Capítulo diecisiete: Cuidado.

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Me acerqué a la camilla, agarré la mano de Ali y besé sus nudillos. Sus uñas todavía estaban adornadas con el esmalte color celeste que le había puesto. Miré sus ojos, la  habían desmaquillado.

Besé su mejilla, y corrí mis labios hasta su oreja.

– Ali, linda... sé que puedes oírme. No nos dejes, por favor –lloré–. Ali, te quiero muchísimo, no me hagas esto.

Dean se abrazó por detrás, me di vuelta y lloré en su pecho.

– Dios, no puede estar pasando esto –sollozaba.

– Sé que es difícil, nena –trató de no llorar, pero sus esfuerzos eran en vano.

Mi novio me sacó de la habitación acompañada de Cassie. Ella no lloraba pero su ceño estaba ligeramente fruncido debido a su preocupación.

Cass se acercó a mí y sobó mi espalda para que me calmara. Yo aún lloraba en el pecho de Dean.

– Deja de llorar, cariño –pidió Dean–. No puedo ser fuerte si haces esto. Tú me haces débil.

No le hice caso. No podía dejar de llorar, era mi mejor amiga. La única que estuvo conmigo desde pequeña.

Cuando apenas tenía cinco años la conocí. Ella levaba puesto un vestido blanco con pequeños detalles, una linda cinta roja en su cabello rubio, y unos zapatos rojos con broches blancos. Era nuestro primer día de clases, apenas habíamos entrado al colegio.

Alison llegó unos minutos más tarde que yo. Cuando entró al salón, sonrió avergonzada y la maestra tomó su mano para llevarla al frente y se presentara.

Mi mejor amiga dijo: "Soy Alison Stwar, y tengo cinco años. Me gusta bailar e ir de compras con mi mamá".

Me reí de su actitud al igual que todos. A ella se le incendiaron las mejillas y sonrió avergonzada.

La maestra le dijo que podría sentarse en mi mesa, ya que yo no tenía compañero. En cambio, las demás mesas estaban ocupadas por dos personas. A casi todos se les hacía fácil hacer amigos pero a mí me costaba horrores.

Alison fue mi única amiga durante toda la primaria. Los demás me pasaban por encima.

– ¿Estás mejor? –preguntó Cassie.

– Nunca lo estaré –admití y sequé mis lágrimas. Me aparté de Dean y me senté en la silla de metal que estaba en la pared.

Suspiré.

El doctor entró a la habitación de Alison. Yo no me animé a seguirlo hasta dentro. Quizás ya la desconectarían y no quería ver como mi mejor amiga se moría.

Dean volvió a abrazarme y besó mi nuca. Suspiró sobre mi pelo.

– Todo estará bien. Sólo cierra tus ojos y piensa en nuestro hijo ¿sí? –pidió.

– Está bien –susurré. Cerré los ojos y comencé a pensar en el pequeño.

Al cabo de unos minutos, el doctor salió junto con Kathy. Abrí los ojos de golpe y me paré rápidamente.

– ¿Ya está? –las lágrimas querían volver a salir.

– No –suspiró Kathy–. No quiero que lo hagan. Quiero dejarla así por un tiempo, voy a agotar mi última esperanza.

– Gracias por no firmar para que la desconecten.

Kathy asintió.

– ¿Hasta cuando la dejarán? –preguntó Dean.

Encadenada al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora