ella? Estaba tan ocupado que no tenía tiempo.

—¿Nunca fuiste a ninguna fiesta?

—Yo estudiaba. Si quieres ser el primero no vas a las fiestas.

—Jungkook, yo ni siquiera iba a la universidad, pero sí a las fiestas.

—¿Por qué no me sorprende?

—¿Y qué pasa con el hotel? Jungkook, que estaba algo harto de aquella conversación, apartó el plato.

—A veces me piden salir, pero siempre son muy mayores. Casi siempre están casados. Jimin se echó a reír.

—Eres víctima de tu propio éxito.

—¿Qué quieres decir?

—Intimidas a los hombres de tu edad. Seguramente ganes más que la mayoría de ellos. Eres increíblemente eficiente y eres bueno en tu trabajo. Los tienes a todos temblando, pero los hombres mayores aprecian tu valía. Jungkook miró al techo. Sólo intentaba ser generoso con una situación patética.

—Tú no eres mucho mayor que yo. ¿No te sientes intimidado?

—Gano más que tú.

—¿Y si no fuera así? Jimin le guiñó un ojo.

—No me das miedo, Jeon Jungkook.

Aquello era una mentira. Jeon lo aterraba. Las últimas horas habían sido las más intensas de toda su vida, y su cabeza no se había recuperado todavía.

—No se lo dirás a nadie, ¿verdad? —el lo miró con ojos ansiosos.

—¿Qué? ¿Que eras virgen? ¿Y a quién se lo iba a decir? Diez años antes lo habría grabado en un árbol, pero ya había superado esa etapa. Jungkook esbozó una dulce sonrisa.

—No, lo de la habitación.

—¿Tus cuadros? El asintió sin mirarlo.

—¿Y por qué no?

—No quiero que nadie lo sepa. No es nada.

—No es así, Jungkook. Tus cuadros son impresionantes. Deberías estar orgulloso.

—Jimin, no quiero hablar de ello. Y no quiero que vuelvas a entrar ahí. Jimin lo miró sin saber si podía hacerle esa promesa.

—¿No quieres hablar de ello? Debes porque nunca lo has hecho. Habla conmigo, por lo menos conmigo.

—No hay nada que decir. Es sólo un hobby. Eso es todo. Jimin sabía que no era cierto. El había empleado muchas horas en ello. Todos esos cuadros eran la prueba.

—¿Y por qué no los muestras? Por lo menos deberías colgar algunos en tu casa. A la gente le interesaría mucho. Jungkook parecía enojarse más a cada palabra que decía y Jimin no tenía ni idea de por qué.

—No quiero que la gente se interese. Parecía un niño caprichoso, pero entonces se inclinó sobre el plato y Jimin pudo ver la suave curva de su pecho al caérsele un tirante. No era ninguna niño, sino todo un hombre, pequeño y perfecto. El siguió la línea de su mirada. Sexy, caliente... Jimin parpadeó varias veces. El no tenía mucha experiencia, pero sí sabía tirar de los hilos; con un simple roce de sus manos era capaz de volverle loco. Agarró el tenedor. Ese día había descubierto todos los secretos de Jungkook, o por lo menos esperaba que fueran todos. No sabía si sería capaz de asumir más. Jungkook dejó el filete a medio terminar. Estar con Jimin era peligroso para el. Su apetito se había esfumado, pero el hambre que sentía por él no hacía más que crecer. Quería que olvidara lo de las pinturas.

Jimin jamás entendería por qué necesitaba mantenerlo en secreto. Alguien como él nunca habría tenido que lidiar con las expectativas que habían puesto sobre el, y no habría entendido la felicidad de hacer algo mal, sin que nadie lo juzgara. Sin embargo, aunque no pudiera hacerle entender, sí podía distraerlo; hacerlo olvidar. Se levantó de la mesa sin poder ocultar la mueca.

—¿Te sientes mal? —le preguntó él. Jungkook se sonrojó.

—Un poco. Él se puso de pie y le quitó el plato de la mano.

—A ver si puedo ayudarte a relajarte, y a aliviarte los dolores... —lo tomó en brazos.

—¡Jimin! Él fue directamente hacia el dormitorio.

—Tengo que besarte de nuevo, Jungkook. Por todas partes. Jeon no tuvo más remedio que rendirse. Un rato más tarde yacía desnudo y saciado sobre la cama.

Jimin estaba a su lado, apoyado en el codo.

—¿Te sientes mejor ahora? —le preguntó, sonriente. Sí se sentía mejor, pero no le gustaba que él decidiera por el. De repente se incorporó, se inclinó sobre él, le levantó la camiseta y trazó una línea con el dedo sobre su pecho. Entonces se inclinó más y empezó a besarlo en dirección descendente, pero él lo hizo detenerse.

—No. Sorprendido, Jungkook lo miró.

—No quiero que lo hagas.

—¿Y por qué no?

—No quiero que sientas que tienes que hacerlo.

—No es así. Jimin se pasó la mano por la frente.

—Siempre haces cosas por los demás porque piensas que estás obligado a hacerlas... Y yo no quiero que te sientas así conmigo.

—Y no me siento así. ¿Tienes miedo de que lo haga mal? Él se echó a reír.

—Cariño, no hay forma de hacerlo mal. Jungkook suspiró. Él se había equivocado con el. Jimin lo miró con ojos oscuros e insondables.

Una tentadora propuesta | JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora