001: Cenicienta

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Por una de las calles más transitadas en la ciudad, había una persona que lograba destacar notoriamente de la gran multitud, que —aquella persona de aspecto femenino— pensaba, iban a trabajar o a hacer algo común y aburrido como eso. Esta chica parecía tener un brillo, el cual nadie más tenía, vestía unos simples botines blancos con tacón junto con un vestido azul marino decorado con unas cuantas delgadas rayas blancas, las cuales —si se observa el vestido de abajo para arriba— empezaban a aparecer unos cuantos centímetros sobre su pecho, y terminaban justo donde el vestido lo hacía, antes de que su cuello comenzará. De accesorio, ella traía un pequeño bolso cuadrado de color blanco junto con una correa del mismo color, sujetada por unas cadenas doradas. En aquel bolso guardaba su «IPhone» plateado, con una funda transparente, y su cartera de color azul celeste, donde su dinero, tarjetas y recibos eran guardados. La correa del bolso estaba colocada en el hombro derecho de la chica, mientras que el bolso en si se encontraba de su lado izquierdo, en donde su mano —obviamente izquierda— descansaba. Sus cabellos negros estaban recogidos en una cebolla alta, algo despeinada y asegurada con un moño color perla, el cual lograba ser muy vistoso a pesar de su tamaño. En la cara de la azabache se encontraba plasmada una gran sonrisa, la cual casi lograba opacar por completo las esferas de agua cristalina, que se hacían llamar ojos. La razón de su felicidad es algo absurda, según ella creía, acababa de tener una cita con el hombre de sus sueños, su príncipe azul, aquel quien le salvaría la vida y le mantendría a salvo cuando una terrible fuerza maligna apareciera. Antes de siquiera poder bajar su cabeza al suelo —la cual parecía estar recostada entre las nubes, y volando junto con los pájaros—, para poder volverla a pegar en su respectivo lugar, la azabache ya había llegado a el edificio donde se encontraba su departamento. Durante todo el tiempo que estuvo dentro del ascensor, no podía dejar de suspirar mientras apegaba aquel bolso blanco a sus redondos y medianos pechos. Al llegar a la puerta de su departamento, en el segundo piso —el cual era realmente el cuarto, puesto que los primeros dos eran zonas de actividades, dedicadas a los residentes para asegurar su diversión—, se quedó mirando un rato a la nada justo antes de que su cabeza volviera a el mundo real. Aquel lugar al cual llamaba hogar era el vigésimo segundo de aquel vasto pasillo, por lo cual en la puerta era posible el leer el número "doscientos veintidós" —o 222, siendo una forma más sencilla de recordarlo—. Observó aquellos números como si estos le fuesen a ayudar a evitar la cruel realidad, pero después de unos cuantos segundos, los cuales parecieron más bien horas según ella, la azabache buscó su llave para poder ingresar.
Una vez dentro de su cómodo hogar retiró sus botines, soltando inmediatamente un suspiro de alivio al sentir como pisaba el suelo sin el extraño e incómodo sentimiento del tacón. Se adentró más a el departamento, caminando un poco extraño al principio, pero después acostumbrándose, aventó su bolso en uno de los sillones de la sala y caminó en dirección a el baño mientras deshacía su peinado, dejando el moño enganchado en una parte de su vestido y posteriormente quitándose la peluca, mostrando su verdadera cabellera corta de color castaño —alborotada gracias a la falta de precaución—. Cuando entro a el baño se dispuso a retirar su vestido con un poco de desesperación, quería dejar la farsa atrás y ser el mismo. Se miró al espejo con una mueca de decepción, observó su cuerpo casi completamente desnudo, su cara estaba cubierta con maquillaje que le hacía lucir más femenino, su pecho estaba envuelto con un sostén rellenado con papel de baño y algodón, también traía puesto un corset el cual le daba curvas femeninas a su delgado cuerpo. Finalmente bajó su mirada hasta su entrepierna, prestando atención a aquel bulto apresado por una prenda diseñada para las mujeres. Sacudió su cabeza para no pensar en lo raro que se veía, en su lugar se concentró en deshacerse de aquellas prendas femeninas y del maquillaje. Retiró el corset de su abdomen, soltando un gran suspiro de alivio al ya no sentir cuánto le apretaba —sin embargo este le había dejado marcas, en el abdomen y su espada, que no le iban a permitir olvidar su «sufrimiento»—, después se dedicó a sacar todo el relleno del sostén y guardarlo en una bolsa de plástico transparente en el baño, sostuvo ambas prendas en sus brazos junto con el vestido para migrar a su recámara, en donde colocó la ropa sobre su cama tendida y bien acomodada. Sin desperdiciar ni un segundo retiró la última prenda femenina que quedaba en su cuerpo y la aventó a el cesto donde mantenía su ropa sucia durante la semana, el castaño fue hasta su armario —el cual se encontraba completamente abierto— para sacar un par de calzoncillos negros y una camisa grande color gris. Se pusó ambas prendas y volvió a el baño, agarrando una botella que contenía desmaquillante de la marca «Neutrogena» y destapandola para verter un poco del líquido en un pedazo de algodón plano. Se miró al espejo por una última vez, una vez haya retirado todo el maquillaje volvería a convertirse en Cenicienta, y estaría apartado de su príncipe azul.
—¿Qué demonios estoy haciendo?— dijo antes de soltar un largo y pesado suspiro —. Ya han dado las doce de la noche, es tiempo de que la magia de la Hada Madrina desaparezca— y con esas últimas palabras comenzó a pasar el algodón por su cara perdiendo aquel brillo lleno de esperanza que, hace no mucho, le había hecho especial.

Fin.

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⏰ Última actualización: Aug 22, 2018 ⏰

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