Con el tiempo, la ausencia de Padre dejó de ser el eje central de nuestras vidas para ser tan solo una parte de ellas. Casi habían pasado dos años desde su marcha, dos largos años.
—¡Buenos días niños! —el conserje llamó nuestra atención—. El profesor Quintairos no trabajará más aquí debido a que es demasiado «rojo». —En aquel momento yo solo era un niño e, inocente de mí, creí que había tomado algo que le había sentado mal y que había hecho que cambiara el tono de su piel—. Pero ahora tendréis un profesor mucho más preparado para la enseñanza. Os presento al señor Fernández.
El señor Fernández echó una mirada terrible al conserje. En cuanto habló, supimos que algo no encajaba. El profesor hablaba castellano.
Pese aquella mirada furtiva, pronto empezó a sonreír. No parecía un mal hombre. Venía acompañado de un niño muy rubio.
—Miguel, siéntate allí —dijo señalando el pupitre que estaba al lado del mío.
El niño avanzó en silencio hasta su sitio. En cuanto se sentó le pregunté de dónde venían.
—¡En castellano! ¡Pregúntaselo en castellano! Ni una palabra de gallego en mi clase.
Le repetí la pregunta a Miguel en castellano, a lo que los demás respondieron riendo, ya que debía ser la primera vez que me escuchaban hablar en español. El profesor golpeó la mesa con la regla y los hizo callar. Empezó a dar la lección, aunque yo todavía seguía intentando conocer a mi nuevo compañero.
—De Castilla.
Asentí. Parecía tímido.
Al salir de la clase lo seguí.
—¿Te apetece venir a jugar al fútbol por la tarde? Quizás venga Benito y mi hermano Constante.
—V-vale.
El profesor llegó a la altura en la que estábamos.
—Miguel, sé amable con este niño. ¿Te apetece venir a casa a jugar?
Yo asentí. No parecían mala gente, a pesar de su repulsión por el gallego.
Miguel era nuevo, así que necesitaría amigos, sobre todo siendo el hijo del profesor.De camino a su casa el profesor me preguntó:
—¿Sabe tu padre que estás aquí?
—No sé ni dónde está él —respondí, en castellano, por supuesto.
—Claro, la guerra...
—No, mi padre está en el Gran Sol.
El profesor me miró extrañado, pero lo dejó pasar.
—¿Y tu madre?
—Murió.
—Vaya, Lucía corrió la misma suerte.
Miguel me miró como se mira a aquel que sabe lo que has sufrido. Eso pareció ablandar un poco su capa de timidez y desconfianza.
Aquel hombre cojeaba una barbaridad, aunque por el resto parecía fuerte e intimidante. Quizás por eso se hubiera librado de la guerra. Entrar en la casa de Miguel fue casi como entrar en el cielo. Tan solo la casa de María era más grande. Olía a carne asada y mis tripas rugieron.
—¿Tienes hambre?
—Sí.
Parecía que me iba a preguntar algo más, pero antes se detuvo para preguntarme mi nombre.
—Disculpa, ¿Podrías repetirme tu nombre? Tengo la cabeza muy espesa ahora mismo.
—Anxo.
—«Ángel», que nombre más bonito.
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Memorias de un anciano
Fiksi SejarahAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...